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Hillary Clinton se fue de rumba a La Havana, en Cartagena

COLPRENSA

15 de abril de 2012 10:12 AM

La rumba de Cartagena contagia hasta a los personajes más prestantes y ocupados del mundo. Por si alguien dudaba de ello, la noche del sábado lo confirmó la segunda funcionaria más importante del gobierno en los Estados Unidos, Hillary Rodham Clinton, quien por aquellas cosas de la diversión, y quizá por algo más desafiante, lo hizo nada menos que en el bar La Havana y con música cubana.
Havana (llamado con ortografía distinta que La Habana isleña) está en la esquina de la Calle de la Media Luna con la Calle del Guerrero, y semeja el típico bar habanero, el que conoció Mauricio Aimone, un italiano que desde hace cinco años decidió montar su propio negocio acá en Cartagena que es la ciudad en donde ahora vive.
En este quinquenio, la señora Clinton es la visitante más famosa a la que han atendido. Ella llegó a las 12 y 45 de la noche entre el sábado y el domingo, en el preciso momento en que African Charanga, el grupo musical que interpreta todas las noches los diferentes ritmos cubanos está en pleno acto y deleitando a no más de un centenar de personas abarrotaban el bar.
Unas horas antes habían llamado a Aimone para que reservara una mesa para un personaje especial, del que no sabía exactamente quien era, pero por el que tuvo la precaución de poner un letrero de "Ocupada" en la única mesa que a esa hora permanecía disponible en el bar, justo al lado de donde toca la Charanga.
Poco tiempo después, todos los presentes vieron sacudida su noche al darse cuenta de quién había llegado. Diferente a como se la ha visto en las calles y en los lugares públicos en los que ha estado, Clinton en el bar estuvo menos custodiada, le acompañaba un pequeño grupo de escoltas y, eso sí, más de una docena de amigos con los que compartió.
La secretaria Clinton de inmediato se dejó llevar por el son montuno, la pachanga y los danzones que interpretan los 11 músicos del grupo que dirige el maestro Felix Cano, un cartagenero que lo fundó en 1999, pero que para los desconocidos parece cubano, por que su emoción y sencillez hacen sentir a los asistentes que estuvieran en La Habana de Fidel y de Raúl Castro.
Una docena de cervezas, dos vasos de whisky y unas botellas de agua llegaron a la mesa de la ilustre visitante. En el momento del brindis ella tomó tres sorbos de Águila y luego siguió con la botella de agua, que le sirvieron justo antes de que se levantara a bailar “Se me perdió la cartera” de Junior González y Larry Harlow; tras la que siguió en la pista, al ritmo de “Isla del encanto”, de Héctor Lavoe y “A Matanza” de Fajardo y sus Estrellas.
Alejandro Puello, el mesero cartagenero que le atendió fue otro de los sorprendidos. En la noche del sábado le habían dicho que se hiciera en otro lugar, pero llegó tarde a esa designación y por eso se fue a Havana a reforzar al equipo tradicional. Su demora, esta vez, fue muy bien recompensada, pues al final de su turno, sobre las cuatro de la mañana contó con los billetes en la mano, que la propina de la mesa estadounidense fue buena: 40 dólares.
Pero la noche también la recordará  Ago Figueroa, un hombre cincuentón que se dedica a venderles a los visitantes unas maracas que construye en el estuche de rollos fotográficos a los que les mete semilla y por fuera les adorna con publicidad del local, para que los rumberos acompañen su baile; así lo hizo la secretaria de Estado Clinton, quien las tomó en sus manos y bailó encantada. 
En medio de la rumba Hillary también tuvo tiempo para felicitar a los músicos, ante quienes pasó y les saludó de mano a cada uno, eso sí acompañada a lado y lado de dos escoltas que no le perdían ni el menor instante de sus movimientos.
A la una y cuarto de la mañana terminó la rumba de Clinton en Havana. Volvió a las calles de Cartagena, en Colombia, y en medio de esas rutas, más solas que de nunca, por las previsiones de seguridad que impiden el paso de carros, la funcionaria estadounidense buscó su hotel para descansar, pensando en el cierre de la Cumbre de Las Américas, hoy domingo.
Dentro del bar quedaron los otros rumberos, entre ellos un grupo de periodistas y fotógrafos que a esa hora descansaban de las largas jornadas que les ha impuesto la VI Cumbre de las Américas. Esta vez el descanso les quedó interrumpido, para volver a trabajar detrás de la señora Clinton, incluso con equipo fotográfico prestado, precisamente por un par de jóvenes extranjeros, uno de ellos estadounidense, que no estaba tan sorprendido de ver a su Secretaria de Estado, sino de saber que los fotógrafos profesionales no llevaran cámara.

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