Regional


El día que Pedro Infante llegó a San Jacinto

ANÍBAL THERÁN TOM

16 de agosto de 2009 12:01 AM

Promediaban las dos de la tarde del sábado de abril en que Pedro Infante, el actor y cantante más famoso que ha parido México, llegó sorpre-sivamente a San Jacinto. Un helicóptero plateado aterrizó en la plaza principal de ese pueblo, lo que obligó a los pobladores a correr des-pavoridos para alejarse de la nave que bajaba del cielo, a los parroquianos que se pre-paraban para entrar a la mi-sa. Algunos gritaban, “¡se acaba el mundo!”, “¡corran, el diablo está suelto”!, debido al ruido infernal que hacía el motor potente del aparato y a la nube de polvo que le-vantó. Mientras, otros contemplaban embobados el ate-rrizaje del pájaro de acero, que dejó a varias casas sin su techo de zinc. Hombres y mujeres, por insinuación de un cura, se armaron de cru-cifijos de palo y de metal, que llevaban colgando en el pecho, por si de pronto de-bían enfrentarse al malévolo Lucifer. A los pocos segun-dos, cuando las hélices se detuvieron por completo, la figura de un hombre delgado impecablemente vestido de negro, con un pañuelo rojo a manera de corbata bajó de la nave. Lo primero que hizo al descender fue preguntar, con un acento raro, por Carlos Joaquín Guette Lora, más conocido como “El Mono Largo”, sobrenombre que se ganó desde niño porque mi-de un poco más de 2 metros de estatura. La Policía llegó y con dos rifles viejos apuntaron a los extraños que llegaron a alborotar al pueblo. Hablaron con el hombre vestido de negro y otros dos jóvenes que lo acompañaban. “Perdón, ¿dónde vive Carlitos Güette?”, preguntó otra vez con acento mexicano el hombre que caminaba escoltado por la Policía. Los policías lo reparaban de pies a cabeza. Sus miradas escru-tadoras examinaron las botas nuevecitas, brillantes; el vestido y hasta el bigote, bien delineado del hombre. Es más, se deleitaron con su ha-bladito cantado, hasta que uno de los policías espetó: “Es Pedro Infante, el cantante mexicano”. “Así es”, contestó, mientras reía. Los agentes del orden siguieron escoltándolo en el camino hacia la residencia de “El Mono Largo”, pero un mar de gente se arremolinó en torno al gran Pedro, quien seguía riendo y saludando a diestra y siniestra. “¡Llegó Pedro Infante!”, gritaron al unísono varios mozalbetes que alborozados acompañaban a la figura que caminaba ahora con los bra-zos en alto por las calles de San Jacinto. Su estilo alegre y carismático, el mismo que cautivó al público mexicano y latinoamericano, y sus actuaciones valientes y pícaras, hacían que las mujeres sanjacinteras se le abalanzaran. De hecho, en el cine, todos los sábados y domingos, presentaban una película suya en el cine de la plaza. Debido a la cantidad de gente que apareció, otro pi-quete de Policía llegó a cus-todiarlo y el alcalde de la época, don Benjita Barraza, debió intervenir para evitar que maltrataran al artista. Todos corrían de un lado a otro y en las radiolas marca Philips colocaron varios dis-cos con sus canciones. Pedro estaba aterrado porque nun-ca creyó que su fama fuera tan grande. Así llegó a la casa de “El Mono Largo”, quien le brindó un tinto cerrero en una totuma. Hablaron un rato y de allí salieron. Pedro le confesó a su gran amigo Carlos Guette que también quería visitar, de paso, a su otro entrañable amigo Juan Elías Díaz, padre del periodista Juan Carlos Díaz, para echarse unos traguitos fuera de México y cantar con ellos unas cuantas rancheras. II La Policía debió colocar una barrera para evitar desórdenes. Juan Elías Díaz, un músico sanjuanero que acababa de enterrar su corazón en San Jacinto, enamorado perdidamente de Socorro Martínez, el único amor de su vida, salió de su casa a ver el tumulto y preguntó: “¿qué hice?” Y fue “El Mono Largo” quien le dijo: —Nada, aquí te tengo a Pedro Infante, que ha venido a saludarnos. —¡Mierda!, verdad. Entonces que pase. Se saludaron cantando a dúo “Currucucú paloma” y Juan lo hizo entrar. Pedro le dijo: —Ole Juan, me imagino que debes tener las guitarras sin cuerdas, como siempre. —¿Qué comes que adivinas Pedrito? Así es. Del tumulto salió un grito: “¡Qué cante!” —¿Pero, ¿cómo si no hay guitarra?, preguntó Juan Elías Díaz. Pero enseguida, la voz de tenor, clara y fuerte, rompió el silencio cuando cantó “Corazón, Corazón”, una de sus rancheras famo-sas. Juan Elías le hizo la se-gunda voz, mientras “El Mono Largo”, se encargó del coro. Todos aplaudieron. Pedro le pidió