Cartagena


Bayunca les da la mano a los venezolanos

ERICA OTERO BRITO

19 de marzo de 2018 02:40 PM

Las paredes raídas y amarillentas de una casa vieja del sector Las Latas del corregimiento de Bayunca amparan a 15 venezolanos que llegaron a Colombia hace dos semanas. Sobre las baldosas amarillentas de la sala se extienden, sin más, dos colchonetas en las que duermen tres niños, de menos de 5 años, y una joven que en apariencia no llega a los 25.

Cuando nos ve, se levanta presurosa y corrige a Merci Garalla, coterránea suya, que se ha equivocado en explicar de quiénes son hijos los menores que están sobre las esponjas: “Mi hijo no está aquí, con él se quedó mi mamá que lo trae la semana entrante. Me vine primero con mi marido a instalarnos y preparar todo”.

En el recinto no hay ni un mueble que simbolice al menos el “calor de un hogar” bien conformado. Solo unas pocas sillas plásticas, también envejecidas, que no alcanzan para brindar comodidad a todos a la vez. 

En la terraza un hombre, de 50 años. corpulento, alto, de tez oscura, Ramón Ugüeto, está con dos jóvenes, tratando de arreglar una moto que alguien en el pueblo les confió a la voz de que los tres entienden de mecánica.

Ugüeto, en realidad es piloto de lanchas. No estudió su oficio en ninguna parte, lo aprendió empíricamente y casi de manera natural por ser nativo de La Guaira, un pueblo de pescadores, en el estado de Vargas, donde también se dedicaba a la pesca artesanal.  Él es esposo de Merci y ambos  decidieron dejar la comodidad de su vivienda en Venezuela para buscar un futuro en Colombia.

“Allá tenemos una casa amplia, con juego de sala, nevera, aire acondicionado central, una cama cómoda; pero eso no vale de nada si no tenemos lo principal, que es la comida. En Venezuela no hay qué comer”, afirma Ugüeto.

Cruzaron la frontera por trochas no autorizadas que comunican el estado de Zulia con La Guajira y vinieron a parar a Bayunca por su amistad con la familia de Wilman José Miranda, el hijo de la dueña de la casa, quien también invitó a otros amigos, que le brindaron su amistad desinteresada cuando llegó al país de Simón Bolívar a los 7 años, con su madre. “Mi mamá hizo en ese momento lo que ellos están haciendo ahora: buscar una mejor vida para sus hijos”, dice Wilman.

Ese “apoyo incondicional”, que menciona Wilman, de los venezolanos a los colombianos en épocas de bonanza en el vecino país lo tienen presente la mayoría de bayunqueros. Según Estela Marrugo Díaz, raizal de este corregimiento, allí hay unas 6.000 viviendas y en la mayoría de ellas se hospedan venezolanos que desde hace cuatro años están llegando al pueblo en busca de prosperidad. 

“Bayunca tiene una deuda con Venezuela. La mayoría de casas de este pueblo están hechas con platas venezolanas. Entre las décadas de los 60 y los 80 muchos bayunqueros se fueron para Caracas y otros estados venezolanos a trabajar y de allá enviaban dinero para sostener a sus familias, entre esas mi madre”, argumenta Estela. Ella es una mujer que se deja conocer al instante. Desparpajada, sin pelos en la lengua y con una visible fortaleza esculpida por todos los devenires que ha debido sortear en sus 58 años de existencia.

“Mi mamá se fue para Caracas cuando yo tenía 9 años; nos dejó a mí y a mis tres hermanos con mi abuela. Mis tías hicieron lo mismo. Sobre mí cayó la responsabilidad de cuidar a 14 niños menores que yo. Mi abuela ya era una señora de edad que debía salir a vender carbón y yo quedaba al cuidado de esa tropa. Nosotros comprendíamos que mi mamá estaba allá trabajando por nosotros, pero eso no era suficiente consuelo. Yo lloraba por todos los rincones de la casa y los diciembres que ella no podía venir eran demasiado tristes. Yo agarraba a mis hermanos y nos íbamos a llorar los cuatro a cualquier parte. Mi mamá murió allá en 1977 de un derrame cerebral, sería de tanto trabajar y pensarnos a nosotros acá; yo tenía 17 años para entonces y no pude viajar. Las tías que vivían allá se hicieron cargo del sepelio. El dolor de no poderme despedir lo llevé dentro hasta que por compasión de una señora que me compró los tiquetes pude viajar a visitar la tumba de mi madre en Caracas”, narra Estela. 

