El Ricky actuando

“El Ricky”, el personaje de Sincelejo


El personaje tiene rostro inofensivo, casi infantil, aun cuando parte de su cabeza está poblada de cabellos blancos, mientras que la otra sección es una calva semipoblada, que suele ocultar con una gorra roja de beisbolista.

Me dice que su nombre completo es Donaldo Enrique Vergara Otero, pero que en Sincelejo (¡y cuidado que en todo el departamento de Sucre!) se le conoce como “El Ricky”.

Aunque habla en bajo tono, y sirviéndose de un léxico más bien modesto, El Ricky no esconde la percepción que tiene de sí mismo: no sólo está consciente de que sus coterráneos lo consideran un personaje, sino que él mismo disfruta ubicándose en esa categoría.

Sus cualidades de personaje no tienen nada que ver con el ruido o con la rimbombancia. Todo lo contrario: sabe que su mejor estrategia es guardar silencio y hacerse visible mientras camina las calles de Sincelejo, ignorando las altas temperaturas diarias, como si estuviera protegido por una envoltura de brisa.

Afirma que por lo general se viste con prendas deportivas, como las que tiene este sábado ardiente en las calles del Centro de Sincelejo: una camiseta amarilla que exhibe, en su parte delantera, el nombre de un establecimiento comercial; y, en su parte superior trasera, el remoquete de El Ricky, acompañando el rótulo del mismo negocio.

El pantalón es una sudadera azul con letras blancas, que hablan de un famoso restaurante sincelejano. Una vez ataviado con tales prendas, El Ricky alza sobre su cabeza, y utilizando el brazo derecho, una pancarta de considerable tamaño en donde reza: Llanera la 21 apoya el deporte sucreño. Saludo a todos nuestros deportistas. En su homenaje y ex dirigentes deportivos. Ricky.

Es esa la causa de su popularidad: su cuerpo y sus pancartas lo convirtieron, desde hace 38 años, según cuenta, en una especie de publicidad ambulante inagotable.

El viernes, los comensales de un restaurante de la zona rosa de Sincelejo comentaban la popularidad de El Ricky, resaltándolo como una visión común entre el paisaje citadino. Siempre hay alguien que lo ha visto desde una esquina, desde la ventanilla de una buseta, desde una motocicleta, desde el piso alto de un edificio, desde la fila de la taquilla de un estadio o desde el palco de una corraleja taurina.

De pronto, una de las voces se alzó sobre las demás y recordó que por esos días El Ricky cayó enfermo de gravedad, que estuvo varias semanas internado en un hospital y que la mayoría no tenía muchas esperanzas en su recuperación. Pero nadie en el restaurante supo describir la naturaleza de sus padecimientos, cosa que no impidió el surgimiento de frases especulativas como “es que El Ricky se asolea mucho”, “es que no se alimenta con juicio”, “es que camina demasiado”, “es que...”

Al día siguiente, con el calor en su máxima efervescencia, salimos en busca del personaje, pero siempre con el temor de no encontrarlo en su casa del barrio Puerto Escondido. Tocamos la puerta. Por la ventana se asomó un anciano que podría ser la versión futura del El Ricky. Nos dijo que el personaje ya llevaba, por lo menos, dos horas de haber salido a su rutina de publicista ambulante.

Se nos ocurrió que podría estar a la vuelta de la manzana, en el restaurante Llanera la 21, pero, en cuanto llegamos, un hombre robusto metido en una cabina con rejas de hierro pintadas de rojo dijo que hacía unos diez minutos había abandonado el establecimiento. Intentó localizarlo mediante un teléfono celular. Y lo consiguió. A los pocos minutos, el personaje apareció en su estado natural: cargando una pancarta y con el rostro brillante por el sudor pegajoso que descendía de su calva.

***

A lo largo de los últimos años El Ricky le ha contado tanto a periodistas radiales, como de prensa y de televisión (lo que refuerza su actitud de personaje) que viene siendo el cuarto de seis hermanos y que, terminando de cursar el quinto de bachillerato, suspendió los estudios para ponerse a trabajar y a ayudar a sus padres.

De manera que mientras su papá, Donaldo Vergara, continuaba ganándose la vida como diseñador de avisos publicitarios, El Ricky se enroló en el almacén de telas llamado El Pintoso, de propiedad de un empresario nombrado Iván Feris Chadid, quien también era propietario de una cuerda de boxeo que exhibía el mismo nombre del almacén.

