Regional


Por San Juan pasó Bryan Alberto, timador elegante

ANÍBAL THERÁN TOM

25 de octubre de 2009 12:01 AM

El hombre impecablemente vestido con camisa y pantalón negro, sombrero de fieltro del mismo color y pañuelo rojo, amarrado en el cuello, a quien la elegancia le salía por los poros, llegó a la casa de don Leonardo Castillo Bustillo, más conocido como “Longo”, a disfrutar de la acostumbrada parranda del sábado de carnaval, en San Juan, hace 11 años. El tipo de unos 40 años, bañado en María Farina, le dio la mano a cada uno de los parranderos, y se presentó con nombre, apellido y ciudad de origen, dando muestra de excesiva educación. Cuando extendía su mano para saludar, dejaba ver una hermosa pulsera de oro, con tres piedras pre-ciosas de diferentes colores; sus uñas bien cuidadas y pintadas de un brillo intenso, y una sonrisa protocolaria que generaba confianza a quien lo conocía. “Mucho gusto, soy Bryan Alberto Gastelbon-do-Trespalacios y Rincón, ingeniero de profesión y amigo de corazón. ¡Aquí estoy para servirle!”. Con ese estribillo cautivó a hombres y mujeres, pues nada más era que hablara para que mostrara su perfecta dentadura y su sonrisa de ángel, acom-pañado de gestos calculados, como de actor de cine de Holywood. Cada expresión, la rodeaba de una sonrisa cuando le compla-cía o con el ceño fruncido cuando dudaba de algo. En fin, el hombre llamaba la atención por su finura y su personalidad atrayente. Mejor dicho, como dice el más grande compositor que ha parido los Montes de María, Adolfo Pacheco, “el Bryan Alberto era un gentleman de los que se visten de caché”. La parranda “Longo”, uno de los hombres más avispados de San Juan, mamador de gallo, dicharachero y ale-gre, y quien acaba de cumplir 82 años, se le-vantó de su trono, una poltrona que había here-dado de un pariente rico, rellenada con espuma ortopédica en el espaldar y las posaderas, especial-mente para su descanso, y se lo ofreció. No sin antes pasarle un pañuelo para, por si acaso, qui-tarle cualquier sucio. Bryan Alberto se sentó y contempló en silencio a la cofradía de parrande-ros, quienes le metían conversación de uno y otro tema. Le ofrecieron cerveza y con mucho recato dio las gracias y dijo que para más tarde. Entonces, “Longo” se metió la mano en el bolsillo derecho, sacó unos billetes y mandó a comprar una botella de wisky del más caro; tres sodas y un paquete de servilletas. Sacó del arma-rio unos vasos de cristal que le habían regalado en Santa Catalina, cuando fue administrador de la finca del Dr Tarra, los lavó y sirvió uno para Bryan Alberto y otro para él. El forastero lo aceptó en-cantado y bebió un trago con distinción. Bryan Alberto habló del carnaval y de su gusto por el vallenato, a pesar de haber nacido en la fría Bogotá y de haberse edu-cado en Europa escu-chando música clásica. “Longo” se conmovió, más por tener el agrado de atender a tan noble invitado en su casa que por otra cosa, y sirvió otro trago del wisky caro para el amigo ilustre y ordenó a los demás brindar, pero con trago de la botella barata. En voz baja mandó a buscar un conjunto vallenato, que a la media hora estaba tocando meren-gues y paseos para el de-leite de Bryan Alberto, el cachaco cautivador, que aplaudía a rabiar y hasta cantó varias canciones. - “Tiene un estilo pare-cido al de Jorge Oñate”, dijo una mujer, después de escuchar la voz por-tentosa y afinada de Bryan Alberto, quien ha-bía interpretado el celebre tema “Mujer Marchita”. Una vez cesó la música de acordeón y después de los consabidos aplausos, Bryan Alberto habló de su proyecto de vida y reveló que tenía un contrato mi-llonario para construir va-rias torres en los Montes de María. Precisó que an-daba buscando a unos 50 hombres para empezar, lo antes posible, a trabajar. En ese momento, se metió la mano al bolsillo, según sus palabras, con la in-tención de comprar una caja de wisky, pero “Lon-go” le conoció la intención y con orgullo de pobre di-jo: “No se ponga en eso, que usted es el invitado”. Era cierto, Bryan Alberto había llegado a la casa de “Longo” invitado por un yerno de éste que había trabajado con él en un proyecto de expansión de redes eléctricas en los Montes de María. Lo vio en San Juan y se enteró que alquiló una casa en la plaza. Esa casa la amobló, adquirió una cama doble con colchón espumado, una nevera, el televisor más grande que tenían en venta y un aire acondicio-nado. Todo se lo fió al dueño de un almacén co-nocido en San Juan. El cuñado de “Longo”, se había enterado que Bryan Alberto ejecutaría una gran obra y lo invitó a la fiesta para afianzar la amistad y de paso meter a la familia en el proyecto. Entre tragos de wisky, Bryan Alberto tomó con-fianza con “Longo” y sus contertulios y comenzó a decir que había escucha-do decir en el pueblo que era un tipo serio y que había pensado que le po-día servir para reclutar a los trabajadores y ser el jefe de la cuadrilla. Los ojos de “Longo” le brilla-ron y entonces Bryan Al-berto comenzó a decir: - “Necesito un fontane-ro”. A lo que “Longo” res-pondía: “lo tengo”. - “Necesito dos electri-cistas, y