Many Rivera, boricua en New York

“Nueva York no es la misma, después de los atentados”, dice Many Rivera:


De no haberse cerrado la empresa donde por quince años trabajó informando, ahora Many Rivera hiciera parte de la lista de muertos y desaparecidos que dejó el atentado a las torres gemelas del World Trade Center en Nueva York.

Su oficio era el de Internacional Reporter. Es decir, enunciaba a los usuarios de los bancos que allí operaban —o a cualquiera que necesitara saber— el precio con el que amanecían las diferentes monedas del mundo.

Desde las 8 de la mañana, Manuel Ángel Rivera Rodríguez —su nombre completo—, subía al quinto piso de la Torre Norte en busca de los valores de todas las monedas, las anotaba en su pequeña agenda y permanecía en una caseta a los pies de las extintas edificaciones, entregando informes y recibiendo propinas de los usuarios, lo que abultaba el sueldo que recibía en su empresa.

“Allí conocí a mucha gente —recuerda—. Me hice amigo de ejecutivos y de modestos empleados de los restaurantes y almacenes que funcionaban en esa zona. Ahora, todos están muertos. Por eso, siempre que paso por este sitio, no puedo evitar que se me salga una lágrima”.

Many Rivera es un puertorriqueño de 57 años, quien llegó a Nueva York siendo un niño de cinco; es propietario y conductor de un bus que alquila a empresas de turismo o a cualquiera que necesite transportar personal dentro y fuera de la ciudad.

“Esta guagua (así le dice a su bus) la compré unas semanas después de que liquidaron la empresa. Me pagaban 8 dólares por hora, más las propinas. Con lo que ahorré, me compré el busesito. Al año siguiente comencé a trabajar con todo el que me necesitara. Hubiese podido quedarme en cualquier otro oficio, ahí mismo en World Trade Center, pero mi sueño era comprarme un bus y trabajar por mi cuenta. Miryam, mi esposa, me lo recordaba a cada rato, hasta que por fin le hice caso. De lo contrario, ahora no estuviera echando el cuento”.

El 11 de septiembre de 2001, a las 8 de la mañana, Many Rivera se dirigía hacia el aeropuerto John F. Kennedy con un grupo de turistas que acababa de recoger en un hotel del distrito de Manhattan, cuando escuchó en la radio que un avión había colisionado contra una de las torres gemelas.

“Al principio pensamos que se trataba de algún avión pequeño, pero se me hizo raro que después anunciaron que se había ido la energía eléctrica en gran parte de Manhattan. Como a los 15 minutos dijo la emisora que acababa de estrellarse otro avión, pero en la Torre Sur. Enseguida comprendimos que no se trataba de un simple accidente sino de un atentado.

“Me acordé de que Miryam trabajaba en uno de los negocios cercanos a las torres y, en cuanto dejé a los turistas, salí corriendo hacia la guagua con la intención de llegar hasta la zona del desastre y rescatar a mi mujer. Mientras corría, podía ver los rostros llenos de lágrimas de las azafatas y empleadas de las aerolíneas, porque conocían a las personas que componían la tripulación de los aviones accidentados.

“Nunca pude entrar con la guagua hasta la zona del atentado. Me tocó dejarla en una de las aceras del río Hudson y me uní a la cantidad de gente que iba corriendo hacia las torres. Todo estaba lleno de humo y tierra. En ese momento no se sabía qué era más ruidoso, si los gritos de la gente o las sirenas de los bomberos y las ambulancias buscando vías de acceso para rescatar a las víctimas.

“Muchas de las personas que trabajaban a los pies de las torres y que tuvieron tiempo de salir de la zona, fueron sacadas por la policía en dirección a los puentes Manhattan Bridge y Brooklyn Bridge. A pesar de lo grande del desastre y de la bulla que se oía por todas partes, noté que la gente que corría hacia los puentes no se veía horrorizada sino como embobada. A lo mejor, porque nunca pensaron que podía ocurrir una cosa así en Nueva York.

