Cartagena


70 años, un tiempo para los que sueñan

“Me gustaría escribir en El Universal”, han dicho cientos de voces anónimas en cualesquiera de las esquinas de la conversación cartagenera, expresando un deseo que a muchos se les acaba de cumplir con la misma exactitud con que Domingo López Escauriaza imaginó que sería el diario que acababa de fundar en la calle San Juan de Dios.

Ese mismo enunciado pudo haber sido expresado por un jovencito magdalenense llamado Gabriel García Márquez, ante su amigo Juan Zapata Olivella, quien terminó presentándoselo al primer jefe de redacción, Clemente Manuel Zabala, el hombre del lápiz rojo en donde cabían la ciudad, el país y la bolita del mundo.

De esa misma forma debieron de haber soñado maestros de la pasión literaria como Héctor Rojas Herazo, Juan Gossaín Abdala, Jorge García Usta, Gustavo Tatis Guerra,  Gustavo Arango Toro y Alberto Salcedo Ramos, quienes, de distintas maneras, venían indagando por los orígenes de enormes sagas llamadas Macondo o Cedrón, tal como se esculca un animal antiguo o una hojita de nomeolvides.

Durante siete décadas, el deseo (secreto o abierto) de un grueso número de cartageneros y bolivarenses, aficionados al aroma de la tinta, ha sido el de exponer sus pensamientos en las páginas de este matutino, por donde han corrido los hechos del siglo XX y parte del XXI, aún en medio de afugias y gestas triunfalistas.

Ese deseo es fácil de olfatear en el buzón de los lectores o en los foros virtuales, donde más de uno exhibe sus ideas con el alma luminosa de un columnista o con la misma sensualidad letrística de un hacedor de crónicas.Algunos han logrado saltar desde esos espacios hacia las páginas de opinión o a los suplementos dominicales, pero la mayoría sigue soñando con algún día ver su nombre y sus cavilaciones convertidas en caracteres de la tinta inmemorial.

Hoy, con motivo de sus primeros 70 años de existencia, El Universal ha decidido, en lugar de aprestarse a recibir regalos para celebrar una longevidad que lo llena de inquieta juventud, ceder sus páginas para que ciudadanos, desde diferentes sectores y sentires, expresen la visión que tienen de su entorno, de sus oficios o de sus convicciones.

Por eso, estas páginas, llenas de vida coloreada, cargan también las impresiones de líderes comunales untados de barro y sudores, mujeres que luchan por salvar a jóvenes extraviados, músicos que respiran arpegios desde sus gargantas o equipos de sonido, periodistas famosos que por fin lograron plantar una letra en el periódico de sus fantasías juveniles, gestores culturales que enredan turbantes en los cabellos o escriben melodías con el vaivén de los pies entre la brisa, fotógrafos que rememoran una ciudad que ya no existe y un montón de rostros conocidos o no tan vistos, como se lo merece una verdadera conmemoración.

Caminar por las calles de Cartagena, involucrarse en el caos de su transporte público, internarse en los caminos marinos de sus corregimientos y zonas insulares; y hartarse del tufo montuno de sus senderos rurales (en el corazón del departamento), es en conjunto aprestarse a recibir toda una andanada de motivos para que la imaginación y la mano exijan un espacio donde apaciguar las ideas.

Eso mismo pasaba con las voces que hoy pueblan las páginas de este periódico. Se trata de las palpitaciones de seres que no tienen inconvenientes en abandonar sus estratos altos para adentrarse en los barriales del más allá de la ciudad, para comprobar de cerca que los tigres no son como los pintan.

Se trata de príncipes del esfuerzo diario, a quienes la realidad les rompe los ojos cuando confrontan un mundo, para ellos vedado, pero no por eso muy diferente de las penurias y los abandonos que pueden sufrirse en los arrabales de lo desconocido.

Para celebrar 70 años, bien pudieron encargarse las plumas jóvenes y colmadas  que integran esta sala de redacción. Pero sucede que sin lectores, no hubiera periódico. Sin receptores, no habría mensaje ni retroalimentación.

Así que el homenaje es para ellos, para esos ciudadanos anónimos que diariamente se valen de la magia del internet o sacan de sus bolsillos las monedas para incluir en su desayuno la palabra impresa.

Por ellos, bien valen otros 70 años.

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