Regional


El ultimo rezo de Clelia Ramírez

ANÍBAL THERÁN TOM

28 de febrero de 2010 12:01 AM

El 17 de febrero pasado, Clelia María Ramírez, se levantó más temprano que de costumbre, a las 4:30 de la mañana, rabiosa, con el rosario en la mano, vociferando frases ininteligibles. Salió del cuarto, el mis-mo donde durmió por más de 50 años con su amado, Víctor Pardo, y continuó discutiendo, aparentemente, sola. De su boca salían en ráfaga palabras en Latín, que se convertían en ora-ciones que había aprendido hace muchos años en la iglesia de Santa Catalina, pues en realidad Clelia, como diría horas después, reprendía a unos espíritus, que desde hace dos años comenzaron a perturbarle sus sueños. Se bañó corriendo con el agua que sacó de un tanque del patio. Titiritando del frío, a tientas, metió la ma-no en el clóset y agarró un vestido negro mangas lar-gas, apto para dar pésames. Se calzó sus zapatillas de bailarina y se persignó para llegar a la casa de Néstor Pardo, su único hijo, a quien siguió pechichando toda la vida. Allí, con la os-curidad de la madrugada, se desayunó con lo que en-contró en la nevera: bollo limpio y queso. Minutos más tarde partió rauda a es-perar un transporte que la llevara a Colorado, corre-gimiento de Santa Catalina, para rezar en el velorio de Atilio Jordán, su amigo de toda la vida, quien había fallecido el día antes, des-pués de anunciar a su fami-lia que había cumplido su ciclo en el mundo. Llegó antes de 6 de la mañana en un jeep destar-talado de los que hacen viajes de Santa Catalina a Loma de Arena, dio el sen-tido pésame a la familia de Atilio Jordán y procedió a organizar el altar. Al lado de familiares y deudos rezó: “Jesús, Ave María Purí-sima en gracia de María Santísima, la gracia de Dios y la del Espíritu Santo en-cienda nuestros corazones, cual fuego a tu divino amor, que nos eche la bendición para empezar a rezar. A voz de corazón te he pedido que alcancemos de tu hijo el perdón de los pecados, re-zando este rosario con la mayor devoción”. I Clelia María Ramírez comenzó a rezar desde muy niña al lado de la señora Rosa Cañate, una de las matronas más católicas que ha parido Santa Catalina. Desde temprana edad, su vida estuvo ligada a los muertos, a los vivos, a los santos y a la iglesia. Siem-pre fue una mujer delgada, de ojos vivaces y larga ca-bellera, que se mantuvo pe-gada a la fe de su único Dios verdadero. Por esa ra-zón, iba a misa, hasta dos veces en el día. Ella tenía un rezo para todo. Por ejemplo, si ame-nazaba una tempestad y el cielo se nublaba corría a sacar los ramos que bendi-cen el último domingo de la Semana Santa y rezaba una letanía, tan rápido que nadie le entendía. Al rato, el cielo se aclaraba y, generalmente, el sol aparecía. Si había un niño decaído, afectado con mal de ojo, le recetaba un baño y lo ponía en oración. A las pocas horas, el infante recuperaba su alegría. Así era Clelia, encantadora. Antes de casarse con don Víctor Pardo, un arjornero que llegó a Santa Catalina para convertirse en el amor de su vida, le advirtió que le encantaba el baile, salir a pasear e ir a misa. “Me gusta estar metida en la iglesia. Si usted no se mo-lesta, me caso, sino no”. Él aceptó y se casaron. De esa unión nació Néstor, un hombre que a sus sesenta y pico de años conserva el entusiasmo por la parranda. Nadie sabe a ciencia cierta a cuántos velorios asistió, pero sus familiares coinciden que fueron mu-chos. No sólo en Santa Ca-talina, sino en Arroyo Grande, Pueblo Nuevo, Loma de Arena, Galera-zamba, Clemencia, Bayun-ca, Cartagena y otros luga-res. Hace dos años, sentada en un taburete en el patio de la casa de su hijo Néstor aseguró que varios espíritus la perseguían, lo que corro-boró hace seis meses, la úl-tima vez que la vi. Con su voz clara y fuerte volvió a aseverar que no estaba durmiendo bien. Los espíritus que la molestaban de noche, se le estaban apa-reciendo de día y en cual-quier parte. Ella los veía, los demás no. Por eso pasa-ba siempre con su rosario en la mano. Ese era su arma para espantar las almas que se quedaron en este plano de la vida. Contó que cuando se acostaba, después de rezar y pedir por toda su familia, conocidos y hasta por los que no conocía, e intentaba cerrar los ojos, le halaban el pelo o le movían la almo-hada. Entonces, se desper-taba sin miedo y los repren-día en el nombre de Dios. Casi nadie le creía