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El garrotazo

Tan pronto supo la opinión cartagenera que el Concejo le había dado facultades a la  Alcaldía para chorrearnos un nuevo riegue de valorización, temimos lo peor. Era previsible que nos atornillaran una tarifa tan estrafalaria como el último reajuste del predial. Nuestros flamantes personeros se despojaron, tan inclinados como parecían a no ceder por sus tensas relaciones con el Gobierno, de una competencia que debieron ejercer plena y responsablemente.
El garrotazo llegó, y todo el mundo chilló, pero todo el mundo se aguantará la decisión oficial porque en nosotros, los cartageneros, el miedo supera la cólera y no nos atrevemos a nada que perturbe nuestra fidelidad de rebaño. Y como nos guía el borreguismo y no la razón, aceptamos contribuciones para obras planeadas con más prisa que ganas de acertar. En cambio, en Manizales, en febrero de este año, hicieron con el predial lo mismo que habían hecho con nosotros aquí el año pasado y el maretaje ciudadano contra la medida fue instantáneo y eficaz. Los manizaleños no se dejaron.
Por esa mojigatería colectiva las autoridades distritales, cada vez que alargan hasta nuestras casas y oficinas su cachiporra tributaria, son olímpicas e implacables, y se mofan de nosotros, y ponen cara de visitadores regentes porque saben que somos comuneros sin garras para tomarnos una plaza y defender nuestros bolsillos del zarpazo con fuerza de ley.
A megaobras, megaimpuestos, y con sazón populista. Alcabaleros y recaudadores bendicen su martillazo como una necesidad de pago que sólo rasguña a los llamados “ricos”. Y claro, eso cae bien en los sectores populares, como cayó en Bogotá, hace dos años, a raíz del pago de la valorización que financiara las obras que Samy, Iván el terrible y el resto del elenco dejarían inconclusas, en las condiciones y con las consecuencias del ruidoso carrusel.
El pasado jueves, el director de Valorización declaró que el riegue se definió con la aplicación de un modelo matemático que no desgranó para que los ignorantes pudiéramos entender. Nos quedó debiendo la fuente de inspiración: ¿Anaxágoras?, ¿Euclides?, ¿Newton?, ¿Kepler?, ¿Newman? Y el viernes, en El Universal, completó: “En unos dos meses, cuando la Alcaldesa firme la resolución 1708 del 25 de febrero de este año, se abrirán las cuentas respectivas para que los ciudadanos paguen...” ¿En el Distrito numeran los actos administrativos cinco meses antes de que el funcionario competente los firme? ¿Así funciona la técnica hacendística de doña Judith y don Germán?
Después de escucharlo y leerlo, recordé una comparación de Curzio Malaparte, en su novela Malditos toscanos, acerca de los rasgos de un personaje que deslumbró a una audiencia de distinguidas damas con unas cabriolas dialécticas, esas sí, de buen gusto. Tenía más de Aristófanes que de Píndaro –dijo Curzio–, aunque, trasladándole la frase a Fonseca, podría sentirse –no le faltarán motivos– calcado en una de las Odas triunfales.
De seguro. No habrá demandas, ni protestas, ni una revisión razonable de las tarifas, ni una explicación detallada del modelo matemático, ni de la forma como midieron la capacidad de pago de “los marranitos” que ya están tramitando sus préstamos por libranza con la doctora Ana Celina. Merecemos nuestra suerte.

*Columnista

carvibus@yahoo.es
 

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