Regional


Otros zarpazos de Bryan Alberto, timador elegante en San Juan

ANÍBAL THERÁN TOM

01 de noviembre de 2009 12:01 AM

“Leonardo Castillo Bustillo, ‘Longo’, se quedó corto con las historias del tal Bryan Alberto Gastelbondo-Trespalacios y Rincón, el supuesto ingeniero que engatusó a más de uno en San Juan Nepomuceno, hace unos 11 años, y dejó un recuerdo amargo para muchos que cayeron en su red de mentiras”. El comentario que Alfredo Rafael Tadeo de Jesús Sacramentado Romero Romero, más conocido como “Alfredito”, hizo a la crónica publicada el pasado domingo en esta sección titulada “Por San Juan pasó Bryan Alberto, timador ele-gante”, no me resultó extraño porque muchos datos se quedaron en el tintero. Por ejemplo, cuando Bryan Alberto le dijo a “Longo”, que necesitaba como 10 homosexuales para que cocinaran a las cuadrillas de sus futuros empleados, pues las mujeres armaban mucho chisme y eso era lo que menos le gustaba a los gringos, supuestos dueños de la empresa que ejecutaría la gran obra, éste le respondió con el repentismo que caracteriza a los montemarianos: “los tengo. Nada más en mi familia hay como 3”. “Alfredito”, uno de los mamadores de gallos, gallinas, pavos y patos más grandes que tiene San Juan, asegura que gracias a la elocuencia, firmeza de carácter, buen vestir y elegancia en el trato, Bryan Alberto hizo que más de uno ven-diera fincas y ganado para comprar carros, que supuestamente necesitaba para el proyecto de instalación de 18 torres que desarrollaría una empresa gringa en los Montes de María, teniendo a San Juan como epicentro. Era tal el encanta-miento que produjo en el pueblo el falaz personaje que mucha gente se enemistó con “Longo”, quien es un tipo muy querido y serio, según corrobora “Alfredito. Y todo porque llegaban, por ejemplo a ofrecerle un carro y entonces, él de-cía que estaba viejo o que lo revisaría después y la gente se iba diciendo que se le habían subido los humos, que no los quería atender. No era cierto, sino que al fin y al cabo “Longo” en su deseo de mejorar su vida, acataba las órdenes de Bryan Alberto, al que ahora definen como un actor profesional que engañó a todo el mundo con el supuesto levanta-miento de varias torres en los Montes de María. Donde “Longo” llegaba la gente se le ofrecía para trabajar en lo que sea, otros le ofrecían crédito abierto, en fin se puso de moda porque la gente lo veía como la redención a sus problemas. Lo cierto, cuenta Alfredito, en San Juan se regó la bola que el Bryan Alberto era un tipo muy poderoso y con buenas relaciones, pero como nadie indagaba, sino que veían que todo el mundo le ofrecía patos, gallinas, perniles de cerdo pa-ra complacer su voraz apetito y observaban que mucha gente prestante dialogaba con él, hasta los policías, se enamora-ron de ese disfraz. Alfredito me invita a un jugo de naranja de los de la plaza y bajo un árbol que está al lado de la Alcaldía de San Juan, comienza a soltar la lengua. Claro, advirtiéndome, que no debo alterar los nombres de las personas que de alguna forma salieron perjudicadas con el prestidigitador elegante y de buenas maneras que llegó a ese pueblo, en una época en que la plata escaseaba. “Si le cambias los nombres, se pierde la gracia”. “No vendo más chance” La conclusión de Alfredito es que Bryan Alberto, el mitómano más grande que se haya conocido por esos lares, se hizo acompañar de “Longo” Castillo por ser el comisionista más conocido de San Juan. Por esa razón después de que le propusiera trabajo localizando a sus futuros empleados, lo encantó con su parla y su prosopopeya. Cuenta Alfredito que un hijo de “Longo”, conocido con el apodo de “El Chacho”, cayó redondito cuando Bryan Al-berto lo nombró almacenista jefe, con un sueldo cercano al millón de pesos. Nada más con el ofrecimiento, salió co-rriendo a la casa de Hugo Meza, el dueño de una rifa y en una forma déspota le tiró las boletas que le habían entregado para que las vendiera, dejándole claro que jamás volvería a vender chance en su vida. El señor Hugo trató de conven-cerlo de que volviera a su oficio, pero se negó y dijo que empezaba ese día con Bryan Alberto, como en efecto ocurrió. Después de que se conoció el engaño, “El Chacho” volvió con la cabeza gacha a buscar boletas para vender, pero se las negaron. “!A juipi!, candela” En los 5 días que Bryan Alberto se demoró en San Juan no perdió tiempo para ubicar a la gente especializada y con cierto poder adquisitivo para armar su estrategia y poder atrapar incautos. Así timó a un topógrafo de apellido Acosta, con quien salió una tarde a hacer una supuesta