un machetero profesional”. Y “Longo” respondía: “Los tengo”. Bryan Alberto habló de más de 30 cargos y le dijo a “Longo” que el lunes si-guiente debía ir a Carta-gena a sacar los recursos para comenzar a contratar y pagarles por adelantado a los empleados. Pero eso sí, enfatizó: “Que sean se-rios”. El gallo “Pepito” Además de Bryan, el encanto de la parranda resultó ser el gallo “Pepi-to”, un animal viejo, de unos 10 años, que le ha-bía dado a “Longo” una estirpe de más de 200 ga-llinas ponedoras, y que se convirtió en su mascota. El gallo “Pepito” se ha-bía acostumbrado a estar al lado de “Longo”. Es más había aprendido a apagar el televisor con el pico e incluso a pasar los cana-les. Ese gallo era como un hijo para “Longo”, por eso había decidido que debía morir de viejo y no en un sancocho. El gallo “Pepito” entró a la parranda y sorprendió a todos cuando metió el pico en el vaso de wisky de “Longo” y comenzó a brincar al son de la músi-ca que brotaba del equipo de sonido. Después, su dueño lo agarró y, con asombro, vieron como “Pepito” abrió el pico reci-bió varias gotas de licor puro que le suministró su amo. Al momento, cayó dormido a un lado de “Longo”, quien dijo que lo había prestado a un veci-no para que “pisara” a va-rias gallinas. “Debe estar cansado”, diría después. Bryan Alberto se con-movió por la astucia del ave y soltó una risita burlona, al tiempo que preguntó cuánto costaba, y explicó que él no comía carne de res, sino de gallo. “Longo”, le dijo que no te-nía precio. Pero el encan-tador Bryan, le insistió advirtiéndole que la carne de un gallo inteligente, brioso y “caliente”, según los chinos, proporcionaba energía y vitalidad a quien la consumía, y, además, si había salido tan bueno con las gallinas, toda esa virilidad se la trasladaba a quien se lo comiera. Fue tanta la insistencia del cachaco, que “Longo” mandó a matar al gallo “Pepito” y dos horas des-pués de cocinarse en una olla de presión, se lo sir-vieron casi todo a Bryan Alberto, quien degustó la opípara cena. “Longo” se tomó varios tragos, mientras su esposa lo consolaba, advirtiéndole: “Era solo un gallo”. Bryan pidió agua para lavarse las manos y pre-guntó donde estaba el ba-ño. Había un verano en San Juan y el agua para los quehaceres domésticos era la que traían de un arroyo cercano. Entonces, “Longo”, aún triste por la pérdida del gallo, su fiel compañero, mandó a comprar cinco bolsas grandes de agua tratada para que su invitado se lavara las manos y si quería se aseara, pues pensó que ese hombre tan fino nunca se había bañado con agua de arroyo. La parranda siguió hasta pasadas las dos de la madrugada y Bryan Al-berto sacó a relucir sus dotes de cuentachistes. Antes de que se acabara la última botella, el hom-bre agradeció la invitación y se despidió rumbo a su casa. No sin antes acordar con “Longo” que el lunes debía ir a Cartagena a buscar el dinero para adelantar el pago a los futuros empleados. - “Mañana hablamos”, dijo. El zarpazo Al día siguiente, domingo de carnaval “Longo”, enguayabado, pensó mucho en la personalidad de este cachaco, que no se había gastado un solo peso y que todos habían caído rendidos a sus pies, nada más confiando en su palabra. Ese domingo, a pesar de las parrandas y las fiestas que habían en el pueblo, “Longo” no quiso tomar trago para estar sobrio a la hora de hacer el negocio el lunes. Así fue, a las 7 a.m., cuando se disponía a de-sayunar, llegó Bryan Al-berto, emperifollado con un conjunto de lino azul turquí y zapatos del mis-mo color. Bryan Alberto le dijo a “Longo” que nece-sitaba $5 millones para consignarlos en una cuenta bancaria, pues de-bía mostrar fondos a la empresa gringa que le ha-ría el giro. - ¿No tendrá usted esa platica? “Longo” respondió de inmediato: -No, no tengo ese dine-ro. Pero no terminó de ha-blar cuando un yerno de “Longo” Castillo, quien llegó acompañando a Bryan Alberto, le dijo no tendré cinco millones, pe-ro si $500.000. - “Me sirven”, recalcó Bryan Alberto. El hombre de los buenos modales se despidió cortésmente y le dijo a “Longo” se preparara por-que a su regreso prepararía un plato de salmón para él y su familia, en agradecimiento a la amistad. Bryan Alberto salió y se montó en la volqueta de su acompañante, donde traerían herramientas de trabajo y cable para empezar el trabajo. Le pidió celeridad para llegar tem-prano a Cartagena, con-signar los $500.000 en la cuenta y esperar el billete de la empresa gringa. Cuenta el yerno de “Lon-go”, que le dio la plata y lo vio entrar por una calle del centro amurallado. Pe-ro después de tres horas, se cansó de esperar y decidió marcharse. No lo volvió a ver jamás. La noticia se regó como pólvora en San Juan y “Longo” Castillo recuerda que lo que más le dolió fue haberle matado a su gallo “Pepito” y no haber podido comer salmón. *** Según “Longo” Castillo, Bryan Alberto Gastelbondo-Trespalacios y Rincón engañó a varios hacenda-dos de Marialabaja, San Jacinto y El Carmen de Bolívar. Se supo después que cayó asesinado en Valledupar hace como 7 años.

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