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Mansión de Noriega, un escenario para filme de terror

AFP

29 de junio de 2011 08:11 AM

Una mansión fastuosa devenida en ruinas, hoy escenario apropiado para una película de espanto, fue el misterioso reducto donde vivió Manuel Antonio Noriega cuando dirigía Panamá con mano de hierro sembrando el terror entre sus opositores. 
La casa tenía hasta un minizoológico --emulando las haciendas de los capos colombianos del narcotráfico-- y una gigantesca caja fuerte donde, según el folklore urbano, Noriega escondía millones de dólares, francos, libras y todas las divisas que la imaginación permita. 
Hoy la oxidada mole de hierro --de donde se incautaron algunos millones de dólares-- permanece en el cuarto contiguo al que usó Noriega, preso en el extranjero hace más de 20 años por narcotráfico y blanqueo de dinero, y quien se apresta a volver extraditado acusado por desaparición y asesinato de opositores. 
Hacían fiestas y venía mucha gente, gente de afuera, se veían muchos carros y mucha seguridad”, dijo a la AFP Edwin Chávez, un vecino de Noriega que recuerda cómo en una Navidad se hizo amigo de Lorena, Sandra y Thais, las tres hijas del General. 
Eran las épocas de poder absoluto --que terminarían con la cruenta invasión estadounidense de 1989-- y en las cuales la mansión, valorada en 2,5 millones de dólares, brillaba con las fiestas, el casino privado, el gigantesco salón de baile y las jaulas con venados, guacamayas y pavos reales. 
“Es el poder. Cuando uno trae la luz, se llena de insectos”, rememora ante la AFP Rubén Arosemena, otro vecino, quien, pese a la ferocidad de su comentario, dice no tener malos recuerdos del ahora anciano preso desde 2010 en Francia, luego de dos décadas de reclusión en Florida, Estados Unidos. 
Los Noriega habitaban los 3.200 metros cuadrados de la vivienda, rodeados de estatuas, fuentes, obras de arte regaladas y una flora tropical que daban un marco digno de una novela del realismo mágico. 
Pero hoy sólo quedan trozos de cristales por el piso, algunos muebles derruidos, la legendaria caja fuerte, mucha maleza, candados oxidados y algunas estatuas dañadas.
La mansión está amurallada, y una pequeña placa con el apellido Noriega al lado de un tenebroso portón de hierro pintado en negro, identifica al antiguo propietario. Más arriba, otro cartel refuerza el anticlímax: “Propiedad del Estado. No pasar so pena de multa”. 
La casa tiene innumerables cuartos, todos polvorientos y aquejados por el paso del tiempo. En el primero de los tres niveles se suceden un recibidor, la cocina y un salón de baile que por sus dimensiones sería la envidia de más de una discoteca. Pero lo mejor está por venir.  
El segundo nivel incluye el gran dormitorio de Noriega y su esposa, Felicidad Sieiro, los cuartos de sus hijas y la biblioteca, que tenía asignado un importante papel en el diseño de la casa, ya que desde allí partía la escalera que llevaba al casino del tercer nivel. 
El jardín posterior todavía muestra los restos de las jaulas del zoológico privado, estatuas, un puente de piedra y otra casa... pero no para visitas ilustres o para personal de servicio. La construcción conserva todavía pinturas de personajes infantiles, lo que advierte que tenía como destino simplemente los juegos de las hijas del dictador 
“Todo lo que tenía en su casa lo desbarataron y se lo robaron tras la invasión”, dijo a la AFP el abogado de Noriega en Panamá, Julio Berríos, quien asegura que la vivienda fue comprada por el militar en 68.000 dólares y con un préstamo bancario antes de convertirse en el gobernante de facto. 
En la casa queda una vieja mesa de Black Jack, pieza central del casino privado en el que Noriega agasajaba a sus selectos invitados, cuya discreción alimentó las fábulas panameñas sobre lo que pasaba en esa casa. 
“Llevaban una vida de faraones. Hacían fiestas en el sótano y la música apenas se escuchaba. El tenía creencias extrañas, como la brujería”, dice otro vecino, que se niega a dar su nombre. 
“Sólo estuve (en la casa) una vez en mi vida y por una casualidad (...) me impresionó mucho la fastuosidad con la que vivía. Me quedé perplejo”, relata hoy a la AFP el general retirado Rubén Darío Paredes, a quien Noriega sustituyó en 1983 al frente del ejército.
“Nunca me invitó a su casa. Yo no formaba parte de su grupo de amigos”, dijo el número dos del régimen, Roberto Díaz Herrera, quien terminó denunciando a Noriega en 1987 por delitos contra los derechos humanos y corrupción. 
La vivienda fue expropiada por el Estado después de la invasión y desde entonces varios gobiernos intentaron subastarla, pero todos fracasaron. 
Ahora el gobierno del presidente Ricardo Martinelli, al tiempo que se apresta a recibir extraditado a Noriega, intentará una nueva subasta a mediados de agosto. 
Pero hay pesimistas. “¿Usted compraría un pleito? Si a mí me dicen 'yo te regalo esta casa', yo digo no, gracias. Esto es un dolor de cabeza”, explica a la AFP el vecino Arosemena, quien parece ya resignado a seguir compartiendo su barrio con una casona derruida que parece hecha a la medida de una película de Alfred Hitchcock.

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