Aunque la luz eléctrica disipó los encantos y demás actos de hechicería, hubo un tiempo en que la región de Lamba, como se conoció en el pasado a la zona del Canal del Dique, fue gobernada por zánganos y brujas que tenían el poder de matar a una persona con la mirada. Todo era regido por la hechicería, y los zánganos (hombres brujos) gozaban de mucho prestigio, pues tenían el conocimiento de las plantas, que usaban para curar todo tipo de enfermedades y, además, eran adivinos. Hace más de 200 años no había médicos, había brujos. Algunos ancianos recuerdan, aún con miedo, las noches iluminadas por destellos de colores, acompañados de extraños gritos guturales emitidos por mujeres y rugidos infernales que vomitaban los zánganos en las orgías demoníacas que se daban varias veces al mes, claro si había luna llena. Pocas personas se atrevían a ver estas guerras nocturnas porque corrían el riesgo de ser convertidos en algún animal: las brujas lo veían todo. Por eso sólo se limitaban a escuchar los gritos y las risas burlonas hasta el amanecer, mientras se protegían con rezos y alabanzas a Dios. Los aquelarres, reuniones entre brujas, se iniciaban exactamente en la zona de Lamba, en explanadas cercanas al Canal del Dique o las ciénagas que lo circundan, a la medianoche, hora en que los espíritus inquietos de la muerte se levantan de sus tumbas, extrañas y terroríficas criaturas de lo sobrenatural caminan en la tierra, y las sombras de lo oculto aumentan su oscuridad y, la mayoría, de sus poderes. Choque de brujas Habitantes de Malagana y Sincerín, el primero, corregimiento de Mahates y el segundo de Arjona, aseguran que Lamba fue poblada por dos o tres familias, cuyos hijos nacían deformes. Había hombres pequeños con cabezas grandes, un solo ojo y penes gigantescos, y otros de dos metros con penes diminutos y brazos largos. Eran feos y quienes mandaban eran las mujeres, que volaban por el cielo con la rapidez de un avión. La primera guerra aérea que se dio por esta zona, no fue la del Ejército con la guerrilla, ni de la guerrilla con paramilitares, sino entre brujas que pertenecían a los aquelarres de Tolú, La Popa (Cartagena), San Antonio de Labarcé (Sucre), Ñanguma y Munguía (Marialabaja), y Evitar y Gamero (Mahates). Estas mujeres participaron en varias batallas y combatían con bolas de fuego, muchas de las cuales quemaron chozas y extensos pastizales. Fue famoso el combate que libraron una noche de luna llena la diosa Chalole, una hermosa morena de ojos verdes almendrados, que caminaba semidesnuda entre los hombres despertando lujuría, y María Dolores Balseiro, una mujer chiquitica, también de buenas carnes y sonrisa envolvente, peleando por la jefatura del aquelarre de Lamba. Las mujeres, cada una acompañada de un séquito de brujas, volaban en sus escobas adornadas con casangas luminosas y se atacaban con bolas de fuego y con sus largas uñas. Después de esas peleas, que muchas veces terminaban cuando el sol comenzaba a salir, era común para los lugareños encontrar cadáveres chamuscados de mujeres y otras heridas en medio de las peleas. Nunca se supo quien ganó, pero la diosa Chalole reinó por varios años en la zona de Lamba, hasta que se hizo anciana. Esa mujer, dicen, tenía el poder de ocultar el sol y de convertir a sus enemigas en ranas, burras o perras. Pretensiones de Chalole Era Chalole, la mujer hermosa que podía doblegar a cualquier hombre que le gustara con solo mirarlo, pero además tenía la capacidad de escuchar una conversación a kilómetros de distancia. La diosa Chalole era quien otorgaba el poder a las nuevas brujas. Se dice que la persona que quería ser bruja se dirigía al aquelarre mayor y Chalole, mitad india, mitad negra, le ponía condiciones. Para probar si era capaz de entregar su vida por la brujería, debía arrancarle el corazón a un niño, preferiblemente pariente suyo; e ir a las 12 de la noche a un cementerio a morderle el brazo a un difunto y tragar su carne. Debía aprenderse el credo al revés y lanzar la frase “Sin Dios y sin Santa María”. Todo debía ser al revés para llevar la contraposición a Dios. Después que cumplía esos requisitos crueles, la jefatura mayor entregaba unas palabras que debía aprenderse de memoria. También recibían un ungüento que se echaban en las rodillas para desarmar