“El luto fue grandísimo, empezando porque en todos los sectores de Nueva York hay una o dos estaciones de bomberos. Dos o tres agentes de cada estación murieron, sobre todo cuando las torres empezaron a caerse, porque muchos intentaron protegerse ocultándose debajo de los camiones, pero el peso del acero y del concreto era tan grande que terminaron aplastados.

“Recuerdo que debajo del World Trade Center funcionaban seis líneas de trenes que ya no existen; y al principio se creyó que había muchos muertos en esos túneles, pero sólo hubo un poco de destrucción, según dijeron los rescatistas. También creí que cuando empezó a llegar gente de todas partes, se formaría algún desorden en el que todo el mundo aprovecharía para meterse en los almacenes a robar. Pero no fue así.

“Nueva York se convirtió en otra ciudad. Antes de la desgracia, todo el mundo era indiferente. Nadie tenía que ver con el otro. A ti te atracaban y todo el mundo veía, pero nadie te ayudaba. Pero el 11 de septiembre la cosa fue diferente. Todos, sin que nadie nos dijera, nos unimos. Los negros, los latinos, los judíos, los indios y los chinos dijimos: ‘son ellos contra nosotros. Ahora mismo somos hermanos unidos contra esos terroristas’. Y todos nos pusimos a ayudar en lo que pudiéramos.

“Recuerdo también que en 1967, cuando construyeron el World Trade Center el escombro que sobró sirvió para construir una islita cerca al río Hudson. La bautizaron como Liberty Park, hecha exclusivamente para gente adinerada. Los apartamentos generaban impuestos de hasta tres mil dólares. Eran carísimos, pero cuando ocurrió lo de los atentados, todos los habitantes se fueron. El gobierno, después de reconstruir algunas cosas que se estropearon, debió bajar los impuestos para que la gente regresara. Ahora está otra vez ocupada, pero las tarifas volvieron a elevarse.

“El escombro de lo que fueron las torres gemelas duró un mes ardiendo y muchos cadáveres se convirtieron en cenizas. Cuando se cumplió el primer aniversario del desastre, muchas personas fueron a poner flores en el lugar, porque perdieron a algún ser querido, cuyo cuerpo nunca apareció. Se les veía el dolor y la rabia. A lo mejor, ese día del aniversario, mis hijos y mi esposa estuvieran poniendo flores, si el año anterior no cierran la empresa en donde yo trabajaba. O de pronto, hubiésemos sido mi familia y yo quienes tendríamos que poner las flores, porque un hijo mío era bombero, pero un año antes del desastre fue llamado por una compañía de seguridad, en donde le ofrecían un mejor sueldo. ¡Ay, Dios mío!

“Nueva York no ha vuelto a ser la misma. La gente anda más desconfiada que antes. Las autoridades, con mucha más razón. Pero también estamos más unidos y hasta nos alegramos cuando el presidente Bush dio la orden de que las tropas norteamericanas entraran a Irak. Esos terroristas tenían que pagarla”.

En una de las calles trazadas a las espaldas de las desaparecidas torres gemelas, aún se levanta un centro comercial llamado The Finance Center, que sufrió serios desperfectos cuando los aviones impactaron los edificios, pero fueron reconstruidos en tiempo récord, al igual que otras edificaciones aledañas.

Una de las paredes de The Finance Center, que miraba hacia las Torres Gemelas, fue reconstruida, pero en vidrio super grueso; y, desde ese muro de cristal, turistas de todo el mundo observan los trabajos que se están ejecutando en lo que ahora se conoce como la Zona Cero. En ese sitio se levantará la que será la mayor estructura de Nueva York, Freedom Tower (La torre de la libertad), proyectado para sostener 112 pisos.

Many Rivera, quien vivió toda su infancia en Chinatown, que en ese momento estaba poblado por judíos y españoles, reside ahora con su familia en el barrio Queens, pero se la pasa conduciendo por casi toda Nueva York, mientras su esposa labora en un pueblo cercano llamado Astoria.

Ninguno de los dos oculta sus temores ante la posibilidad de un nuevo atentado.

Enero de 2008


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