inspección por la zona rural. Llegaron con parte del equipo de topografía y con varios ayudantes a la parcela de un señor de apellido Barrios, a quien todo el mundo conoce como “El Ñoño”, más por su cara ampulosa que por su gordura. Midieron con tranquilidad y Bryan Alberto apuntó en una agenda electrónica las coordenadas del sitio, para después decir: !Aquí es. Sí, señor, en este sitio ubicaremos una de las torres! “Longo” anotó en una libretica pequeña y por instrucciones de Bryan Alberto le preguntó al señor Barrios que cuán-tas hectáreas tenía allí. Él señor le contestó que dos y media. Bryan Alberto se quedó pensativo, frunció el ceño y con su peculiar forma de hablar y cierta presunción en sus palabras espetó: —“Hay que pagarle dos millones de pesos por la tierra y unos $500.000 por el rancho, que debe ser quemado para dar paso al progreso”. No había terminado Bryan Alberto de hablar, cuando “El Ñoño” sacó una mesa vieja, desbarató dos trojas, desguindó una hamaca y sacó los pocos enseres de allí tenía y, ante la mirada atónita de los allí presentes, comenzó a regar kerose-ne en la palma del rancho. Actuaba como poseído, riéndose alegremente y, después de vaciar el recipiente con el deriva-do del petróleo, le tiró un fósforo encendido. Las llamas consumieron en pocos minutos el rancho que había tardado en construir varios años. “El Ñoño”, gritaba alegre: ¡A juipi!, ¡Güepa, je!, candela quema todo lo que encuentres porque aquí lo que va a haber es progreso”. Daba golpes en la tierra con cada grito y no podía ocultar la felicidad de contar ese dinero. Bryan Alberto no esperó a que se quemara todo y antes de partir, dijo: “Sr Longo el lunes le entrega el cheque a este señor”, diría con una risita burlona en su cara. Llegó el lunes y “El Ñoño” se enteró de la farsa. Como pudo comenzó a cortar madera para construir una curranchita en su parcela. Ese día pudo advertir que se le había quemado parte de la cerca y unas pocas matas de yuca, ají y tomate y todo por culpa de la euforia. ¿Cómo pude hacer eso, si el tipo nunca me mostró un billete?, diría después el señor Ba-rrios. El desayuno y la partida Después de la parranda del sábado de carnaval que hizo “Longo” Castillo para complacer a Bryan Alberto Gastel-bondo-Trespalacios y Rincón donde asesinó a su gallo “Pepito”, el ave de corral más inteligente que se ha visto por San Juan. Mejor dicho, más que un gallo era su compañero con quien veía televisión y comía; le mandaron a comprar 5 li-bras de chicharrón de adentro, bollo, queso y suero. Según “Alfredito”, Gustavo José, un nieto de “Longo”, compró los chicharrones donde el señor Jesús Luna, los bo-llos los fió donde Los Petronitos, expertos en la fabricación de los mejores de la región; el queso lo adquirió donde Chivirico y el suero lo consiguió donde Luis Serge Guzmán, especializado en productos lácteos. Gustavo José no se demoró mucho porque Jorge Fernando Barrios, ex alcalde de San Juan, conocido como “La Gata” le prestó una moto. A la media hora, Bryan Alberto, con la finura que lo caracterizaba, degustó las delicias criollas y después de bañarse con tres bolsas de agua pura, compradas en una tienda cercana, se vistió para llegar a Cartagena a buscar la plata para pagar a los empleados por adelantado. Urdió la trampa y fío un maletín fino marca “Trianon” en el almacén de Conchita de Camacho para meter el dinero que iba a retirar y, en palabras de “Alfredito” para que no se saliera de la familia “Longo contrató una camioneta marca Dodge 100 de un señor de apellido Caro y como chofer contrataron a Migue Ca-ro. Antes ya los había convencido de que le prestaran $500.000 para hacer un deposito en la cuenta, aduciendo que los gringos no podían consignar $50 millones en una cuenta sin un solo peso. Advirtió que esa era la ley bancaria en los Estados Unidos. Así el conductor de la camioneta, le entregó todo el dinero que poseía. Rato después salieron de San Juan y llegaron a la Bomba de El Amparo y el ingeniero le dijo: —Migue pare aquí y se metieron a un restaurante y él le recalcó, mientras hacia la vuelta en una sucursal bancaria cercana: —Pida un bisteck de hígado para mí y para ti lo que quieras. Él, ni corto ni perezoso, pidió el hígado y una cazuela de mariscos y de sobremesa un Milo. Eso fue como a las 11 de la mañana. Se cansó de esperar y como a las cinco de la tarde Migue llamo a San Juan al hermano diciendo que la ca-mioneta estaba empeñada por un hígado, una cazuela y un Milo, porque Bryan Alberto había desaparecido como por arte de magia.

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