Una sombra perfecta


“No te va a gustar lo que voy a decir, pero esta noche tiene que acabarse”. Lo dijo X con una mirada triste, prendida de agridulce y sabida de tantos desencuentros de amores olvidados.

Estaba desnuda, limpia, arrobada sobre una cama alta que la hacía lucir como una esfinge indiscreta.

Lukas se río, dejó el patíbulo de dos metros cuadrados, se puso el pantalón con timidez y premura, un acto inútil aunque púdico, pero de todas formas incomprensible, pues ella lo había detallado desde todos los ángulos, lo había palpado con sutil luminosidad bajo un encanto irresistible.

Dentro del lujoso baño y tras haber cerrado la puerta, Lukas se miró en el enorme espejo. Ciertamente, no era su casa.

Estaba en el apartamento de X, y había estado tantas veces allí que no podía explicar por qué cada vez que entraba le parecía un territorio inexplorado, era como ascender a un paisaje lunar, sólo posible por la presencia de esa mujer serena, atrayente y capaz de desprender la muerte de los espacios que ella habitaba.

Abrió la llave del lavamanos, se miró el pelo desordenado y fue consciente por primera vez de que X no sólo era su mejor amante, sino que resplandecía en su vida como un anuncio definitivo y quimérico, un azar que no podía durar, una mujer soñada que atravesaba los continentes de su memoria y se instalaba con tal autenticidad que todos sus problemas imaginarios se desvanecían ante cada sonrisa.

“Tienes que volver contento a tu casa, más cariñoso, y no vayas a tomar ninguna decisión apresurada”, volvió a sentenciar X envuelta en una toalla gris y desde el cuarto que para entonces expulsaba a Lukas de su vientre blanco.

A él no le gustaba oír esa clase de recomendaciones. Casi siempre se ufanó de no permitir que nadie vulnerara sus decisiones, pero admitía que ella no las hacía con saña, era más bien la costumbre de adelantarse, tanteando en el futuro, a las acciones subsiguientes de las personas amadas, pero aquella mujer acompañaba ese hábito con un tono de orden que había empollado once años atrás, cuando obtuvo la confianza que le fue tan esquiva.

Además, sentía que debía guiarlo en los precipicios del amor. Ambos habían sabido construir una comunicación directa que soslayaba las premisas, delirios y prejuicios de la hipocresía generalizada que se erigía y bifurcaba detrás de la puerta de calle.

 

***

—Cálmate y escúchame. El plan es sencillo. Primero nos casamos, una boda sin aspavientos, pero en la que se advierta el amor incorrupto y la admiración por el otro. Al fondo del recinto, mientras el cura hable, los pocos amigos que habrán llegado a testimoniar la unión, verán con lástima a tu exnovio, derrotado y rebasado por nuestra determinación doméstica. Lo siguiente es comprar dos tiquetes de avión a la isla griega de tu preferencia. El Mediterráneo se inscribirá como una golondrina en la aventura, también te permitirá mostrar tus curvas y esa silueta sexy y adorable bajo un vestido de baño crema. Cartagena quedará atrás como una ciudad frívola pero entrañable, como una amante hecha trizas por el latigazo violento de una decisión. Ay, amor, el mar turquesa, las gaviotas anodinas, nuestras miradas sostenidas en la penumbra y en los mediodías; la fachada blanca, limpia, secreta de nuestra casa. Ay, amor, el plan es sencillo.

—Me convenciste. Articuló desde su aparato electrónico X, apartando los fantasmas que se empezaban a cernir sobre la visión.

La carta-mensaje de Lukas no podría haber sido más ridícula, quizá porque todo lo cursi encierra un movimiento telúrico que resquebraja la apostura, tantas simulaciones que se asumen para estafar y estafarse.

X estaba convencida de que la divagación de aquel soñador empedernido era tan sólo un disparate, pero acogió la imagen y la guardó en un resquicio de su cerebro, al cual sólo entraría bordeando la muerte veinte años más tarde. Sin embargo, esa noche abrigó la noción de Lukas. Sé sintió parte de. Al menos integraba la esfera del universo caótico de las ilusiones de alguien.

Se desnudó en la soledad de su apartamento para tratar de entender qué ambivalencia generaba su cuerpo en el cuerpo de su amante.

Motivada por una sensación de confuso desasosiego, se maravilló ante el espejo que la proyectaba sensual. Apagó las luces, pero el reflejo no se perdió. Ahora era una sombra perfecta. Sus suaves senos se veían nítidos y traslúcidos, provistos de una voluptuosidad nada exagerada, pero que sí afirmaba su capacidad amatoria.

Bajó la vista para denotar el contorno de su cintura, que rompía en pendiente con sus caderas atisbadas por una luz que vacilaba intermitente y que, al parecer, se originaba desde su teléfono celular. La lamparita palpitando indicaba un nuevo mensaje recibido, a lo mejor, de Lukas. Pero estaba ya embebida por su figura, que se sostenía por la firmeza de sus piernas tornasoladas, como es natural, bajo el impertérrito sol caribeño. Lo que todavía permanecía en la llana oscuridad era su rostro. Su cabello suelto, en cambio, agregaba una apariencia angelical a la fascinación que le producía mirarse en la ausencia de todo, una voraz parsimonia lumínica que sólo interrumpía el brillo vacilante y avaro del móvil. X escapó del encanto, volvió en sí y recogió el celular de la cama. En efecto, era Lukas nuevamente.


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