La joya más grande de Rusia: su literatura.


La vida es un constante descubrir: vamos andando, haciendo camino, y encontramos flores, personas, huecos que ocasionan tropiezos, palabras en las canciones del viento y demás. Así vamos descubriendo una y otra cosa, que quizá se quede allí donde la hallamos o tal vez la encontremos nuevamente en otras circunstancias del camino; aunque cabe la posibilidad de que nos topemos con una de esas pequeñas fortunas opalinas cuyo brillo rara vez encontramos dos veces por azar, y que si no levantamos cuando la hallemos, de seguro alguien más la tomará sin siquiera dudar. Esos felices descubrimientos resultan ser tan valiosos por su extrema fidelidad y calidez, que nunca nos abandonan; estarán con nosotros hasta que nuestros pies dejen de hacer camino, y aun no habiendo más camino por hacer, nos llenarán del sosiego suficiente para continuarlo en nuestra mente.

Entre esos privilegiados descubrimientos que se nos presentan de vez en cuando, hay uno que es una completa maravilla, y resplandece con tal tesón que opaca las demás nobles cualidades de su tierra, la más vasta del mundo. La literatura rusa, me atrevo a decir, es la cosa más bella que ostenta su país; es una exquisita hidromiel cuya receta es exclusivísima de las profundidades del alma rusa, como bien lo verbaliza Gógol en el siguiente fragmento de su novela Almas Muertas:

«Y todo pueblo que lleva en sí la garantía de sus fuerzas, grávido de las capacidades creadoras del alma, de su brillante peculiaridad y de otros dones de Dios, se distingue de modo privativo por su propio verbo, con el cual, al designar un objeto, cualquiera que sea, da a la vez expresión a una parte de su propio carácter (…) No hay palabra de vuelo tan alto, tan grácil, tan salida de las entretelas del corazón, que tanto hierva y palpite como una palabra rusa que dé en el blanco. »

Como vemos, más bien, como sentimos, hay espíritu en la sangre con que fueron escritas esas palabras de Gogol, espíritu que refleja la luz de la dorada fuente que nos baña tras la aurora, que denota su calidez y nos impele casi que por inercia al deseo o ímpetu de querer hundirnos, sumergirnos y embebernos en las letras rusas. Es por esa fiera emoción ante las letras de ese vasto país que el Club de Lectura de Ábaco, para empezar el año, decidió hacer coincidir la celebración de su primer decenio, con un ciclo de literatura rusa.

La primera de las obras que leeremos es Almas Muertas. Su autor Nikolái Gógol, la compuso durante su peregrinación por varios países de Europa, pues el tono satírico de su comedia «El inspector» lo había hecho víctima de la censura, tan conocida por sus contemporáneos. No obstante Gógol emprendió la tarea de esbozar su novela de modo tal que se palpara la necesidad de cambio ante la podredumbre que acechaba la sociedad rusa de la época, sin que su denuncia fuese lo suficientemente tangible para ser acusado y censurado por ello.

La novela, cuyo primer nombre fue Las Aventuras de Chíchikov, cuenta la historia de un hombre de mediana edad, Pavel Ivánovich Chíchikov, que llega a una ciudad de provincia en busca de terratenientes que le cedan o vendan sus almas muertas, esto es, los siervos —que eran denominados «almas»— que hayan expirado pero que aún aparezcan en el registro; para la época rara vez se hacían censos y por ende, no se tenía noticia de los que habían muerto, razón por la que suponían un gravamen innecesario para sus señores, que aún debían continuar pagando por ellos, razonamiento del que Chíchikov más de una vez se aprovecha.

Probablemente se pregunten para qué querría alguien personas muertas, si su utilidad es casi nula. Chíchikov, sin embargo, no se hacía con los cuerpos; lo importante era obtener nombres que estuviesen registrados. ¿Para qué? Han de explorar las páginas de la novela para ir destejiendo el intrépido plan del protagonista, cuya astucia desenfrenada muestra hasta dónde es capaz de llegar el ser humano para dar satisfacción a sus deseos, y cuán ávido debe ser uno para seguir sus impulsos, sabiendo valerse de cuanto entorno llegue a encontrarse.

De esta se dice que es la primera novela rusa moderna, y curiosamente su autor la consideró no una novela sino un «poema épico en prosa», ¡es entendible la razón!, su prosa se desenvuelve con un estilo que, dominando con total maestría y fluidez sus recursos, nos deja absortos; además, el narrador de esta curiosa obra llega a tener incluso un rol más activo que su protagonista, ya que se dirige por momentos al lector, quien es su interlocutor y es constantemente interpelado, para darle una que otra lección de literatura, como al señalarle que hay personajes de segunda y tercera categoría, y que a los últimos no es necesario detallarlos con tanta puntualidad. Se sabe, incluso, distractor del lector; aunque su labor, contraria a la de distraer, es mantenerlo enganchado a la historia, que, aunque larga, siempre mantiene aires de suspenso e intriga por esos detalles que va añadiendo progresivamente, dejándolo expectante y ansioso por saber qué sigue, como cuando los personajes realizan una que otra acción que resulte tediosa, por ejemplo, cruzar un zaguán.

Los personajes son también una caja de sorpresas, un conjunto abigarrado y hasta caricaturesco, que va desde lo más afable hasta lo más despreciable, y con la peculiaridad de que sus características los reflejan cual espejo. Hay momentos de la narración que se asientan con sonoridad y firmeza en nuestra memoria, como aquella descripción del concierto de perros que recibe a nuestro protagonista en la aldea de Koróbochka en medio de una noche lluviosa.

En general, es una obra magnífica la que Gógol ejecutó en Almas Muertas. La manera en que exalta a su patria, la emoción y orgullo que se percibe, pese a lo viciada que estuviera, dan fe del amor que por ella sentía; si no ¿se hubiese siquiera empeñado tanto en lograr un cambio? Muchos son los pasajes memorables que plasmó en la novela; cada uno de estos implica un deleite inefable, aunque sí vivible. El siguiente fragmento da fe de ello:

« ¿Mas, para qué ocuparse tanto tiempo de Koróbochka? ¡Qué más nos da Korobóchka o Manílov o la vida doméstica o la no doméstica, pasemos de largo! No es esto lo que maravilla en el mundo, sino otra cosa: lo alegre se convierte en tristeza en un abrir y cerrar de ojos si te detienes mucho rato ante ello, y entonces sabe Dios lo que se te puede ocurrir (…) ¡Pero pasemos de largo, pasemos de largo! ¿Para qué hablar de tales cosas? Sin embargo, ¿cómo explicarse que en los momentos en que uno, feliz y despreocupado, no piensa en nada, de súbito pasa, rauda, por su mente una chispa maravillosa? La sonrisa aún no se ha borrado por completo de la faz, y uno es ya otro entre las mismas personas y es ya distinta la luz que le ilumina el rostro…»

¡Quedan todos invitados a leer a Gógol y a unirse al ciclo ruso! La tertulia sobre la novela se realizará el miércoles 12 de febrero a las 6:00 P.M. en El Café de Ábaco en la Calle Santo Domingo. ¡Bienvenidos sean todos!

 

Por: Camilo Sierra Pacheco

Miembro del Club de Lectura de Ábaco


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