Columna


Buenos ejemplos

ROBERTO BURGOS CANTOR

05 de junio de 2009 12:00 AM

ROBERTO BURGOS CANTOR

05 de junio de 2009 12:00 AM

Pareciera que los arrebatos místicos en la cabeza del Gobierno nacional –es más exacto escribir en el alma– terminaron por contagiar a los profanos. No se trata de que la multitud que acrecienta encuestas y responde con deliberada inconciencia a preguntas de escasa inteligibilidad haya manifestado su disposición a fundirse con los cuerpos sagrados, o estén en la entrega pasional a la lectura del cantar más bello: bálsamo que Salomón injerta en el Antiguo Testamento para sobrevivir a la devastación de profetas furibundos y a las tensiones de la lucha entre el ángel y el ser de barro soplado. Aparta de mí tus ojos/ que me enloquecen. Lo que ocurre es de espectro más amplio que la mística y la comprende. Surge en el país una secta de teólogos, imaginativa y predicadora. Asaz atrevida. Contagia a múltiples oficios, a las vocaciones, a los doctorados, a las aficiones. Lanza dogmas con envidiable ligereza. Por su prontitud contrasta con los años arduos de los concilios y las temeridades persistentes de los herejes. Ignoran, no por inadvertencia, la sentencia de Borges: en materia teológica no hay novedad sin riesgo. O acaso el riesgo es de la naturaleza de estos teólogos. Por eso siempre lo intentan. De la secta, desprendida del suspiro místico de su Excelencia, quiero destacar a Carla Giraldo. En la revista Cromos, de la cual se lamenta la ausencia de Monseñor Alberto Aguirre, la vi por primera vez. Ilumina la portada. Posa de espalda y sus manos inquietas sugieren dos gestos. Solo dos: ella no es un pulpo ni diosa de la India. Una mano expone el color fúnebre de la uña del pulgar. Baja del hombro la tiranta de su traje resumido. Se detiene. La otra mano, decidida, llega al borde del traje, cerca de las nalgas y lejos de las rodillas. Nadie sabrá si lo estira hacía abajo o si se dispone a subirlo. Después de esto para qué referirse a su rostro que mira atrás, nuestro adelante. Para ella vacío. Para los miradores una invitación. ¿Te ayudo nena? La figura se borra porque Carla, teóloga predilecta de muchos, diserta. Ella afirma: Hay que pasar por el infierno para saber cómo es el cielo. Me entusiasma mi Dante femenina que no requiere de la muerte para explorar semejantes honduras. Convertir el infierno en un purgatorio en vida es una tesis compasiva con los pecadores. Volverlo un paso en el camino al cielo reafirma la supremacía del cielo y amarra el destino celestial de los seres creados. Es sugestiva la concepción del infierno como un lugar o estado de paso. Desaparece el temor del castigo eterno puesto que se puede abandonar. Por supuesto, Carla es una canonista precoz, y el cielo se le presenta como una posibilidad de saber. Un saber que quizá surge del sufrimiento. Ahora no hay que quejarse de la crispación del miedo que divulgan muchas religiones. En la línea de los teólogos reformistas o modernizantes, Carla se une a la doctrina vaticana que en días recientes abolió el Limbo. Se quedaron sin atolladero las almas impávidas que no alcanzaron a tomar una opción. Ya se ve, la belleza es impredecible y se apega a lo abstruso sin padecimientos. rburgosc@postofficecowboys.com

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