Regional


Se acabaron los peces en Soplaviento

ANÍBAL THERÁN TOM

14 de febrero de 2010 12:01 AM

La tristeza de Manuel Ayala Ramírez, uno de los pescadores más viejos de Soplaviento, es comparable con la de su esposa, hijos y nietos. Desde hace días prefiere quedarse en casa y comer lo que pueda, porque la pesca se acabó. El anciano, con cuerpo de hombre nuevo y mirada de jovencito, mira la inmensidad de la ciénaga de Capote -la misma que une a Higueretal (corregimiento de San Cristóbal), Mahates y Soplaviento-, y musita: “el hambre comenzó a acosarnos porque no hay peces, ni otra cosa que comer”. El hombre de piel dorada al sol se toca los surcos de la cara, mientras mira con recelo a cualquiera que se acerque a su canoa, la más alta y bonita del puerto. La hizo con sus propias manos durante un año y hace dos meses la echó al agua. Sube a la embarcación y se lamenta, culpando al verano de la escasez de peces porque el agua de la ciénaga está estancada sin comunicación con el Canal del Dique, que baja cada día más. “Mañe”, como lo llaman, dice que algunos pescadores que han tapado chorros en la jurisdicción de Mahates, quizá por temor a que el cuerpo de agua se-que, no saben que han contribuido a su muerte paulatina. El hombre hace una mueca de dolor y vuelve a lamentarse por ser tan viejo -aunque sabe que no aparenta sus 82 años -, para llamar la atención del Presi-dente Uribe. “Mañe” afirma que si Uribe conoce el problema, ordenará el dragado de los caños naturales del complejo cenagoso, así se desocupa la ciénaga y cuando el Canal del Dique suba, agua nueva entrará a llevar la vida. Según sus palabras, es triste que los más de 500 pescadores de Soplaviento salgan todos los días y regresen sin nada. “Lo único que se coge es la mojarrita amarilla, chiquitica. De estas ciénagas se perdió el bagre, la mojarra lora, la doncella, el bocachico y otras especies que alimentaban a los soplavienteros y bolivarenses”. El agua se pudre La temperatura en Soplaviento a las 12 del día supera los 35 grados, pero al llegar a la ciénaga de Capote parece duplicarse. El calor es insoportable. Allí sentado, como si dispusiera de la eternidad, con el sol a cuestas, “Mañe” dice que el agua se está pudriendo y que muy pronto los peces pequeños comenzarán a morirse por falta de oxigeno, el ganado se enfermará, como los demás animales, y el hombre mismo. “La muerte nos está rondando porque el agua, cuando se queda quieta, se daña”, dice. El pescador luce zapatos de postín, camisa de seda negra y pantalón de lino. “Me vestí bien para salir en el periódico”, recalca quien se conoce los recove-cos de todo el complejo cenagoso de Capote y quien asegura que a sus 82 años, solo una vez, hace más de 50 años, hubo un verano que secó la ciénaga casi por completo. “Pero después, hubo abundancia de peces”, recalca. La expresión de Manuel cambia cuando otro de sus colegas le grita: “Mañe, di que el agua está espesa, es una baba donde los huevos de los peces se ter-minarán muriendo. Esto es un gran cementerio si no llueve pronto”. Dos lágrimas le corren en señal de duelo. La despensa, como llama al complejo cenagoso, está en cuidados intensivos. - “Ya lo dije”, le contestó a su compañero. Otros colegas se acercan y reafirman que el pescado de la ciénagas Tupe, Zarzal y Capote parece haberse extinguido porque no se consigue nada en sus aguas. “No existe tapón que no hayamos registrado. No hay nada”, repite Manuel Ayala. El premio mayor A esa hora, las 12 del día, comienzan a llegar pescadores al puerto de Soplaviento. Después de revisar sus aparejos, suben a sus embarcaciones y desapa-recen en la ciénaga. “Aquí el que no pesca se muere de hambre. No sabemos hacer otra cosa. Por eso es que ahora estamos preocupados, porque el futuro es incierto”, recalca. Manuel comenta que la terquedad de ir a pescar todos los días se le quitó la semana pasada porque pasó una semana sin que sus redes atraparan un boca-chico, una mojarra lora grande o un bagre mediano. “Si antes a uno le quedaban diariamente entre $40.000 y $50.000, no es justo salir para ganarse $5.000. Ni siquiera alcanza para la liga”, dice. De pronto “Mañe” oye un movimiento en el agua, como el pataleo de un bagre grande a varios metros de su gran canoa, y dijo: “Quien atrape a un pesca-do como ese, se gana el premio mayor. Como ese bagre, que debe pesar más de dos libras, quedan pocos en estas aguas”, dice. El más veterano de los pescadores de Soplaviento sigue triste por su pueblo. “Ahora la gente come yuca, que traen de otros pueblos, con panela. Aunque hay otros que se la comen, sola o con huevo, porque no hay para más. Esta es nuestra crisis, ¿cree usted que no debería preocuparme?”. La ausencia de los pescados se observa en la angustia de los soplavienteros y a juicio de Claudio Cesar Castillo, el presidente de la Junta de Acción Co-munal de ese pueblo, la cosa es tan grave que es la harina la que está salvando la patria. “Ya la yuca desapareció de nuestros platos, ahora la que manda la pa-rada es la Promasa. La situación es tan grave que si no hay pescado, no hay para comprar nada. Ojalá que pronto se acabe la sequía”, recalca. Manuel Ayala Ramírez toma de nuevo la palabra y dice que lo mejor que podría pasarle a todos en su pueblo sería que lloviera pescado para aplacar el hambre. “No pido más”.

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