LA ODISEA DE PEDRO PUEBLO


“Médicos. Hombres de suerte.Sus éxitos brillan al sol... y sus errores los cubre la tierra.”
(Michel E. De Montaigne)

La mañana aún no le ha permitido salir al sol a dar los buenos días a Pedro Pueblo; además, está muy enfermo en estos días de octubre y cansado de caminar ha preferido ocultarse por unos buenos días. El sol no ha venido desde hace rato a saludar a este sufrido personaje que, guareciéndose de una pertinaz lluvia, espera que abran los consultorios de la clínica donde es atendido con displicencia por un grupo de “Nuevos profesionales de la medicina” desde hace unos años. Profesionales que tal vez tienen los mismos problemas que Pedro Pueblo o tal vez peores. No se sabe con certeza o, si se sabe, no se desea expresar.
Pedro Pueblo observa y compara. Se interroga a si mismo; elucubra con la rapidez de su capacidad y agilidad mental ¿le habrán mandado Acetaminofèn o Ibuprofeno al señor Presidente de la República ahora que lo operaron de la próstata? ¿Habrá tenido que esperar hasta tres meses para que lo viera el Urólogo y le diagnosticaran el cáncer? ¿Tuvo que esperar y rogar para que le realizaran con urgencia la cirugía porque sino se moría en el Palacio de Nariño sin haber recibido los servicios de su EPS? Así era Pedro Pueblo, ingenuo y mordaz; pero ingenuo.
Ya la imposición del nuevo sistema de salud ha hecho de las suyas desde aquel diciembre veintitrés del noventa y tres. Jamás se pensó que sería la invisibilizaciòn y el deterioro de la condición humana en un país tan creyente a la Virgen del Carmen y al Sagrado Corazón de Jesús, que celebra la Semana Santa como si fueran unas carnestolendas o como si fuera los últimos día del ron y la cerveza y hay que aprovecharlos al máximo; país donde nos matamos por un gol del equipo amado o de la selección de fútbol y nos damos golpe de pecho cuando alguien critica fuertemente las anomalías, acudiendo a la limpidez y asepsia moral. Sin embargo, allí estaba Pedro Pueblo esperando pacientemente como si sus derechos no fueran fundamentales ni esenciales, o mejor dicho, suplicando algo que estaba regulado en una ley hecha quizás para controlar la natalidad y el crecimiento demográfico. No se sabe cuáles fueron sus verdaderos propósitos ni quien los cráneo con tanta malevolencia. O tal vez se sabe, pero Pedro Pueblo no se atreve a decirlo por temor a desaparecer y ser estigmatizado como rebelde.
Pedro Pueblo muchas veces suplica a través de tutelas para que lo atiendan y dejen vivir, no obstante la voracidad y la deshumanización de los dueños de esas empresas de muerte. Él no quiere morir abandonado de la mano de Dios por la abulia estatal y la desconsideración de esos insensibles mercaderes.
El tiempo transcurre como si no fuera valioso para él. Pedro Pueblo, protegido con un viejo periódico, espera tejiendo y destejiendo, tal como Penélope de Ulises, las palabras con las cuales lo ilusionaron cuando apenas se hablaba en los salones y círculos políticos de las ganancias y ventajas que se podían obtener con la creación de esta ley nefasta y perversa para sus intereses, pero que él aplaudió sin rechistar. Eran clínicas y centros de atención de salud como si fueran hoteles de cinco estrellas, le decían a él.
-Fui un pendejo- se maldijo por haber comido esa carreta.
A su mente llegaban a raudales imágenes de entrevistas de gurúes, expertos y especialistas que se aventuraban a vaticinar una sociedad equilibrada e igualitaria tutelada por un estado y unos gobiernos democráticos, defensores de sus derechos de la salud y el bienestar social. Noticias lanzadas al aire por la radio, la prensa escrita y la televisión de los beneficios de esa nueva estructura para atender la salud de la gente. Era la panacea del gran cáncer y deteriorada salud del país y el sucedáneo ideal del I.S.S. Total, no había quien rebatiera con buenos argumentos las desventajas del nuevo sistema y quien lo hiciera era enemigo del sistema y estaba en la lista negra de los posibles desaparecidos.
Así una a una se fueron hilvanando algunas relucientes palabras de la ley 100, convertidas en interrogantes en la mente de Pedro Pueblo : ¿Seguridad Social Integral?¿ Disponer a las personas y a la comunidad para gozar de una calidad de vida?¿ Cobertura integral de las contingencias?¿ Lograr el bienestar individual y la integración de la comunidad?¿ Derechos irrenunciables de la persona y la comunidad para obtener la calidad de vida acorde con la dignidad humana?¿ Obligaciones del Estado y la sociedad, las instituciones y los recursos destinados a garantizar la cobertura? ¿El servicio público esencial de seguridad social se prestará con sujeción a los principios de eficiencia, universalidad, solidaridad, integralidad, unidad y participación?
Mientras Pedro Pueblo se interroga, es atendido sin ser auscultado como debería hacerse en toda consulta médica, pues el médico sólo le presta atención al software del computador para prescribir el Ibuprofeno genérico con el antiparasitario de siempre, después de preguntarle el nombre y la edad. El dolor y el abandono lo matan lentamente y le acrecientan las posibilidades de morir sin disfrutar de una pensión. Pues ya ni trabajo tiene para alcanzar ésta y si tiene el derecho a tal privilegio, seguramente no lo disfrutará en esta vida.


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