El corazón de la guerra


A mi manera de ver, nada, absolutamente nada justifica una guerra.
No tiene ningún sentido mandar a los jóvenes más productivos que no han tenido la oportunidad de ser ciudadanos útiles en la sociedad a que se maten en nombre de la libertad, del petróleo o de Dios, dependiendo del lado geográfico por el que se mire.

Tampoco tiene ninguna justificación la guerra interna que durante años ha desangrado al país, acabado pueblos enteros y cobrando la vida de jóvenes Colombianos que ven en el ejército nacional, en la guerrilla, en las autodefensas, las Bancrim o el narcotráfico la opción para tener una mejor vida, aunque sea corta.
Pero allí está, conviviendo con nosotros todo el tiempo. Para la gran mayoría esas guerras se viven como en un universo paralelo, nos conmueven, dan impotencia y rabia pero al final es una realidad distante; sucede en un país igual al de nosotros que experimentamos a través de un lente mediador, es una historia que alguien más nos cuenta ya sea un periodista, un escritor, un guionista, un director de cine o hasta uno de sus protagonistas.
Por eso, esas películas en las que se glorifica la guerra, los héroes, las víctimas, en las que “el fin justifica los medios” y en las que hay un bando bueno y uno malo perfectamente delimitados siempre me dejan un sabor agridulce por muy buenas que sean.
No es real. En la realidad hay razones y justificaciones que llevaron a cada uno de esos jóvenes a tomar el camino que tomaron, para al final convertirse en títeres de un poder más grande que mueve sus vidas como fichas en un partido de ajedrez dependiendo de los intereses del momento.
Hecha la aclaración, quiero recomendarles algunas películas que tocan el tema de la guerra desde diferentes y refrescantes perspectivas, si es que algo así es posible.
Este año, la ganadora del Oscar a mejor dirección (Kathryn Bigelow) fue una oda a la labor que hacen los agentes antiexplosivos en Bagdad. The hurt locker (2008) es más americana que McDonald’s, más gringa que la Estatua de la Libertad y más yankee que Superman.
El héroe es el típico J.I Joe sin miedo a nada y con poca aprehensión hacia su propia vida, lo que lo pone en riesgo no sólo a él sino a todo su equipo.
La verdad esperaba más de esta película con tanta bulla que le hicieron. Destacable el manejo de las cámaras que le da un toque subjetivo y realista, aunque puede llegar a ser un poco molesto el constante movimiento de la imagen.
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En una esquina totalmente opuesta está Dear John (2010), una historia romántica no apta para los poco tolerantes a altas dosis de amor imposible. Si es hombre y está en plan de conquista es perfecta, ella terminará creyendo que el amor eterno existe y, por qué no, podría ser usted.
Antes de que el mundo ideal cambiara, es decir, antes de la caída de las torres gemelas, un soldado conoce a una chica durante sus días de licencia y se enamoran. Trascurridas las dos semanas de permiso debe volver a su base en Alemania, no sin antes hacerle la promesa de que regresará vivo en unos pocos meses cuando termine su responsabilidad en la Fuerza; ella, por su parte, le promete escribirle con frecuencia.
Unos días antes de regresar definitivamente, ocurre lo inimaginable, caen las Torres Gemelas y la libertad se ve amenazada. Los valientes tienen que dar un paso al frente para restituir el orden normal de las cosas y devolverle al “mundo” el sentido de seguridad perdido.
Él duda un segundo. Correr hacia el amor lo hace un cobarde egoísta con sus compañeros o correr hacia la guerra inminente lo hace un valiente egoísta con ella. La decisión es difícil. Termina escogiendo a su país y la guerra, y parte nuevamente.
Después de un tiempo y cientos de cartas, ella lo cambia por otro y él pierde la razón de existir y se vuelve, como él se describe “una perfecta moneda acuñada para el ejército americano”.
Las historias paralelas que complican la relación entre los dos protagonista conmueven, toda la película conmueve sin llegar a ser insoportable y deja eso que me encanta de la películas románticas, la sensación de que en últimas todo resulta como debe ser y las fichas, después de todas las complicaciones, caen en su lugar. Da esperanza en los días en que todo se ve imposible.
Taking Chance (2009), una producción de HBO, es la mejor película de guerra que me he visto (o por lo menos que recuerde ahora).
Tiene todo eso que dije en un principio que no me gusta de este género: el héroe, las víctimas, el patriotismo exacerbado y a pesar de todo es la historia más sencilla y la más humana.
Kevin Bacon interpreta al teniente coronel Michael Strobl, un hombre que ha dedicado su vida a la armada americana pero cuando le tocó el momento de dar la cara por su país y ofrecerse para ir a Iraq, como lo hacían todos sus compañeros, prefirió un trabajo seguro de oficina cerca de su familia.
Una noche, revisando la lista de las bajas en batalla encuentra el nombre de un joven marine de solo 19 años, Chance, muerto durante una misión. Strobl se ofrece para acompañar los restos de vuelta a casa, una responsabilidad que usualmente le es asignada a personal de rangos inferiores.
La película se centra en el significado de ese último viaje de Chance. El respeto y el honor con el que es tratado y el efecto que tiene en las personas que se topan en su camino. Ese féretro cubierto por una caja de cartón escoltado por otro militar es el recordatorio de que hay jóvenes muriendo del otro lado del mundo en nombre de la libertad y de un estilo de vida del cual los americanos se sienten orgullosos.
Toda la película recae en la interpretación de Bacon, quien personifica al experimentado militar con la confianza arrogante, la fría seriedad y la capacidad de mantenerse inmutable ante las experiencias más difíciles características de los hombres de la guerra, pero que a través sutiles gestos e inflexiones, con pocas palabras y sin sobreactuarse, trasmite la incomodidad y la tristeza que significa entregarle a una madre los restos de su hijo de 19 años.
Taking chance es sencilla, sin muchas pretensiones, ofrece una mirada neutral pero cargado de sentimiento de la guerra, la vuelve personal al enfocarse en Chance quien podría ser el amigo, el hermano, el hijo o el vecino de cualquiera.
La película tiene pequeños guiños que se pueden prestar para algunas interpretaciones libres. Entre los objetos personales que Strobol le devuelve a la familia se encuentra una medalla de San Cristóbal, el patrono de los viajeros; personalmente lo que más significado tiene, sobre todo porque no se escogió deliberadamente para la película ya que se basa en una historia real, es el nombre.
Chance, en inglés significa oportunidad, posibilidad, ocasión, azar… Todo lo que los jóvenes deberían tener, oportunidad de vivir sin que su única opción, aceptada socialmente o no, sea unirse a una guerra.


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