Impuestos y servicio al cliente


El estado, manejado a través de un gobernante o gobierno- no es importante ahora cómo llegó al poder- debe cumplir unas tareas que son la esencia de su origen. Y para poder llegar a todos y todas sus ciudadanos, tiene que proveerse de recursos económicos y financieros para poder cumplirlas, su fuente de recursos son los impuestos.

Todo servidor público debe tener claro el concepto de estado. Y más claro aún, el objeto social que él debe cumplir ante la sociedad. Es un servicio público pagado para que nos atiendan Las exigencias ciudadanas, desde la antigüedad hasta nuestros días, han ido obligando a mirar con más responsabilidad la función estatal. Y porque cada día las personas se van dando cuenta y aprendiendo que, el estado debe reflejar en obras, desarrollo y bienestar para la gente lo que cobra en impuestos.

El concepto moderno de “servicio al cliente”, era pregonado por el sector privado como estrategia de marketing para aumentar las ventas y los clientes por el servicio prestado. El sector público, andaba por otro lado. Se sentía con potestad para decidir a quién atendía. En suma de tiempos y soluciones, por esta actitud displicente, ha ido creando en sus gobernados una aptitud de descontento y apatía por lo que viene del estado.

Surgieron las privatizaciones por el nuevo modelo, y lo público se vio todavía más afectado al poner en tela de juicio, ante la sociedad, de su ineficiencia, ineficacia e inoperancia para manejar sus empresas más productivas y del propio estado o gobierno. Todo se privatizó. Vinieron los gurús de la administración. Consecuencias, el estado se redujo sustancialmente. No hay puesto para tanta gente.

Los impuestos siguen cumpliendo su labor para lo cual fueron creados. Pagar las nóminas públicas, hasta que su personal se jubile. Y ya jubilados siguen con la potestad del cargo, haciendo nombrar un familiar en su reemplazo. ¿Qué clase de estado es este? Si la posibilidad de nombramiento es nula, surge la modalidad de contratos de prestación de servicios. Lo importante es que el cargo siga en manos familiares.

Si el empleado o servidor público sabe y entiende que, su función primordial, podría decirse única, es servir a la sociedad en todas sus necesidades, no puede haber incoherencia en sus funciones. Es decir, ningún ciudadano o ciudadana podría ser ignorado en sus pretensiones o requerimientos ante el estado, al contrario, tienen que facilitarle todos los medios para que logre solucionar o cumplir su relación con lo público.

Sin embargo, todavía existen funcionarios con mentalidad de trabajo del siglo XVI. Si no son recomendados no se les atiende. Hay que dilatar las cosas. Pierden su esencia y función. ¿Será necesario hacer reingeniería a las mentes de estas personas? Como ya dijo alguien. No lo creo. Hay es que quitarlas y darle paso a otros comprometidos con sus funciones. Aunque parezca mentira, esto hoy en día es mercadeo político. Deben estar los mejores. No puede haber sombra de dudas en sus pupilos. Perjudica al jefe político.

Y como para rematar, el dinero fácil les obnubila el pensamiento. Ahora en las entidades públicas o privadas, sus empleados se han convertidos en para-estados. Ellos recaudan directamente para sus bolsillos, encareciendo los trámites que realizan los gobernados, que por la premura del tiempo o la necesidad, alimentan y aumentan su voracidad con las constantes alzas de precios por el servicio solicitado. Le meten oferta y demanda. Crean su propio mercado. El sueldo les queda libre. ¿Eso es desarrollo o subdesarrollo?

Y los impuestos siguen su marcha, sin que nadie los pueda detener. Lo cierto es que sin ellos, el estado desaparecería. Cada día su contribución al “establecimiento” es vital para que las cosas se puedan dar y hacer en los tiempos que los servidores públicos lo crean conveniente.


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