Estela habla con fluidez y describe con facilidad las razones que según ella tienen los bayunqueros para solidarizarse en estos tiempos con los venezolanos que están llegando. “Aquí me casé y mi esposo me salió malo, me daba unas ‘mondas’ para mí sola. Un día se fue a buscar bronca en Las Gaviotas y allá lo mataron. Ese día, que pena decirlo, me sentí liberada y no lo pensé dos veces. Tomé a mis tres hijos y me fui para Caracas. Allá construí un futuro. Trabajé primero en una casa de familia y estudié alta belleza, luego comencé a trabajar en peluquerías. Venezuela me brindó lo que tengo. Con el dinero que gané allá pare mi casa aquí; ejemplos como el mío hay muchos en este pueblo”, dice. 

Carmen Elena Amaranto Mercado, su amiga y contemporánea, lo corrobora. “Yo nunca me fui porque mi madre no me dejó; ella no vio la necesidad de que yo fuera a trabajar allá porque mis cuatro hermanos que sí estaban trabajando en Caracas mandaban plata quincenal. Con eso ella compró cuatro terrenos aquí en Caraquitas, a $2.700 cada uno, le estoy hablando de los años 70. Y no solo ella, este barrio se llama así porque la mayoría de lotes fueron comprados con plata que la gente mandaba de allá. Como este pueblo está a la orilla de La Cordialidad a la gente le resultaba fácil embarcarse en un bus y marcharse a Venezuela. Cuando los de allá venían, lo hacían vistiendo a la moda, las mujeres llegaban emperifolladas, con el pelo y las uñas impecables y los hombres emperfumados; todo eso entusiasmaba a los de aquí”.

Ambas mujeres ahora trabajan, cada una a su manera, para ayudar a los venezolanos, a los hijos de colombianos y a los propios colombianos que tras años de vivir en el vecino país, ahora están llegando huyendo de la crisis social que atraviesa el estado de la “revolución de Hugo Chávez”.

Carmen lo hace hospedando en su casa a uno de sus hermanos y a una sobrina que después de 13 años de no parir salió embarazada a falta de tomarse las pastillas anticonceptivas porque no las consiguió en Venezuela. “Quedé desprotegida y finalmente salí embarazada”, explica Odales Arzuza Gutiérrez, de 31 años. “Tenía tres meses de embarazo y decidí venirme porque allá no se conseguía ni el ácido fólico. Me atemoricé porque mi hermana no pudo tomarse ni una vitamina durante su embarazo y su nena nació enferma. Me vine con mi marido y a los cinco meses de estar aquí me abandonó. No he vuelto a saber de él. Allá trabajaba en casa de familia, aquí no he conseguido trabajo, vivo de la misericordia de mi tía; los domingo hago sopa, pero a veces no se venden todas; con eso me bandeó en la semana”, precisa.

Estela Marrugo, por su parte, quiere llamar la atención de las autoridades para que ayuden a los emigrantes venezolanos. Ella siente que hay una deuda humanitaria de por medio. De lo que tiene ha dado un poco, le armó una tienda a varios de sus familiares que llegaron hace un año, pero como es lógico, dice, sus fuerzas no alcanzan. Sabe dónde viven “apretujados” los venezolanos en el pueblo, asentados mayormente en los sectores Las Latas, El Ceibal y Caraquitas.

“Me da dolor con las muchachas que llegan porque a muchas las están explotando sexualmente. En Caraquitas, las autoridades deportaron como a 15 que las tenían en una casa prostituyéndolas. El hambre hace que se sometan a eso”, manifiesta. 

Estela es quien nos guía por una calle polvorienta de Las Latas; es la hora de la salida de un colegio de primaria ubicado en el sector, donde estudian varios hijos de venezolanos y de bayunqueros que se han devuelto.

Nos muestra las casas. “Aquí hay cerca de 22 venezolanos y aquí viven 15”, dice mientras señala la vivienda de Wilman José Miranda. Ya en la casa, en medio del calor, Merci Garalla reflexiona: “No ha sido lo que esperábamos, pensábamos que iba a ser mejor, pero al menos no estamos pasando hambre. De aquí no me devuelvo con las manos en la cabeza”.

Su esposo, la escucha y complementa: “Hay día en los que nos miramos las caras, pero qué hacemos. Regresarnos derrotados no es una opción. Yo he caminado por la playa buscando quien me dé un día de trabajo, pero no he conseguido. Llegamos con 170 dólares y ya no tenemos nada; el dinero para los pasajes también nos dificulta salir en busca de trabajo”.

