Regional


La sed persigue a Los Cerros

ANÍBAL THERÁN TOM

10 de enero de 2010 12:01 AM

Los 14 kilómetros del camino vericuetoso que conduce a Los Cerros, una de las veredas más apartadas de El Carmen de Bolívar, se hacen intermi-nables para el caminante neófito, no solo por el terreno escarpado, sino por la cantidad de huecos y zanjas que el abandono ayudó a formar. El ascenso, a paso lento, demora más de una hora, quizá porque el camino se ha perdido por los derrumbes constantes en la vía, construyeron los pobladores de este caserío que a pico y pala hace unos 36 años, en el borde de una de las montañas de los Montes de María. Desde hace algún tiempo los camiones grandes no suben a buscar la carga, solo los “Jeep” saltamontes, adaptados para transitar en la difícil geografia montemariana. Pero eso sí, guiados por los conductores más osados de la región. La camioneta en la que viajaba el equipo periodístico de El Universal no pasó de Pozo Oscuro, una vereda a unos 7,5 kilómetros de Los Cerros. En el camino hacia Los Cerros solo encontramos una motocicleta, cuyo conductor debió bajarse por un trecho por el mal estado del terreno. El mo-tociclista, con cara de desasosiego, nos saludó entre dientes, bufando en medio de la manigua. A quienes osan transitar por ese camino se les nota cara de angustia, excepto a los campesinos de la montaña, quienes se acostumbraron a lidiar con el territorio agreste. Empapados de sudor, la corresponsal de El Universal en El Carmen de Bolívar, Lila Leyva Villarreal; el líder José Fernández y quien escribe la nota, llegamos, después de una hora y 15 minutos, a Los Cerros. Los ranchos, construidos por ellos mismos con los alares de palma hasta el piso, no tienen sala, ni división alguna. La pobreza es una constante en los habitantes de Los Cerros, quienes aún salan la carne para conservarla, y aunque, paradójicamente, tienen energía eléctrica, ni siquiera cuentan con una nevera. Los pozos se secaron “Allí vienen”, gritó el campesino Manuel Fernández Serrano, líder y fundador de esta vereda. De inmediato una nube de niños y niñas salieron a re-cibirnos, alborozados. Bajo el sol del medio día, pero con la frescura de la brisa de los Montes de María, caminamos por la entrada principal de Los Cerros, hasta uno de los ranchos. Manuel Fernández no dejó que nadie hablara. - ¿Y qué le pasó al carro?, preguntó. - “No pudo seguir por el camino, es muy bajito. Lo dejamos en Pozo Oscuro”, contestó su hijo, José Fernández Bohorquez. Manuel Fernández posó su mano derecha en la barba sin afeitar y como si estuviera ante un auditorio de más de mil personas, con toda la fuerza de sus pulmones, soltó una ráfaga de frases cargadas de dolor e impotencia. Atacó a los últimos alcaldes de El Carmen de Bolívar, incluyendo al actual, porque nunca los han visitado, pese a muchas peticiones. Habló mal de los políticos, que los visitan en época de elecciones para que les den el voto, pero nunca cumplen sus promesas y por último, se refirió al Presidente Alvaro Úribe con cierta ironía, porque según él, ha hecho mucho por la seguri-dad de Colombia, pero a Los Cerros no le ha dado nada. “Y eso que también le escribí, que no me venga a decir que no sabía de las necesidades que tenemos”. Después de un rato, ante la mirada temerosa de sus nietos, yernos e hijos, don Manuel bajó la mirada para decir: “Me duele que a ustedes les hu-biera tocado subir a pie porque sé que no es fácil. Pero también me alegro, para que se den cuenta cómo sufrimos los que vivimos acá, apartados de la civilización”. El hombre, acompañado de Benigno Núñez, su amigo inseparable y compañero de lucha, advierte que el verano secó hasta los manantiales que los surtían de agua. “En mis 34 años de vivir aquí nunca habíamos soportado un verano tan intenso, que acabó hasta con las aguas que brotan de la tierra. Ahora tenemos que beber el agua putrefacta que queda en algunos jagüeyes y nuestros niños se están enfermando con diarrea e infecciones”. José Fernández entra al rancho donde estábamos sentados escuchando a don Manuel, el líder del pueblo, y vacía un tanque del agua que acaban de traer de un jagüey, en un recipiente. Cuando, el agua turbia huele a podrido. José le mete la mano. “Huele mal, pero así nos toca tomarla. No hay más”. Otros habitantes de Los Cerros señalan que el verano secó todos los arroyos de la zona y por eso, para tener un poco de agua, deben ir hasta Pozo Oscuro, caminando 7,5 kilómetros. “Allá hay una represa, pero se está secando”, señala una de las 14 hijas de don Manuel Fernández. El hombre retoma la palabra para decir que lo único que necesitan es que el alcalde de El Carmen, el Gobernador de Bolívar o el Presidente de la República, les ayuden a construir una gran represa que recoja toda el agua lluvia, para que los habitantes de Los Cerros no sufran. “Ah, se me olvidaba la parte de la vía. Ojalá y los militares que construyeron la Transversal de los Montes de María nos manden una maquinaria para que nos perfile la vía, aprovechando el verano”, recalca. Don Manuel señala que con la vía arreglada es más fácil sacar sus productos. “Por su mal estado, nos toca pagar a un Jeep, que no puede con más de 30 bultos de ñame, $100.000 para llevar la carga a El Carmen. Por eso no nos queda nada”, dice. Educación y salud Aunque en Los Cerros hay una escuela donde se educan los casi 80 niños de la vereda, solo llega hasta 5º de primaria. “Necesitamos un apoyo para que nuestros hijos puedan llegar al bachillerato”, dice Beningno Núñez. El hombre, más sereno que don Manuel, señala que no hay un puesto de salud y que para recibir atención médica deben viajar a El Carmen. “Si alguien se nos enferma, seguramente se nos muere en el camino”, denunció el hombre sexagenario. Los cultivos se perdieron Después de recorrer los ranchos de los habitantes de Los Cerros y conocer la escuela, que no tiene material didáctico, ni mucho menos un equipo de los del programa Computadores Para Educar, José Fernández dice que los cultivos se perdieron por el verano. “Aquí cultivamos lo que nos comemos. Desde ñame, yuca, plátano y frutales, hasta cebolla roja, tomate, ají y toda clase de hortalizas; pero el vera-no acabó con todo y el fantasma del hambre nos está rondando. ¿Será que el Estado nos podrá brindar una mano para que el hambre no acabe con nosotros?” Dos horas y media después de llegar, bajamos la ladera como la subimos, a pie, guiados por una comitiva de una docena de chiquillos y dos mujeres nacidas y criadas en La Montaña.

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