La vida es eso que pasa mientras nos desgastamos mirando el reloj. Tan corta como para finalizar con el chasquido de un dedo, tan volátil como el más fino de los aromas, tan efímera que finaliza antes que podamos prepararnos y tan ajena, que ni nuestros cuerpos podemos llevarnos. Tan paradójica es la vida, que ojala supiéramos darle valor.
Me llama mucho la atención y me desarma cómo algunas personas han encontrado ese motor de arranque que transforme su percepción y proyección ante la vida, convierten lo ordinario en extraordinario y lo cotidiano en excepcional. El viernes, por ejemplo, tuve el viaje de mi vida a bordo de “La vaca fantástica”, un famoso taxi que ha cautivado a la ciudadanía por su originalidad y alegría. Hasta entonces había sido para mí sólo una leyenda, pero, luego de haber vivdo la experiencia como pasajera analicé más allá de los elementos que le adornan la razón por la cual su conductor decide convertir su carro en un vehículo hacia el despeje mental, su oficio no es transportar, sino contagiar de alegría, convirtiendo el caótico servicio público en un bar sobrio, mágico- cómico- musical en el que disfrutas hasta el más complejo de los trancones y no duele un peso pagado. Da gusto ver cómo la pasión se esconde entre las pequeñas cosas, reviviendo corazones en picada y como la rutina es una tierra que no da fruto y deteriora lo sembrado. En ningún momento de mi corto recorrido indagué al pintoresco taxista, no necesité escuchar de sus palabras lo que había leído de la contagiosa alegría que emana su actitud de servicio.
De nada sirve el doctor si es el ejemplo malo del pueblo, y sea cual sea la vocación, procuremos ser los mejores, porque para servir hay que ser, (tan perfecto es el lenguaje que al momento de escribirlo es consecutivo en el orden de la palabra). De la abundancia del corazón habla la boca, la vida transcurre mientras la ignoramos y sería egoísta morir sin haber vivido dando lo mejor, sintiéndonos felices desde nuestro corazón y proyectándolo a quien nos rodea.
