Regional


Unas clases de Braille con el profesor Jacinto Blanco

ANÍBAL THERÁN TOM

27 de junio de 2010 12:01 AM

El universo de Jacinto Blanco Berrío lo conforman casi exclusivamente sonidos, salvo los recuerdos imborrables de Rosa, una hermosa doncella que selló su primera relación amorosa con un beso cálido en la parte más gruesa de sus labios, acompañado de un “te quiero” que le sigue resonando en su cabeza. Rosa se sigue apareciendo, niña, aún 33 años después de aquel beso, con su trajecito blanco, corto, adornado con flores rojas, sonriendo como siempre, mostrando sus dientes blancos y perfectos, dando saltitos cerca de una pequeña caída de agua del Arroyo Mameyal, en Turbaco, donde solían ir a jugar. Así la ve en sus sueños el respetado profesor Jacinto Blanco Berrío, quien meses después quedó ciego por un desprendimiento de retina. Su historia no es triste. Por el contrario es la de un ser humano feliz y normal, que, según sus palabras, lo único que no hace es manejar un carro, pero de resto baila, brin-ca, aplaude, lee obras clásicas, asesora empresas, sigue estudiando y enseña el sistema Braille a jóvenes que, como él, perdieron la capacidad de ver. Así aprenden los ciegos Luce una camisa de mangas cortas azul bajito, pantalón negro, zapatos también negros perfectamente lustrados. Camina con facilidad por un camino lleno de trampas para una persona ciega en la Institución Educativa Técnica Agropecuaria La Buena Esperanza de Turbaco. Llega al salón de clases sin desarmar su largo bastón y rompe el silencio sepulcral que reina en el aula, saludando a quienes allí se encuentran: José Beleño, Rubén Darío Marrugo y Róbinson Javier Arango Paternina. Estira sus manos, ubica una silla, la hala y se sienta, acomodando su maletín de alto ejecutivo entre sus piernas y, a un lado, su bastón. Jacinto saca de su maletín un tablero de metal, una hoja tamaño oficio y un punzón, los elementos que necesita pa-ra enseñar cómo usar el sistema Braille, método de lectura y escritura táctil para personas ciegas. Las clases de Jacinto son personalizadas y de apoyo a los 15 alumnos ciegos que están repartidos en las aulas re-gulares de la Institución Educativa Técnica Agropecuaria La Buena Esperanza, de Turbaco, y que hacen parte del programa educación inclusiva, que permite que alumnos con algún tipo de discapacidad puedan estar en aulas re-gulares con los demás estudiantes. Cuando alguno de ellos necesita de un refuerzo o in-vestigar algo, es el profesor Jacinto quien les ayuda. De los alumnos que asistió el pasado jueves, el más adelantado es Edwin José Beleño, de 26 años, quien ya aprendió el mé-todo Braille y sueña con terminar de validar el bachillerato para convertirse en docente y ayudar a personas como él. El profesor Jacinto le dicta frases, con puntos y comas, y Edwin José pone el tablero de metal sobre la hoja en blanco y comienza a dar pinchazos. Cinco minutos después, Jacinto le pide la hoja y la lee, con la punta de sus dedos. Sonríe y lo felicita. Para corro-borar que está bien, la también docente Sandra Cáceres rectifica el texto y felicita a Edwin José, quien esboza una sonrisa de satisfacción. Hace una pausa y llama a Rubén Darío Marrugo, otro joven ciego y con dificultad de expresión, quien se sienta a su lado con la ayuda de su padre. El docente saca un ábaco, se lo da a Rubén Darío y le dicta cifras. El joven comienza a manipular el ábaco con lentitud. El docente revisa y se lo vuelve a dar. Le repite la operación lentamente, armado de la paciencia de Job, hasta que el muchacho acierta. Jacinto se levanta de la silla y camina de un lado a otro, mientras dice que a los ciegos no se les puede explicar en un pizarrón común y corriente, sino a su lado. Vuelve a sentarse para hablar de la importancia de la aplicación de la educación inclusiva en Turbaco. Aquí los niños con discapacidades, no sólo los ciegos –dice Jacin-to–, crecen seguros porque se les trata bien, sin discrimi-nación alguna. En este punto Edwin José Beleño interviene para pedir se instale el programa Jaws, un sowftware lector de pantalla pa-ra ciegos o personas con visión reducida, cuya finalidad es hacer que ordenadores personales sean más accesibles para personas invidentes. Para conseguir este