“Recuerdo —cuenta El Ricky— que en esa cuerda teníamos como 15 boxeadores de Sucre. Yo combinaba la venta de las telas con el trabajo al lado de los boxeadores. Cuando había veladas en el barrio San Vicente, me tocaba estar pendiente de los guantes, los cabezotes de los boxeadores amateurs, aunque también había boxeadores profesionales. Otras veces me tocaba salir en un carro y con un megáfono, promocionando los conciertos musicales que organizaba El Pintoso. Allí duré trabajando dos años y medio, cuando Feris suspendió la cuerda de boxeo y se fue para los Estados Unidos”.

Por sus propias palabras, se intuye que a El Ricky la entrada al mundo boxeril no le resultó tan difícil, puesto que la afición por los deportes se le despertó a los 17 años, cuando hizo parte de equipos de fútbol sincelejanos como el Tres Esquinas y el Real Puerto, actividades que alternaba con la promoción comercial, siendo el balompié uno de sus primeros intentos por convertirse en el hombre más popular de Sincelejo, Sucre, Colombia y —¿por qué no?— el planeta entero. Por eso, su segundo intento fueron los escenarios de boxeo, los que debió dejar y dedicarse nada más a la publicidad.

“Cuando les dije a mis papás que me dedicaría nada más a la publicidad —relata en tono bajo—, me preguntaron que si me estaba volviendo loco. Y yo les respondí que no, que yo lo que quería era ser un personaje famoso, como se los venía diciendo desde años atrás. Entonces, fue mi papá quien me hizo las pancartas durante 14 años; y yo le pagaba, porque familia es familia y negocio es negocio. Pero llegó el momento en que la edad no lo dejó trabajar más y busqué a Jairo Núñez, un barranquillero que trabaja muy bien y quien ahora mismo es el único que me hace los avisos”.

Promocionando las primeras pancartas con anuncios de veladas deportivas, logró relacionarse con el comerciante Luis Jaraba, el propietario del restaurante Llanera la 21, en donde estamos conversando. Allí, al igual que en El Pintoso, se ocupaba de todo, pero con la diferencia de que siempre tenía tiempo para exhibir una que otra pancarta.

“Por allá como en 1997, Luis Jaraba me dio plata para que fuera a Barranquilla a promocionar un partido de béisbol entre Los Toros y Los Caimanes, y se me ocurrió esta pancarta: Toros venceremos a Los Caimanes. Palo con ellos. Llanera la 21. Ese día salí por la televisión y, cuando regresé a Sincelejo, la gente comenzó a llamarme para que les promocionara sus negocios con mis pancartas. Desde entonces, no he podido quedarme de tiempo completo en la llanera, pero sigo viniendo por aquí a saludar a mis amigos”.

Ahora se gana —tal vez más, tal vez menos— 800 mil pesos mensuales, cobrando entre 25 y 30 mil pesos, dependiendo del cliente. Trabaja de 8:30 a 12 del día; y de 2:30 a 5:30 de la tarde. Durante ese lapso camina por casi todas las calles del Centro, según sea la magnitud de la publicidad que le encarguen.

“El Ricky no mama gallo”, afirma Miller García, un asesor de comunicaciones de la Gobernación de Sucre, quien agrega que “cuando lo contratas para que te camine una publicidad por dos horas, lo hace. Por ejemplo, yo le he pedido que me promocione avisos de la Gobernación, los cuales necesito que toda la ciudad conozca; y no sé cómo hace, pero al día siguiente ya todo el mundo está enterado”.

No obstante sus largas caminatas diarias, bajo sol o el sereno, El Ricky no siempre camina. La mayoría de las veces se ve obligado a hacer varias paradas para saludar o conversar un poco con las personas que lo saludan y que dan cuenta de la enorme popularidad que tiene en Sincelejo, una popularidad que no le alcanzó para ser uno de los mejores futbolistas del mundo, pero sí para coleccionar periódicos y revistas deportivas que de pronto me invita a conocer en su casa.

***

Regresamos a su residencia. Ahora nos recibe una anciana a la que el personaje presenta como Enith de Vergara, su madre. La vivienda es casi subterránea. Está a orillas de una calle transitada y, casi siempre, tiene la puerta cerrada para evitar las agresiones del sol desde las primeras horas de la mañana.

