Crónicas pasadas por agua


Levantarme con el radio se ha vuelto costumbre, y de alguna manera las noticias que escucho marcan un poco el desarrollo anímico que tendrá mi día. Tal vez es un exceso sensitivo, pero me pasa, por lo menos durante medio día sigo pensando en las cosas que oí y me impactaron.
Hoy fue uno de esos en los que saber que una niña murió aplastada junto a su madre me genera un vacío en el pecho y la sensación de un dolor estomacal. Recordé que alguna vez en el ejercicio del periodismo, y en uno de los inviernos más difíciles de la ciudad, visité barrios y albergues. Esas imágenes no se me olvidan, y con tristeza las veo repetir en cada reporte de prensa y actualización noticiosa a la que tengo acceso.
En aquel entonces escribí tres pequeñas crónicas que quiero compartirles ahora, para que conmigo miren lo estáticos que podemos ser como ciudad, como una foto, pero mojada.
Ahora también tengo náuseas.
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Los hijos de la lluvia

Cuando la ciudad amaneció un jueves con el agua hasta el cuello sus nombres aparecieron en el primer reporte de la Cruz Roja de Bolívar, otra vez llegaba el fin de año y nuevamente tendrían vacaciones en un albergue para damnificados.
Después de varios días de resguardar a decenas de personas, el Coliseo de Deportes de Combate se impregna de lo que alberga, el olor a piel reina en el ambiente junto a las risas, el llanto y el juguetear de los niños, quienes parecen ser los únicos que disfrutan la estadía.
Eiber* y su hermano, de siete y seis años, corren hacia los visitantes como si les trajeran regalos. Para ellos es todo un acontecimiento ver llegar a alguien con cámaras fotográficas, comida, o cualquier otra cosa. Llenos de pena disparan preguntas y cuentan que lo que más les gusta es jugar, y que se dedican a hacerlo todo el día con sus amiguitos, mientras Vanesa*, su mamá, cuida del ranchito que la lluvia destrozó.
Eiber y su hermano extrañan a su mamá, que desde hace una semana los dejó con su vecina en un lugar lleno de gente extraña.
El informe de sicólogos y especialistas del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) revela que al igual que ellos son decenas de niños los que no están con sus padres, generándoles sentimientos de soledad y abandono.
Carmen*, la comadre de Vanesa, apenas tiene tiempo para velar por la seguridad de Eiber y su hermano, pues prefiere consagrarlo a sus hijos, que suman cuatro.
“Vanesa viene cuando puede, no puede dejar la casita sola porque se le roban lo poco que tiene. Ella es viuda.”, relata Carmen mientras los niños asienten con la cabeza.
El reloj marca las 3 de la tarde, ya todos almorzaron y descansan en sus colchonetas, los niños están felices; la carne con arroz y tajadas les dio más energía para saltar y gritar, Eiber y su hermano no son la excepción, por lo que se van a jugar con la esperanza de “ver a mami” al día siguiente.

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Invierno No Nato

Acostada en la camilla miraba al techo, y aunque podía sentir la prisa con que se desplazaba la ambulancia, el miedo de perder a su bebé la invadía al punto de la desesperación.
Mientras Arnolis* descansaba en la colchoneta comenzó a sentir un dolor muy fuerte en su vientre, atemorizada caminó hasta el kiosco de salud instalado dentro de su hogar de paso. El susto fue mayor cuando el médico le diagnosticó una amenaza de aborto en su cuarto mes de embarazo.
“Vivir en Olaya sector Ricaurte mientras llueve es difícil, y si se espera un bebé es peor. Una embarazada no debería estar aquí” afirma Petrona Orozco, una anciana que aunque es desconocida para Arnolis, vivió muy de cerca su drama, que se hizo de interés general en vista de que ahora compartían el “hogar”.
Según lo informado por el médico de turno, la amenaza de aborto pudo ser la respuesta a un alto nivel de estrés, causado por la tragedia que padeció Arnolis, quien estaba con algunas de sus vecinas, pues su marido cuidaba sus pertenencias. También pudo obedecer a la incomodidad del sitio o a la falta de descanso. Una vez en la clínica se le sugirió desplazarse a un sitio donde fuera posible relajarse y descansar.
Después de seis días de estar en el albergue su bebé aparentó no aguantar más y quererse ir, por fortuna no lo hizo, pero Arnolis sí, solicitó su retiro voluntario y se fue acariciando su pequeña barriga a la casa de una tía de su marido.

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¿Y Después?

“La comida de aquí es más rica que la de mi casa” dijo Mevis*, una niña de cinco años, mientras jugaba acostada en el piso.
De acuerdo con Kelly Ramos, coordinadora de uno de los tres albergues para damnificados, se encontraron muchos casos de desnutrición, por lo que fue necesario agregar a la dieta alimenticia Nestógeno, leche Klim o vitaminas para fortalecer a los niños que lo necesitan.
Ramos dice que a raíz del tratamiento que han recibido, muchos han recuperado el peso normal y se ven más sanos.
En la hora de la comida se da prioridad a los niños, quienes la convierten en una celebración, sobre todo aquellos que escasamente pueden ver porciones similares de una minuta planteada por nutricionistas.
Los padres de familia también han estado satisfechos y muestran tranquilidad por el bienestar de sus hijos.
“No tenemos queja, nuestros hijos han estado bien atendidos, han tenido comida, sábana y médico” señala Candelaria, madre de cuatro niños.
No obstante Mevis y sus compañeras de juego cuentan entre risitas, que quieren dar gusto al paladar y llenar varias veces al día sus estómagos al volver a su casa, así como en el albergue.

*Nombres cambiados.


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