De chismosas y borrachines


Hay dos elementos que no faltan en un barrio popular: un grupito de borrachines y una cuadrilla de chismosas. Elementos que con frecuencia son complementarios. Cuando la agitada agenda de las chismosas se queda sin novedades, entonces recurren al inagotable comodín de criticar a los borrachitos de siempre; y cuando los borrachines se quedan sin trago, motor etílico de sus tertulias y sus noches, se consuelan achacando su mala fama a las viejas chismosas que han renunciado al noble propósito del buen vivir por el fin abnegado de entrometerse en la vida ajena.

De estos dos bandos, en términos generales, simpatizo más con el de los borrachos. Primero porque los borrachines de barrio, salvo algunas excepciones, son una especie de logia donde la camaradería gira alrededor de su embriagante afición que solo los compromete a ellos. El solitario oficio de las chismosas, en cambio, es de mezquina y descarnada saña contra los demás y, en mayor medida, contra sus propias colegas. Además, el método de los borrachines suele ser de un efecto discreto; el de las chismosas, de estridente imprudencia.

Aún cuando pudiera pensarse que chismosas y borrachines son militantes de tiempo completo, en realidad no es así; pues, como en todo oficio, tienen jornadas definidas que además son opuestas. Los borrachines inician su faena poco después de que la última chismosa se acuesta, se beben tres o cuatro botellas del trago más barato y finalizan su turno justo antes de que salga el sol. Las chismosas, por su parte, tienen una rutina más compleja: aún con ropa de dormir salen a la calle con los primeros gallos, llevan una escoba en las manos como pretexto, simulan barrer el frente de sus casas aguzando el oído, furtivas, listas para cazar cualquier conversación, porque es en el fresco de la mañana cuando mejor se transmite el sonido. Con esto complementan lo que hayan podido escuchar o imaginar la noche anterior a través de las paredes alcahuetas.

Esta etapa de cacería acaba cuando hijos y maridos salen hacia sus estudios y labores. Después de eso, los datos que han recogido pasan por un aplicado proceso de exageración, adaptación, edición y tergiversación. Tanta es la experiencia que tienen en este oficio que un primer borrador es suficiente. Entonces, cuando cada chismosa tiene su versión retocada o degenerada de la realidad, a modo de calentamiento, empiezan a soltar unos concisos y calculados titulares para generar expectativa y tantear el impacto potencial de cada boletín. El objetivo es concentrar el veneno en los dardos más eficaces: «quién lo iba a pensar, la que no mataba una mosca», diría una; «es que entre cielo y tierra no hay nada oculto», replicaría otra; «no tengo necesidad: hasta la puerta de mi casa me llegan todos los cuentos». Como ninguna quiere precipitarse a revelar sus cartas, estas primeras escaramuzas se hacen bajo la modalidad de la indirecta.

Aunque simulan no hacerlo, cada chismosa escucha atenta cada pregón y en seguida deciden si es una agresión a rebatir o si son elementos que le dan soporte a sus propias versiones. Dependiendo de ello, preparan las siguientes rondas bien sea con contraataques o con confabulaciones provisionales: «tú ni hables que todos saben que tu marido te sacó de un burdel», grita la una; «eso sí es verdad, y de eso dan fe esas carnes trajinadas», apoya la otra; «si a eso vamos, mis amores, aparte de servirme de colchón parece que ustedes hicieron bastantes horas extras», se defiende la aludida. Y así sigue la dinámica viperina subiendo de intensidad, color, volumen e improperios de ida y vuelta hasta que llega al punto en que una de las chismosas, vencida en su dignidad, dice que mejor se mete a su casa porque no le gusta el chisme. Lo sorprendente es que casi nunca se pasa del insulto al golpe. Al rato las chismosas siguen con sus labores del día a día.

Los borrachines, por su lado, se dedican a alguna actividad sencilla que no implique madrugar y que les permita rebuscarse lo de la cuota diaria de ron. Luego esperan la noche quieta para sentarse en torno a la botella y empezar un nuevo ciclo de cotidianidad. Aunque la forma puede ser discutible, lo que destaco es que en el fondo, chismosas y borrachines, han encontrado la manera de vencer al tedio sin matarse. Por ello, esa afición por el vidrio por parte de los borrachines, y la afición por la lengua por parte de las chismosas, las anoto como un triunfo del ocio intrascendente y del lenguaje desparpajado sobre aquella otra violencia de extremos que nos pesa tanto y que es la que al final se impone llevándose por delante tantas vidas. Salud entonces a las recias chismosas y a los perniciosos borrachines.

 

@xnulex


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