Además de profundo, el inmueble parece un laberinto con una sala pequeña. El Ricky se despoja de la gorra, y nos hace la seña de que le sigamos. Nos lleva a un pequeño callejón en donde nos espera un escaparate de madera repleto de periódicos y revistas que hablan de deportes.

“Esta es como la biblioteca de los estudiantes y los periodistas. Aquí vienen a buscar tareas o a acordarse de alguna cosa que pasó en un estadio, en un ring o en cualquier fecha deportiva importante”, explica El Ricky y luego nos señala hacia otro cuarto un poco más amplio, en donde no sólo conserva más revistas y periódicos, sino también pancartas viejas, enrolladas y dispuestas de manera vertical entre los pieceros de su cama y la pared.

Allí también nos muestra los escudos, zapatos, uniformes y fotos enmarcadas que se ha tomado con personajes como Orlando Cabrera, Amparo Grisales, El Pibe Valderrama, Pambelé, Cochice, Edgar Rentería y todos los personajes que hayan visitado Sincelejo o cualquier localidad de Sucre.

Mientras saca las fotos y los implementos deportivos, que a leguas lo llenan de orgullo, El Ricky se hace acompañar de Jesús David Vergara Támara, un muchacho que aparenta unos 20 años —aunque sólo tiene 15— y que él presenta como su hijo. “De tanto querer ser deportista famoso, mi papá terminó coleccionando revistas y periódicos y retratándose con los futbolistas”, dice el mozalbete con cierto aire divertido en el rostro.

El calor en la vivienda se vuelve insoportable y El Ricky nos invita de nuevo a caminar las calles con sus pancartas al aire. Mientras se desplaza, le recordamos su presencia en las corralejas de toros que se celebran a lo largo y ancho del departamento de Sucre, y él se ríe asegurando que le tiene mucho miedo a los toros.

“Lo que pasa es que aprovecho el camarazo, que es la explosión con que anuncian la salida del primer toro, y enseguida busco que me vean corriendo desde un extremo de la corraleja hasta el otro, antes de que me alcance el animal. Después, me llaman para darme plata”, afirma el personaje, cuya imagen más repetitiva, según algunos de sus coterráneos, son las consabidas pancartas en la mano derecha y una lata o botella de cerveza en la izquierda.

“Pero ya eso terminó —replica—. Eso lo hacía cuando me tocaba meterme en las cabalgatas y en los fandangos de aquí de Sincelejo o de los pueblos hasta donde llevaba mis pancartas. Pero, a principios de este año, se me bajó la hemoglobina a 4, porque salía de la casa sin comer, me ponía a trabajar, medio comía y bebía cerveza. Duré dos meses hospitalizado. Pero mi popularidad es tanta que hasta el alcalde y el gobernador fueron a visitarme. La gente me llevaba comida y dinero, y creo que esa alegría fue la que hizo que me recuperara rápido”.

A Walter Tuirán, un funcionario de la Fiscalía de Sincelejo, se le antoja rara la afición de El Ricky por cargar carteles y caminar varias horas con ellos, “porque he visto otros anunciantes en los pueblos de Sucre, quienes usan bicicletas, motos y hasta carros, y se ayudan con megáfonos. Pero el de El Ricky es un caso especial, una cosa que no parece normal. Cualquiera no se monta en ese oficio, sobre todo con esos calores que hacen en Sincelejo. Pero parece que él feliz trabajando de esa forma, además de que no le hace daño a nadie”.

En las redes de la internet está colgado un video en donde algún periodista, sobre las gradas de un estadio, entrevista al personaje, a propósito de su salida del hospital en donde por poco pierde la vida. Sin gorra, pero con la misma voz discreta que usa para conversar, El Ricky agradece los gestos de solidaridad de las personas que llegaron hasta su lecho de enfermo.

En otra página virtual, un columnista hace una entusiasta recapitulación de la vida de El Ricky, como uno de los grandes símbolos urbanos de Sincelejo; y no conforme con ello, propone que las autoridades, tanto municipales como departamentales, lo condecoren como a un pilar de la comunicación popular en la capital sucreña.

El Ricky, mientras se empina una bolsa de agua fría en la terraza de la Llanera 21, hace un gesto de despedida con la mano izquierda. El sol y el pavimento, sus compañeros de lucha, lo esperan para continuar la jornada.

Octubre de 2012


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