No es fácil determinar con precisión quien ostenta con mayor aquiescencia las huellas del tiempo marcadas sobre la dermis de su existencia, si Mélida Baena Chica o el rancho de bahareque y cubierta palmiza que, con colosal campechanería, le ha dado albergue durante su larga experiencia vital, sobre la faz de la tierra.
Las manos cansinas de Mélida han olvidado el golpe certero del ejercicio de pilar arroz y maíz para el sustento de las 11 criaturas que trajo al universo. No tuvo academia pero las doctrinas de sus abuelos aborígenes fueron el norte para levantar a los suyos dentro una domesticidad sin alienación de ninguna naturaleza.
Son pocas las palabras que logran a emitir sus labios, como son escasos los pasos que el tiempo le permite realizar a la altura de 107 años biológicos que no pasaron en balde porque logró cosechar ochenta y tantos nietos, de los cuales, hoy, algunos trasnochan los mosquitos con un musengue elaborado con racimo de curumuta, mientras otros corretean libélulas en la amplitud del patio.
Todas las mañanas sus miembros superiores se aprestan a trasladar a sus labios el café que tibia las pocas esperanzas que le dejan los años. Mélida cumplió a cabalidad su tiempo de servicio en sus funciones laborales: Parir, asimismo la edad requerida por el Estado, sin embargo espera aún la jubilación por haber cumplido con exactitud y excelencia la faena, el designio, el mandato supremo de diseminar vida en el relieve terrestre.
Ahora, corresponde al estado en cumplimiento de su deber aprovisionar a Mélida de fármacos, geriatras, pábulo, vivienda, mobiliarios y demás beneficios para que continúe con solaz distribuyendo sonrisas y dando testimonio de vida, amor, de luchas y longevidad, porque hasta hoy, por lo menos veintisiete presidentes de Colombia le han negado la posibilidad de vivir dignamente, puesto que a la luz del día que transcurre no cuenta con ningún tipo de subsidio regular.
Envuelta, en el tejido de la noche espera sin esperanzas que este Estado olvidadizo algún día se acuerde de que un 9 de enero de 1904 vino al mundo y se acogió al pie de la letra a los lineamientos de la constitución colombiana.
Sin embargo su obediencia aritmética, su consagración y su cumplimiento de nada ha servido porque al trascender a los 107 años continúa con las manos vacías, y su rostro ha librado batallas con tal de no admitir arrugas en exceso.
Los años cambiaron el color de sus hebras capilares y abrieron orificios en el techo de palma construido por manos talaiguinas, mientras las paredes ostentan el estrago del tiempo sobre su existencia indefensa. Los rayos solares sin esfuerzos de ninguna naturaleza día a día penetran sin dificultad y calientan el anciano cuerpo que se empotra consuetudinariamente en un taburete elaborado con material orgánico.
Algunos supersticiosos describen, atestiguan y atribuyen que la razón para que Mélida rompiera el promedio de vida otorgado al ser humano de nuestro entorno, obedece a los intersticios que la cronología a fecundado sin arrebatos en el techo de su rancho, a través de los cuales Dios la observa, la redime y la ampara de las fuerzas negativas que pudieran realizar artimañas en contra de su esencia biológica.
A pesar del invierno ríspido que acaba de flagelar su patria chica, Mélida continúa dando testimonios y desprevenida consume los primeros días del calendario 2011, encallada en el mismo olvido que Dios le adjudicó de manera intransferible e inabrogable y el Estado complacido se empecina en dar su beneplácito, o simplemente, no realiza el menor esfuerzo por derogarlo, sin embargo ella a través de sus gestos expresa: “Primero se muere la muerte”.
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“Primero se muere la muerte”
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