Regional


Claribel le gana la batalla al hambre

ANÍBAL THERÁN TOM

25 de julio de 2010 12:01 AM

Claribel Villalba Chamorro es una mujer menudita y sencillita, que a sus 50 años espera que un sapo de los que abundan en Puerto Petty, una vereda de Achí inundada por com-pleto, se le convierta en príncipe y se la lleve a vivir a un palacio, después de un beso, como en los cuentos de hadas. Con el agua hasta el cuello, “Clari” como la llaman cariñosamente sus amigos habla sin parar de sus ilusiones, de sus sueños, totalmente diferentes a la realidad que vive. Ella espera que una vez el sapo convertido en príncipe la haga su reina y pueda dis-poner de una corte de sir-vientes que le sirvan manjares exquisitos en una vajilla de plata o de cristal. Sueña que expertos en belleza le mantengan su pelo brillante y su piel lozana. Igualmente, se pinta caminando plá-cidamente sobre un jardín grandísimo con flores de todos los colores y pasean-do en un barco de lujo co-nociendo los puertos turísti-cos más famosos del mundo. Esta mujer que da salti-tos cuando va a decir algo y mueve las manos de arriba a abajo, no se preocupa por aguantar la risa para ocultar sus dientes manchados por el tabaco, ni mucho menos escatima esfuerzos para es-conder su realidad. La es-pontaneidad es su virtud. “Uno tiene derecho a soñar”, dice Claribel para re-ferirse a su condición de damnificada porque perdió su casita hecha de tablas, con dos cuartos y una sala, una mesa rústica de madera, dos ollas de aluminio, la hornilla de barro que construyó con sus propias manos, un espejo pequeño, tres faldas de satín, brillantes como le gustan a ella, varios platos de peltre y una cantidad de chécheres viejos, entre ellos las fotos de su juventud, que guardaba en un baúl que la corriente del Cauca se llevó. “Clari” habla sin temores sobre cualquier tema, con tal de llamar la atención del forastero que llega hasta el territorio de Puerto Petty, un pequeño cacerío de 37 familias, que desapareció una madrugada de mayo pasado, después de que el gallo cantó tres veces. A esa hora el Río Cauca se abalanzó sobre las casas y las sepultó bajo sus aguas, junto a sus cultivos. La tragedia la historia de Claribel es la misma de más de 4.000 familias en Achí, de otras 2.000 en el vecino municipio de Pinillos y miles en Tiquisio, San Jacinto del Cauca y otros pueblos de la Mojana sucreña inundados por el Río Cauca. Allí todos quieren contar su tragedia. Sin pudor hablan de las vicisitudes que afrontan por la falta de comida, de lo que perdieron con la primera inundación, de la vigilia para evitar que la creciente se los tome por sorpresa nuevamente y arrase con sus cambuches. Pero ninguno de los damni-ficados le gana a la elocuencia de “Clari”, la mujercita que decidió quedar-se encima del antiguo jari-llón a pocos metros de su casa, donde armó un cambuche con plástico y unos palos de madera. Allí vive con Jair Rodríguez, su bordón; Willinton Altamiranda, un primo y tres hijos de éste. Su cam-buche es largo. Caben cuatro camas y una troja, un escaparate viejo, sin espejo; cuatro sillas de plástico, unos asientos de madera y otros enseres. De día es caliente y de noche es fresco, pero la humedad se siente por todos lados. La noche del jueves, cuenta Claribel, si no es porque riega creolina y límpido alrededor del cambu-che, se le meten cuatro culebras venenosas, que buscaban el seco. Ella y su familia saben que no es fácil vivir en medio del agua, pero se conforman porque, según sus palabras, así les toca a los ribereños cada vez que el Río Cauca se enfurece. Hablan del tedio de vivir incomunicados y sin espacios para caminar; de los peligros de la noche y del miedo que los invade a toda hora pensando en que pueden ser atacados por algún animal grande. El hambre Todo alrededor del cam-buche de la familia de Cla-ribel es agua. Los cultivos de arroz, yuca y maíz de Willington se perdieron y de las 12 gallinas que salvó de la creciente, sólo queda una, que le hace compañía a una pequeña lechona en estado de preñez. Esos son los activos de la familia de Claribel. La situación es grave. Por eso Claribel se le tira al agua del Cauca todos los días para llegar hasta el nuevo Puerto Petty, ubicado encima de un jarillón recién construido con dineros de Cormagdalena, a ganarse el sustento cocinando, que es lo que mejor hace. Allí los hombres trabajan día y noche colocando sacos de arena para evitar que el agua rebose el jarillón y entre las mujeres, con la colaboración de la Alcaldía de Achí, preparan una comida comunal. Muchas veces es una sopa de hueso salado con arroz y bastimento. Claribel se lleva una pequeña olla repleta de esa comida y la reparte entre los suyos. “Hay veces que come-mos una sola vez al día, pero uno se conforma. Usted sabe el otro día mis pelaitos lloraban porque no habían comido, entonces elevé una plegaria y me atreví a declararle la guerra al hambre. Parece mentira, pero me to-có preparar anillos de anguila frita. Es esa culebra ciega que pasa descargas eléctricas a quien la toca. Quedó sabroso, aunque cuando los pelaos me pre-guntaron y les conté la verdad, no me creían. Otro día me tocó cazar varios patos silvestres, de esos que por aquí se conoce como barraquete e hice un guiso con bastante ají, también comi-mos con arroz volao. Lo importante es no dormir con la barriga vacía porque después sueña uno cosas extrañas”, cuenta la recursiva mujer. Según Claribel, la situación de los campesinos ri-bereños es pésima porque además de que perdieron lo que habían sembrado, ya ni pescado les da el río y el hambre acecha. “Hay veces que la Alcaldía nos regala un mercadito en la semana, pero eso no es solución para garantizar la alimentación de una familia, así que nos toca inventar”. La situación de Claribel es un espejo para los miles de damnificados que ha dejado el Río Cauca y el Río Magdalena en el Sur de Bolívar. Allí no han llegado aún las ayudas estatales y según los pronósticos, la temporada de la Niña a penas comienza. “Si el Río Cauca sigue creciendo, lo más seguro es que toda la región de la Mojana desaparezca. En-tonces, ahí si pensaré en sa-lir de aquí, junto a mi fami-lia porque cada día es más duro sobrevivir”, dice Cla-ribel, al tiempo que agarra un sapo grande que han bautizado como Abraham David porque tiene más de 20 días de vivir con ellos. Lo acerca a su carita chi-quitica y lo besa con los ojos cerrados, demostrando que cree en los cuentos. El sapo Abraham David salta y se pierde en las aguas del Río Cauca sobre el techo de la casa de Claribel. “Ese no es mi príncipe, seguiré buscando”, ríe la menuda mujer, al mismo tiempo que se dispone a co-cinar el arroz, un galón de manteca y un pedazo de cerdo que le mandó un amigo de Achí para ale-grarle la tarde. ¿No será ese tu príncipe?, le pregunté. “De pronto”, contestó riendo.

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