¿Bullying?...ai don sinsou


Creo firmemente que esta es sin lugar a dudas, la nueva época dorada del periodismo. Tener noticias recicladas cada semana debe tener pletóricos a los reporteros y editores de los medios en Colombia, ya la ciudadanía conoce en detalle todo lo concerniente al caso Colmenares y el homicidio que nadie cometió ; la archiconocida estafa de Interbolsa; el caso Petro, en todas y cada una de sus entregas semanales y de manera pormenorizada, además de su responsabilidad en el efecto invernadero, su presunta vinculación con Hamas, Estado Islámico, Al Qaeda y el AH1N1. Los huecos, asaltos, y accidentes de tránsito en Bogotá en el Prime Time como si se tratase de casos excepcionales de los que la humanidad no adolece; Venezuela y las locuras del emperador están presentes en cada emisión de nuestros  noticieros; los embarazos de Shakira, el exjugador de futbol que tiene por marido, su primogénito de nombre ridículo que pronto tendrá un hermano llamado Berlín, Roma, Catalunya o Londres; pero nunca Pivijay o Arroyohondo; los Nule, sus contratos y lo que han dicho; pero sobre todo lo que callan y esconden; Millonarios, Santa Fe y Nacional en el único torneo oficial de futbol con sólo tres equipos; y por último; pero no por ello menos importante, el Bullying en los colegios.

Desde tiempos inmemoriales el acoso y abuso escolar han existido en escuelas y colegios del mundo, y Colombia no ha sido la excepción. Prácticamente todas las personas que conozco –incluyéndome- han padecido en mayor o menor medida el acoso por uno o más compañeros. Te molestaban por feo, por bonito, por pecoso, por rubio, por negro, por gay, por llevar merienda (cosita), por no llevar, por vivir lejos, por vivir cerca, por gordo, por flaco… en fin. Quienes tuvieron el privilegio de asistir día tras día a estudiar en primaria y bachillerato pueden dar fe de esto. Hasta aquí los neofundamentalistas no deben ver una atenuación ni una justificación de la violencia. No es el caso, la violencia sólo encuentra una excusa en la mente perversa del victimario.       

Hasta hace relativamente poco tiempo, antes de la abrumadora explosión tecnológica de nuestros días, cuando los padres percibían un cambio en el comportamiento de sus hijos, acudían de inmediato en su apoyo para tratar de dilucidar que ocurría en esa atribulada cabecita. Si el malestar provenía de un compañero abusador y el padre de la víctima creía  en las instituciones por encima de las acciones, presentaba la queja ante las autoridades pertinentes en la institución educativa procurando pronta corrección. Las matriculas condicionales y las expulsiones eran mecanismos tradicionales de disuasión. Si el comportamiento abusivo persistía, los padres afectados visitaban a los padres del menor infractor y después de una reprimenda de las que ahora están proscritas por psicólogos y pedagogos sin hijos, casi todo quedaba solucionado.

Para muchos padres el colegio sólo es valorado como una ayuda por la que pagan para tener un momento de paz y soledad ante la agotadora tarea de combinar trabajo y hogar. Con el advenimiento de las nuevas tecnologías y su masificación desmedida, los padres se encontraron absolutamente desconectados y superados debido a que no hubo transición entre las etapas previas y lo que viven ahora. Antes, los padres vetaban cierto tipo de amistades del barrio o el colegio basándose en prejuicios y en su propia intuición; ahora, el barrio y el mundo entero se han trasladado al campo virtual en el que los padres sólo tienen una lejana idea de lo que ocurre en esa realidad alterna. Si algún día tuvieran acceso a esa misteriosa maraña de redes sociales, en el mejor de los casos sólo podrían leer los misteriosos Nicknames de quienes comparten la mayor parte del tiempo con el extraño que tienen por hijo. La desconexión entre padres e hijos producida por la brecha tecnológica ha llevado a un deterioro de parte de los primeros para preparar y adiestrar a sus vástagos y en la incapacidad de estos últimos para adaptarse y enfrentar lo que antes era un imperativo para sobrevivir ante los embates que la vida planteaba desde tiernas edades. Resultaba prácticamente un entrenamiento. Si un niño más grande o con distintas convicciones te molestaba, buscabas a tu hermano o a tu primo y lo confrontabas. Si no tenias en quien apoyarte, empleabas cualquier argucia a la mano para evitar que el abuso fuese consuetudinario. El suicidio no era una opción. Ya lo dijo Darwin: adaptación.

Es claro que un comportamiento violento, primitivo y regular no constituye de ninguna forma una tradición, salvo la tauromaquia según la corte, sin embargo, el excesivo cubrimiento de los medios de comunicación respecto al Bullying y sus consecuencias hacen pensar en una práctica nueva y sorpresiva merecedora de toda la atención posible cuando lo que de verdad resulta preocupante es la incapacidad de las nuevas generaciones para hacer frente a los problemas y dilemas que la vida ofrece en todas sus etapas. Las redes sociales aumentan el contacto entre las personas, pero lo hacen más impersonal, frio, distante, irreal. Los conflictos trazados en las redes sociales se solucionan bloqueando al contacto o cerrando la sesión. En el mundo real, las cosas no se resuelven cerrando la página ni instalando adblock y mucho menos de manera remota. La labor de padres va más allá de comprar cada gadget  anunciado por el Olimpo de Apple y Samsung. Es hora de tomar las riendas de aquellos a los que nunca pidieron ser traídos a este mundo hostil e hipócrita.


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