Colombia


Sobrevive entre el abandono y la caridad

ANDRÉS PINZÓN SINUCO

14 de febrero de 2010 12:01 AM

Con dificultades motrices y errante por culpa de las secuelas de una trombosis que sufrió hace más de 20 años, así es Antonio Meléndez Cardona, de 61 años, de quien parece haberse olvidado el mundo. Este señor transita las calles del Centro Histórico vendiendo útiles escolares, agua en bolsa y cajas de chiclets, para no morirse de hambre. No tiene más compañía que la de Dios, a quien va a visitar todos los días en la Iglesia de la Tercera Orden, en Getsemaní, cuando el sacerdote lo invoca en la misa del mediodía. “No sé qué voy a hacer cuando no pueda trabajar, le pido a Dios que me quite la vida antes de que eso suceda, Dios es muy grande, por eso siempre vengo a la Iglesia a pedirle la tranquilidad”, explica el sexagenario, de 1,64 metros de estatura y apariencia apacible. ANDADURA Obligado a caminatas diarias para vender algo y poder sobrevivir, su paso es lento y cojeante cumplidamente desde las 6 de la mañana, de lunes a sábado, ante la mirada indiferente de los transeúntes que usan la Calle Larga y el Camellón de Los Mártires. “Me encomiendo a Dios, no me importa salir en ayunas, yo puedo estar bien con un café todo el día, a veces me voy para mi casa en Daniel Lemaitre muy desmotivado, porque no logro vender nada”, se lamenta. En efecto, sus ganancias muchas veces no sobrepasan los 5.000 pesos. Antonio vive entre el abandono y la caridad, aún sin resignarse a ser un mendigo. “En mi casa nadie me atiende, aunque vivo con mi hija de 35 años y sus cuatro hijos, pero la verdad es que ellos no me quieren y los entiendo, porque ya uno cuando es viejo todo el mundo se le abre”. SOLEDAD Le tocó acostumbrarse a la soledad desde que su mujer lo abandonó, según él, porque se aburrió de que no fuera el mismo después de la trombosis que le hizo perder el 30% de su movilidad. “Yo me enfermé el mismo día en que mataron a Galán, me dijeron que fue por un cerdo que me comí, de ahí en adelante sufrí varios dolores de cabeza y no volví a ser igual”, manifiesta. Con el paso del tiempo ha aprendido a no fiarse de las promesas que frecuentemente le hacen, diciéndole que lo van a ayudar. “Claro que quisiera que alguna institución me ayudara, quisiera tener una ‘chacita’ en donde nadie me molestara y así seguir rebuscándome la vida”. “De lo único –prosigue– que me siento orgulloso es de no hacerle mal a nadie”, dice con voz entrecortada, al tiempo que se aflige por no haber aprendido a hacer nada más aparte de vender. El hombre dice sentirse desprotegido por el mundo, pero no por Dios, aunque a veces se acueste sin haber comido ni un pan. LA ALTERNATIVA ES UN ASILO El Universal le planteó a Nubia Chams, secretaria de Participación y Desarrollo Social de Cartagena, el drama que vive este hombre, golpeado por la vida y el peso de sus 61 años. La funcionaria manifiesta que la solución es ubicar a Antonio Meléndez en uno de los tres asilos del Distrito. “Tenemos que buscarle un cupo, ya sea en el Asilo San Pedro Claver, o en La Milagrosa, o en el San José. Allí le prestaran la atención psicosocial que necesita, además de las raciones diarias de comida. Aclaro que el ingreso a estos sitios debe ser voluntario”. La funcionaria anunció que dispondría de un equipo humano para localizar a Antonio Meléndez y ofrecerle aquella posibilidad.

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