sus piernas y poder volar. En la escuela de hechicería de Chalole, había dos clases de brujas, unas denominadas volantonas, las que tenían la capacidad de volar hacia Tolú, Mahates, Evitar y otras regiones como Palmar de Varela, en el Atlántico, donde se les veneraba. Había otra clase de brujas que eran denominadas las guerreras, quienes se transformaban en pato, gallina, perra o burra para engañar a sus maridos. El marido de la Diosa Chalole, un zángano de Tolú, que se convertía en cabro durante las orgías en que terminaban los aquelarres, la complacía en todo y se enamoró tanto que llegó a temerle, hasta que un 30 de abril un brujo andaluz, que se hizo sacerdote católico y llegó con los españoles en la época de la conquista, se trenzó en una pelea para acabar con el mal y la oscuridad, y lo desapareció de este mundo. Desde ese día, la claridad reinó en Lamba y la región comenzó a poblarse. Dicen que Chalole, después del hechizo. se volvió anciana, después que la palabra de Dios, acabó con los hechizos, y aún vive en la pobreza pagando por sus males en alguna parte de Lamba. Otras historias Después que acabó el reinado de Chalole, las pocas brujas que quedaron en Lamba fueron perseguidas en la época de la Inquisición y muchas dejaron de practicar el mal. Sin embargo, han sido muchos los casos reportados que tenían que ver con hechizos guardados en la memoria de los mayores. En la zona de Malagana, donde se concentraron maestros de la brujería negra, que llegó con los africanos, y de la sabiduría andaluza, que trajeron los españoles cuando conquistaron estas tierras, habitaba el señor Pedro Mendoza, más conocido como “El tigre de Munguía” (Marialabaja), que se volvió un experto cogedor de brujas. Se dice que Pedrito Mendoza salía desde Munguía caminando a Palenque donde lo llamaban con golpes de tambor para poner fin a algún maleficio. En una de esas salidas siempre encontraba algún animal que lo molestaba. Cierto día se encontró una pata con más de 50 paticos que se le aparecía cada 10 metros y lo obligaba a detener el paso. Después se le apareció una burra con vulva de mujer que brincaba en medio del camino y por último vio una perra parida, de ojos brillantes, que ladraba con rabia. Pedrito Mendoza se concentró y reunió a los animales y los amarró con un largo pelo de mujer que traía en su mochila. Así se llevó a la pata, a la perra parida y a la burra hasta Palenquito, donde vivía su hija Librada. Metió a los animales en un guacal. Al día siguiente, su hija Librada se extrañó al ver a tres mujeres desnudas metidas en el guacal pidiendo perdón. Pedrito Mendoza las soltó con el compromiso de no seguir haciendo el mal. El hombre pequeño que conocía los secretos de la magia negra y podía acabar con cualquier clase de encanto murió a los 110 años, ciego y ya sin hablar, después que uno de sus discípulos lo acostara boca abajo y le rezara por tres días. Tamborero y cuentero Sentado en una poltrona vieja y debajo de la sombra de un palo de mango, Guillermo Valencia, el mismo tamborero de Petrona Martínez, parece desdoblarse cuando termina de contar la historia de las brujas de Lamba. Es un cuentero, los niños de Palenquito, el primer barrio de Malagana, prefieren escuchar sus historias que ver televisión. Él se levanta y hace gestos cuando habla de las brujas, su tema favorito. No todo está en su imaginación, es cierto asegura. El investigador cultural Guillermo Valencia Fernández, asegura que aún quedan brujas y brujos en la zona, pero que ese conocimiento se lo llevan a la tumba. “Hace muchos años, el poder de la hora de la brujería, las 12 de la noche, se aplicaba no sólo para lanzar hechizos, maldiciones y amarres; sino también para la adivinación, necromancia, conjuros espiritistas, transformaciones, ciertos trabajos alquímicos, la elaboración de talismanes y amuletos mágicos, la construcción de instrumentos rituales y otros propósitos”, dice Valencia Fernández, hijo del famoso compae “Goyo”, de Montería, de quien heredó la pasión por las leyendas y la música, y quien se eleva en el tiempo contando las historias que aún guardan en la memoria algunos zánganos viejos que habitan en lo que una vez fue Lamba.
Regional
Cuando en" Lamba" mandaron las brujas
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