permiso a la gente, que lo seguía ovacionando, y se internó en la casa de Juan Elías Díaz. Al rato llegó el compositor Adolfo Pacheco Anillo con dos guitarras, acompañado del pro-fesor José Domingo Rodríguez, Licho Anillo, Diono Anillo, José Luis Pulgar, Romeo Jaspe, Arturo Alan-dete y Joaco Martínez. Pedro Infante pidió un trago de “Tres Esquinas” y Juan se lo dio. Se lo tomó y pidió otro. Se saboreó y dijo: “Está como bueno. Écheme otro” Como tenía una presentación en Bogotá, pidió le mandaran a buscar a “Los gaiteros de San Jacinto”, pues no podía irse sin escu-charlos. Llegaron al rato y la magia de Toño Fernández, quien le dedicó varias décimas, lo embrujó. Entonces se armó una parranda, con el acordeón de Andrés Lande-ro, en la que Pedro cantó varios de sus temas favoritos y le pidió a Adolfo Pacheco, le interpretara la “Hamaca grande” y otras obras. Habló de la posibilidad de grabar una película en San Jacinto con la actuación del “Mono Largo”, como co-protagonista y de Juan Elías Díaz, interpretando al malo. Además, de su deseo de gra-bar un disco de ranchera con gaita, una fusión que segu-ramente gustaría muchísimo. Pedro contó que por el precio de la fama, no podía andar libremente en México y que por eso había llegado a San Jacinto a pasar un buen rato. Le brindaron una chicha-rronada con yuca blanca mona, suero y agua de pa-nela, que prefirió al clima porque después le afectaba la garganta. Pedro se sentía a gusto por la atención y por los cuentos que había escuchado de su amigo “El Mono Largo”, quien en esa época tenía todos los discos que había grabado y periódicos coleccionados con fotos su-yas. En fin, “El Mono Lar-go” era el admirador más grande que tenía en el país. Por eso había ido a visitarlo. Había tenido noticias suyas hacía bastante tiempo y se conocían por cartas, pero al verse por primera vez, les pa-reció conocerse de tiempo atrás. En el fulgor de la parran-da, Pedro Infante interrum-pió a Toño Fernández con educación y le preguntó por un señor que era conocido como “El Yulero”, a quien tenía que agradecerle porque le había salvado la vida. Todos se quedaron expectantes, pues no daban crédito a las palabras del artista. “Es que me contaron que hace un tiempo se quedó adormitado viendo la escena de una película en la que un indio me iba a matar, porque se me habían acabado las balas. El señor Yulero estaba tan concentrado que para evitar el crimen sacó de su pretina un revólver 38 largo y le disparó en seis ocasiones al indio, diciendo, “a Pedro se le acabaron las balas, pero a mí no”. La risa fue la constante y le explicaron que ese día aca-bó la proyección de la pelí-cula, porque agujereó el te-lón blanco y la gente salió despavorida por la gracia del hombre. Los amigos de Pedro mandaron a buscar a Julio Alandete Vásquez, conocido como “El Yulero”, quien se fundió en un abrazo con Pedro Infante. Promediando las seis de la tarde, Pedro anunció su partida, cantando, también. Lo despidieron con un aplauso, mientras el Alcalde le impuso una medalla y le regaló una hamaca grande para que en sus sueños le recordara a San Jacinto. El pájaro de acero se perdió en el cielo, dejando un polvorín en la plaza del pueblo y muchas mujeres llo-rando de júbilo por la parti-da del ídolo. *** Al día siguiente, después de las 7 de la mañana, Juan Elías Díaz, se despertó sobre-saltado cuando su esposa lo llamó para que fuera a comprar el desayuno. No sintió las nauseas del guayabo y encontró la sala limpia y nada que le demostrara que Pedro Infante había estado allí. “Fue un sueño”, pensó en voz alta. Corría el año 1975, 18 años después de la muerte fatídica de Pedro Infante, cuando Juan Elías le contó su sueño a “El Mono Largo”, a quien la cara se le puso de mil colores y estalló en ira después de escuchar la narración. “El Mono Largo”, le dijo: “Ese sueño no te pertenece, es mío. No entiendo cómo has podido soñar tu con Pedro Infante, si apurado te sabes dos rancheras. En cambio yo me las aprendí todas y a pesar de que está muerto sigo siendo fiel a mi ídolo”. Los dos grandes amigos demoraron varios meses bravos por ese sueño. En San Jacinto todo el mundo conoce la historia que ahora, cada vez que la recuerdan, termina en carcajadas. Sin embargo, ha pasado tanto tiempo que “El Mono Largo” tuvo un sueño parecido, con el can-tante mexicano, que se lo llevó a grabar con él a México y más nunca regresó a San Jacinto.

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