por-que todos los días contaba la misma historia. Después de hacerlo Dalis Ramos, la esposa de Néstor, hablaba sobre cualquier tema y Cle-lia le contestaba, mientras barría el patio, le cambiaba el agua a las gallinas o les echaba su alimento. Luego se sentaba a desayunar y después salía a caminar las calles de Santa Catalina y terminaba metida en la igle-sia, inspeccionando a los santos para después dedi-carse a rezar. Todo en su vida tenía un tinte mágico. Era una mujer que cuando hablaba senten-ciaba. Como la conocí des-de niño la imagen que tengo de ella es la de un santo en-viado del cielo para hacer milagros, pues su bondad fue incomparable. Ella to-dos los días tenía algo que hacer relacionado con Dios o sus santos preferidos. Era la más veterana de la Her-mandad de la Virgen del Carmen y del Sagrado Co-razón de Jesús, y quien co-mandaba las procesiones. Además, los viernes santi-guaba a por lo menos dos docenas de muchachos. Ella hacia la señal de la cruz desde la frente al pecho y desde el hombro izquierdo al derecho, invocando a la Santísima Trinidad, para alejar las enfermedades y las malas influencias. II Clelia María Ramírez, nunca abandonó la costum-bre de mudarse para los velorios, que practicó desde niña. Una vez contó a Carmen Esther Castro Nieto, una devota de la Virgen María que sin querer se convirtió en rezandera, que sentía vo-ces y ruidos extraños en la noche y en el día. “Me per-siguen los muertos”, le di-ría. Para Carmen Esther, Clelia Ramírez fue un ser suigeneris que siempre co-laboró con todo el mundo y rezaba gratis, con tal de darle descanso a las almas de los que partían. A Clelia la comenzaron a perseguir los espíritus ha-ce 73 años, poco después de que su primer esposo Ro-berto Manuel Medina Ca-barcas, muriera. Ella conta-ba que una vez Roberto Manuel se le apareció en el cuatro donde dormía con su hijo pequeño, también de nombre Roberto. La apari-ción se le reía y le advirtió que había venido por su hijo. Ella pudo ver que es-taba vestido con la misma ropa con la que lo enterra-ron: pantalón gris, camisa negra y zapatos capriccio. Dice que se asustó tanto por ver la imagen de un muerto que le tocó reprenderlo en nombre de Dios y como pudo rezó tres padrenues-tros y dos avemarías. Des-pués se desmayó y estuvo en un hospital por varios días. Años después, el día que se cumplieron las 9 noches de Andrés Castillo, un se-ñor foráneo que vivió en Santa Catalina, cuando se aprestaba a levantar el altar y a rezar el requiem, una fuerza extraña le impedía mover la mesa donde estaba el cuadro del Sagrado Cora-zón de Jesús. Ella pudo ad-vertir que el vaso con agua que colocan detrás del altar para que el espíritu del di-funto sacie su sed, estaba casi vacío. Clelia, rezó, en voz baja, “Las 12 Palabras Trastornadas”, y le pidió que se fuera de este mundo. Clelia se acostumbró a lidiar con los espíritus en los velorios, pero no en su casa. Por eso los reprendía y les advertía que ella no se quería ir aún. Sin embargo, el día que Víctor Bustamante Torres __-hijo de Doris Torres, su sobrina preferida y la única que se aprendió sus rezos de me-moria-, se ordenó como sa-cerdote, después de la misa, dijo: “Bueno ahora me pue-do morir en paz porque hay alguien que rezará por mi”. *** A las 6:30 de la mañana del 17 de febrero pasado, después de llegar a Colorado a rezarle el velorio a Atilio Jordán, se sentó en una silla, con el rosario en la mano. Elevó varias plegarias y le encomendó el espíritu de su amigo y el de ella a Dios. Pidió un minuto de silencio y no despertó. La noticia conmovió a sus familiares, pero su hijo Néstor, le cumplió la promesa y al día siguiente la enterraron con la banda de Repelón, que interpretó dos balses y varios porros, la música que le gustaba a ella. Los cientos de perso-nas que asistieron al entie-rro advirtieron: “Clelia murió en su ley, rezando”. Dos días después del sepelio, se le apareció a Nés-tor en el bohío de su casa, sentada en su silla favorita, con el rosario en la mano y una sonrisa de felicidad re-flejada en su rostro.

Se ha producido un error al procesar la plantilla.
Invocation of method 'get' in  class [Ljava.lang.String; threw exception java.lang.ArrayIndexOutOfBoundsException at VM_global_iter.vm[line 2204, column 56]
1##----TEMPLATE-EU-01-V-LDJSON----
 
2   
 
3#printArticleJsonLd()
 

Comentarios ()

 
  NOTICIAS RECOMENDADAS