Tumbados en la cama


Has vuelto
y te anuncias como el sol de invierno.
Transoceánico, cansado, vuelo mediante;
traes en las manos el tacto de otro hombre.
En el pelo, la constatación del tiempo.
En el tono de tu voz, una indescifrable memoria.

Has vuelto
y no nos veremos las caras
ni hoy ni mañana.
Tienes que cuidar a tu madre,
a tu hijo y a tu hermano.
Por tanto, has regresado para asir los heraldos familiares.
Alguien debe hacerse cargo de las luces de Navidad.

No te preguntaré lo que no quieres responder.
Hablarás de paisajes, pisos térmicos y mentiras.
Anudada a otros países,
ocultarás tu sibilina felicidad.
Porque, cómo no,
has querido con el cuerpo y el pensamiento,
consentida detrás de las cortinas de una habitación estrecha,
aprovechando que el chico estaba en la guardería
y que los vecinos fingían no enterarse.
Pernoctar es, sobre todas las cosas,
una de las formas de la educación;
y la piel es lengua extranjera,
pero colonizable.

Has vuelto,
y sin saberlo
me has traído
la vida de la que hablamos tumbados en la cama.


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