Cartagena, poco buen cine y muchas crispetas


Reviso la cartelera de cine en Cartagena y la oferta me resulta del todo desalentadora. Spider-Man, Río, El exorcismo de Sally, Línea de Fuego y Divergente, dominan las salas de las cuatro distribuidoras comerciales con que cuenta la ciudad. Al parecer, no hay espacio para otros títulos como Wakolda (película argentina), Ninfomanía (del aclamado y controversial Lars von Trier) o Casi un Gigoló (del director John Turturro, con la participación de Woody Allen), que se proyectan en otras salas del país. Las cintas disponibles me indican que en Cartagena sólo hay espacio para el cine que se ve comiendo crispetas. Así es ahora y así ha sido por mucho tiempo, al menos desde que tengo uso de razón cinematográfica que, por lo bajo, serían quince años.   

Me surge una pregunta: ¿Tiene sentido que la ciudad con el festival de cine más antiguo de Latinoamérica, se la pase todo el año consumiendo cine de poca calidad? Lo mismo de siempre: Acción, terror, comedia y dibujos animados producidos en Hollywood. Lo único medio distinto es la inclusión en cartelera del nuevo y muy ligero cine colombiano, tipo Nos vamos para el mundial o El Paseo, que en realidad no constituye ningún aporte.

Cada año Cartagena se queda, comercialmente, al margen de las películas que en realidad valdría la pena ver. Las distribuidoras no traen largometrajes de alta calidad porque no es rentable. Por eso cada una prefiere tener varias salas proyectando Spider-Man en sus versiones 3D y Digital, en lugar de proyectar una pieza de cine arte por la que, al fin y al cabo, nadie o muy poca gente en esta ciudad pagará una boleta.

Me surgen entonces otras preguntas: ¿A qué se debe nuestro mal gusto cinematográfico? ¿Falta de formación o falta de interés? ¿A qué se debe que en Cartagena, comúnmente, se entienda la experiencia de ver cine como el acto de ir a un restaurante de perros calientes en el que por casualidad se proyecta una película? Lo digo porque eso fue lo que vi hace unos fines de semana cuando, por primera vez en años, volví a un cine de centro comercial en esta ciudad. Observé a muchos muy interesados en hacer equilibrio con la bandeja de las crispetas y la gaseosa gigante, pero a muy pocos preocupados porque la película no estuviera disponible en su idioma original con subtítulos; en Cine Colombia del Paseo de la Castellana sólo proyectan doblajes al español, sin importar que esto perjudique las actuaciones.  

No pretendo posar de intelectual, pero toda esta situación me preocupa porque para mí el cine es un asunto serio. El cine es la gran experiencia estética de nuestro tiempo. Aquello que podemos averiguar sobre nosotros como seres humanos a través del cine puede llegar a ser (y debe ser) profundo y revelador. No concibo gastar dinero en una boleta para ver una película que no me ayude a construirme culturalmente, que no me deje al menos el germen de una respuesta para entender de qué se trata esto que llamamos humanidad. Por eso lamento el aislamiento cinematográfico en el que estamos sumidos. La cartelera de cine que se ofrece en una ciudad habla mucho de su nivel cultural y, por supuesto, el nivel cultural es consecuencia del tipo de educación que ha recibido. La oferta en salas de cine me lleva a pensar que en la relación cine-cultura-educación, en Cartagena, reprobamos.   

Me pregunto si algún día, en esta ciudad, los amantes de las producciones de peso tendremos la oportunidad de verlas en el cine y no en los espacios que nos quedan: el computador, el DVD o el video beam de los cineclubes, estos últimos, dueños de una labor en la formación de un público calificado que celebro con entusiasmo, como un beneficiario directo.  

Creo con firmeza que el consumo masivo de buen cine en una ciudad es conveniente para la construcción de un entorno menos desigual. Con lo mucho que sobre desigualdad debemos trabajar en este distrito, estoy convencido de que combatir el mal gusto cinematográfico y la falta de interés por el cine de gran factura es una tarea que nos toca. La única manera de lograrlo es formando a la audiencia, lo que sólo es posible dándole la oportunidad de exponerse con mayor frecuencia a cintas que les propongan algo más que ser las imágenes y el sonido de fondo mientras comen crispetas, hablan por celular o se besan furtivamente.

Por eso lanzo una doble invitación. En primer lugar, a nuestras cuatro distribuidoras, para que le apuesten a la formación de un público calificado, empezando por dedicar al menos una de sus salas a la proyección de buen cine europeo, latinoamericano o independiente de los Estados Unidos. En segundo lugar, al público, para que no se prive de ver estas películas, para que pierdan el miedo y los prejuicios que, sin fundamento, les hacen creer que no van a entender o que se van a aburrir con las historias. El mejor cine es aquel que mejor retrata a la humanidad, por ende, nada de lo que cuente nos resultará extraño.    


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