Regional


"Pello Pan" se ganó la lotería sin comprarla

ANÍBAL THERÁN TOM

27 de diciembre de 2009 12:01 AM

En San Juan Nepomuceno dicen que no hay hombre más suertudo que Pedro Manuel Castellar Castillo, más conocido como “Pello Pan”, el mismo que hace 29 años se ganó la lotería sin comprarla. La historia que llamó mi atención es verídica. La lotería la había comprado un rica-chón sanjuanero en El Carmen de Bolívar para que, un día después, se la ganara un hom-bre pobre lleno de necesidades. Con ese dinero, según sus palabras, terminó de educar a sus hijos y construyó una casa de material, en la que aún vive con su esposa, una mujer cándida que permanece todo el día pegada a una máquina de coser para ayudar con los gastos del hogar. I Los ruegos de Pedro Manuel al Corazón de Jesús eran constantes. Siempre le pedía una “ayudita” para construir una casita de material y contar con algo de platica para que sus dos hijos pudieran ir a la escuela sin problemas. El fantasma del hambre los agobiaba y aunque nunca se acostaban sin probar bocado, la “liga” era una preocupación diaria. Cierto día en que nada más alcanzó para el arroz, Pedro Manuel fue a la tienda para que le fiaran media libra de queso, con tan mala suerte que le entregaron apenas un peda-cito que quedaba, y él se lo repartió a sus hijos. Se acostó después de comerse un plato de arroz solo y tres vasos de agua fresca de la tinaja del patio. Rezó antes de dormirse y re-cordó que unas semanas antes le habían robado las tres gallinas que había criado en el patio de su casa con tanto esfuerzo. La imagen del plato de arroz solo se repetía en su mente, y tuvo una pesadilla en la que varias mujeres gordas lo perseguían con platos lle-nos de guisado de gallina, pavo, perniles de cerdo, chicharrón y pescado. Por eso conse-guir la “liga” era algo que lo perturbaba. Todos los días iba a la iglesia en compañía de su esposa, Carmen Bustillo, y al termi-nar la homilía se arrodillaba frente a la imagen del Corazón de Jesús a elevar sus plega-rías, hasta ese momento no atendidas. Aunque la venta de pan le daba para sobrevivir sin hambre, Pedro Manuel quería algo que mejorara su situación pues su vida estaba marcada por la escasez. Pero sus pocos es-tudios le impedían encontrar un oficio mejor remunerado. Sin embargo, no desfallecía y su fe se acrecentaba, pues sabía que en algo lo ayudaría el santo de su devoción. En su calle, todo el mundo reconoce al buen hombre que es Pedro Manuel. No toma, fuma, ni es mujeriego. Cuenta que en ese mismo mes de junio, el Corazón de Jesús le pu-so una prueba con una doncella hermosa que le coqueteaba cada vez que lo veía. Él pecó al regalarle un pan de bocadillo y queso, pues entonces la mujer le entregaba sus mejores sonrisas y miradas. Para no caer en la tentación, más por el respeto a su mujer que por otra cosa, dejó de pasar por esa calle y le pidió perdón a Jesús por haber caído ante la be-lleza de esa joven. Los días transcurrían normales y su vida era la misma. Pasadas las nueve de la mañana del 13 de junio, hace unos 29 años, Pedro Manuel sa-lió de su casa acompañado de Robertico, su hijo, que por entonces tenía unos 9 años, a vender pan. Habían recorrido varias cuadras, cuando a su hijo le dieron ganas de orinar y él lo acompañó a un solar. Al volver a la carreta, mientras él atendía a unos clientes, su hijo se quedó jugando frente a una casa donde había una parranda. Llamó al niño, que llegó de inmediato, para continuar la brega entre los dos. Dice Pe-dro Manuel que Robertico traía varios papeles en la mano, con los que jugaba. Cuando le preguntó dónde los había encontrado, le contestó que en la calle. Un aguacero que cayó a esa hora en San Juan los obligó a devolverse para su casa. Estando allá, su mujer sintió curiosidad por los papeles con que jugaba su hijo y se los quitó para revisarlos. Se dieron cuenta de que había varios billetes de la Lotería de Bolívar, que aún no habían jugado. Doña Carmen Bustillo increpó a “Robertico”, y el niño le respondió que los había en-contrado en medio de la calle, que no tenían dueño. Pedro Manuel aseguró que, en efecto, se los había encontrado. “Es