[bitsontherun QM7ftWYm]

PROFESIONES ESTANCADAS

Mientras ellos nos cuentan sus preocupaciones pasa por la calle una pelirroja, pecosa. Su cara está embijada del sol. Lleva más o menos cuatro horas caminando las calles del pueblo vendiendo jugos y empanadas; su esposo hace lo mismo por otros lados, en el mismo corregimiento. Ella iba rumbo al colegio en busca de su hija menor, pero al ver a los periodistas se detuvo para contar su historia. Es licenciada en preescolar y su esposo es técnico en redes, llegaron hace un año y se instalaron en una piecita en la que pagan $100.000 mensual. Al principio intentaron buscar trabajo en lo suyo y al ver que no les fue posible optaron por la venta ambulante.

“Ya estoy calmada, al principio lloraba mucho, pero ya acepté que estamos construyendo un mundo nuevo para nosotros. Saco fuerzas al ver a mis hijas. Ambas llegaron flaquiticas y gracias a Dios ya están gorditas”, recalca.

Diana y su esposo tienen permiso para trabajar en Colombia y están luchando por documentar a sus hijas. Las tienen en el colegio, pero con la condición que deben entregar los papeles en regla en los próximos tres meses.

El mismo inconveniente con sus hijos posee Divinia Muñoz, quien se regresó hace unos meses con su esposo. Ella es colombiana y él y sus hijos venezolanos. “No he podido sacarle los papeles a los niños porque en Venezuela no nos dieron ninguno. Allá no están dando pasaporte y a la gente no le queda más que salir ilegal o dejarse morir de hambre. Llegamos acá y nos hemos dado cuenta de que la cosa es difícil No hay un centro de atención humanitaria para el que viene de Venezuela”, expresa.

¿QUÉ SE ESTÁ HACIENDO?

Los problemas que están enfrentando los venezolanos que llegan a Cartagena y a Colombia en general tiene que ver con la documentación, afirma Álvaro Vega, director de la fundación Un Solo Pueblo dedicada a la atención de los emigrantes venezolanos. Él mismo es venezolano, de profesión publicista, salió de Venezuela hace diez años cuando visionó, tras hacer un trabajo universitario, que el “socialismo iba a poner las cosas difíciles” y se residenció en Cartagena. Recién llegado trabajó como vendedor de celulares, hizo algunas campañas publicitarias hasta que al ver que cada vez llegaban más coterráneos desorientados decidió abrir la fundación.

“Tenemos una certeza, partiendo de un censo que hizo la Onu hace unos meses, de que hay cerca de 9.000 venezolanos en Cartagena; 600 en Bayunca.

Es una población desasistida socialmente en educación, salud y trabajo; y el origen de todo es la indocumentación.  La Cancillería expidió en julio de 2017 una resolución para la creación de un Permiso Especial de Permanencia (Pep), pero para obtenerlo los venezolanos han debido ingresar a territorio colombiano por un puesto de control autorizado sellando su pasaporte y esa posibilidad fue nula para la mayoría de los que aquí se encuentran. Hay mucho trabajo por hacer y el Estado colombiano debe hacerle frente al problema sin una amenaza latente de deportación”, clama Álvaro Vega. 

La secretaria del Interior del Distrito de Cartagena, Yolanda Wong, sin embargo, esboza la dura realidad: “La Cancillería expidió esa resolución, pero envió cero pesos a los territorios para atender el problema. Cartagena ha hecho lo correspondiente con presupuesto propio, en el 2017, el Dadis se gastó $1.500 millones en atención a los venezolanos y lo cierto es que financieramente Cartagena no está preparada para atender este problema. La orden del Gobierno mayor es que quien no tenga sus documentos en regla debe ser deportado”.

En medio de la desesperanza, la Pastoral Social de la Arquidiócesis en Cartagena abrió un hogar de paso en el barrio La Consolata para brindarle atención inicial a los que vayan llegando e incluso a los que ya están y siguen desorientados sin saber qué hacer. La iniciativa responde a la directriz del Papa Francisco que exhortó a la iglesia católica a ser solidarios con el pueblo de Venezuela.

En las Casas de Justicia también tienen indicaciones precisas para orientar a los venezolanos, cuyo asentamiento en Cartagena ya es una realidad que cada día cobra cuerpo y expande el peso que trae con ella: pobreza, delincuencia, nuevas oportunidades, talento humano; en fin cientos de vida que han visionado a “La Heroica” como su piedra de salvación.

Se ha producido un error al procesar la plantilla.
Invocation of method 'get' in  class [Ljava.lang.String; threw exception java.lang.ArrayIndexOutOfBoundsException at VM_global_iter.vm[line 2204, column 56]
1##----TEMPLATE-EU-01-V-LDJSON----
 
2   
 
3#printArticleJsonLd()
 

Comentarios ()

 
  NOTICIAS RECOMENDADAS