propósito, el programa convierte el contenido de la pantalla en sonido, de manera que el usuario puede acceder o navegar sin necesidad de verlo. El joven manifiesta que quiere ser útil, al igual que sus compañeros, por eso quiere ampliar sus conocimientos pa-ra poder desenvolverse bien en el campo laboral. El profesor Jacinto empuña su boca y parece que el sentimiento se apodera de él cuando advierte que para una persona con discapacidad visual, no deben existir las ba-rreras. Pero no es fácil aprender a vivir sin la vista. Lamenta que no haya asistido el joven Alexander Mar-tínez, ciego también, quien el año próximo hará las prue-bas de Estado con el sistema Braille. “Alexander es una insignía para esta institución por su aplicación y deseos de aprender. Además, se desempeña en el deporte y ha sido campeón nacional de atletismo en las olimpiadas Fides. “Mamá, no veo” Una mañana común y corriente se levantó Jacinto de la cama y cuando abrió los ojos su visión era borrosa, tanto que dio tumbos y tropezó con una cama de lienzo y se ca-yó: “Mamá no veo”, gritó desesperado. Su madre, Francia Berrío, acudió a su llamado y lo le-vantó del suelo. Posteriormente, un médico le diagnóstico desprendimiento de retina y le iniciaron un tratamiento que no resultó. Por eso, decidieron operarlo, pero a los dos me-ses el mundo se oscureció totalmente. Jacinto se entristeció tanto que pasó de ser un niño ale-gre, dicharachero y hablador, a un ser ensimismado, calla-do y quieto. Pasó por más de dos meses encerrado en un cuarto, del que sólo salía a bañarse. Cuenta que fue su familia, su padre Jacinto Blanco (q.e.p.d.), y sus hermanos quienes lo ayudaron a salir del ostracismo. Jacinto comenzó a sortear la vida sin sus ojos, y co-menzó a caminar, a ir al colegio, claro con la ayuda de sus hermanos y amigos, quienes lo guiaban y le ayudaban a estudiar. Así, un tiempo después, se graduó de bachillerato y tiempo después comenzó la carrera de Derecho en la Uni-versidad de Cartagena, donde se graduó de abogado. En todo este lapso Jacinto aprendió a escuchar, a sacarle pro-vecho a los sonidos del mundo. Cuenta que “si no es por mis hermanos”, no se hubiera graduado de abogado. Ellos le leían una y otra vez los li-bros de Derecho y lo ayudaban a estudiar, a veces, hasta el amanecer. Por eso la familia cumple un gran papel en la formación de una persona con discapacidad. El profesor Jacinto recuerda que en la universidad, cuando el profesor hablaba todo quedaba en silencio y lo único que se escuchaba era el golpe del punzón sobre la hoja de papel y la madera. Por esa razón, lo apodaron “El Pollito”. El profesor Jacinto dice que en la universidad hizo bue-nos amigos que aún conserva y le han ayudado mucho. En su historial laboral menciona que fue asesor de Iderbol, de Transcaribe y de otras empresas gracias a la confianza de la gente que conoce su trabajo. Además, el profesor Jacinto es manager del Club de Ciegos de Bolívar (Cidebol), donde hay deportistas que compiten en ajedrez, fútbol y natación. Se desempeña en varias actividades, pero la que más lo llena es ayudar a jó-venes ciegos a salir adelante. “Estos muchachos no tienen dificultad cognitiva y pue-den desarrollar sus capacidades sin problema. Después que aprendan el sistema Braille, seguramente podrán defender-se en el campo laboral”, dice sin reparos el profesor Ja-cinto. La clase termina y cada alumno parte, ayudados por sus parientes. El profesor Jacinto se levanta y camina hacia la puerta, se despide, y comienza a tararear: “Ando buscando vida, ando buscando amores, ando buscando novia pa’ compo-ner canciones”, un trozo de Confidente Peregrino”, aque-lla canción que hiciera famosa Carlos Malo y su Dúo Sen-sacional. Jacinto baja dos escalones y sortea con facilidad las piedras que encuentra en el camino, desenfunda su bastón y continúa caminando hacia la salida, guiado seguramente por el ruido de las motos y carros que le indican que allí está la carretera. “Así nos acostumbramos a verlo, como una persona normal, tanto que hasta me parece que viera”, remata Ra-ymundo Almanza, rector de la IETA La Nueva Esperanza, el colegio que trabaja con la educación inclusiva en Tur-baco.

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