un regalo del Corazón de Jesús”, diría. Angustiado por la falta de dinero, entregó a un lotero que pasó por su casa 28 pedazos para que los fuera a vender a Arjona. Así pasó, y con la plata que le entregaron por la venta de la lotería pudo comprar la comida de ese día. II Por la noche, la impaciencia llegó a la casa de la familia Castellar Bustillo, pues todos esperaban con ansias el sorteo de la Lotería de Bolívar. Nunca habían experimentado algo así, pues su pobreza no les permitió comprar lote-ría. Además, Pedro Manuel comentaba a su mujer y a sus hijos que esos “quintos” eran un regalo de Dios, pues sabía que sus ruegos habían sido escuchados. Cenaron a las 6:30 de la tarde, y media hora después todos rezaron varios padrenues-tros y ave marías. Pasadas las 8 de la noche, “Pello Pan” se arrodilló ante un cuadro del Corazón de Jesús y volvió a pedir su ayuda. Dice que antes de las nueve de la noche una sensación de tranquilidad se apoderó de toda la familia. A esa hora agarró un pan grande y se lo repartió a sus hijos para que merendaran, porque intuía que deseaban el pan de arequipe por la forma insistente como lo miraban. A las 9 de la noche, exactamente, encendieron la radio y sintonizaron Emisoras Fuentes. Escuchó varios boleros y un vallenato, hasta que un locutor de la banda AM anunció el sorteo de la Lotería de Bolívar. Un silencio se apoderó de la casa. La expecta-tiva crecía cuando daban a conocer los premios secos. El locutor, con voz impostada, di-jo: “Y ahora el premio mayor. Giran las ruedas de la fortuna y el primer número es el 0. Siguen girando y se detiene la segunda y el número es el 9; ahora la tercera y el número es el 3; y la última se acaba de detener en el 6; 0936 es el premio mayor de la Lotería de Bolívar. Felicidades a los ganadores”. Pedro Manuel y su esposa Carmen brincaron de la emoción al comprobar que esa era el número de sus dos pedacitos. Fue tanto el alboroto que su pequeña casa de bahereque y palma se llenó de gente porque pensaron que “Pello Pan”, el hombre parco y humilde, estaba peleando con su mujer. Nada más faltó que entraran dos viejas chismosas para que a la media hora todo San Juan supiera que “Pello Pan” se había ganado la lotería. La alegría se desbordaba y unos amigos de la familia se comprometieron a fiar el ron y otro decía que las dos horas de banda se las dejaban baratas, hasta que “Pello Pan” dijo que no podía hacer fiesta porque ese era un regalo de Dios. Por esa razón, la celebración demoró poco menos de una hora, pues la gente comenzó a irse a su casa porque sabía que allí no había licor ni música. Al día siguiente, “Pello Pan” llegó a Cartagena a cambiar los pedazos de Lotería de Bolívar. En las oficinas de la entidad se enteró de que otras tres familias pobres de Arjona habían ganado también. Con los casi $500.000 que le dieron hizo su casa y guardó el resto para la educación de sus dos hijos, que terminaron en la Normal de San Juan. Hizo una ofrenda a la Iglesia y compró una máquina de coser Singer a su esposa. Pese a que todo el mundo lo endiosaba y querían darle el título de nuevo rico, Pedro Manuel siguió vendiendo pan. III Al cumplirse tres días de haber cobrado la lotería comenzó a escucharse en San Juan que al señor Ramón Mendoza se le habían extraviado varios billetes de Lotería en la calle Guarumal. Todo el pueblo sabía que “Pello Pan” era incapaz de robarle a alguien y todos creye-ron, incluso el mismo señor Mendoza, cuando éste le contó que la lotería se la había en-contrado su hijo en la calle. Según “Pello Pan”, el asunto lo resolvió dándole más de $2.000 al señor Ramón, quien había puesto el denuncio ante las autoridades competentes. Pedro ganó el caso advirtiendo que ese era un regalo divino, pues ¿dónde se había es-cuchado de alguíen que ganara la lotería sin comprarla? Pedro Manuel sigue siendo el mismo hombre humilde que lleva el pan fresco a los ho-gares sanjuaneros todos los días, en la mañana y en la tarde. A sus 67 años sigue dedica-do a su hogar y aún le da las gracias al Corazón de Jesús por el favor. “La fe mueve montañas”, concluye.

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