Por un momento, antes de meterse a la corraleja a banderillar toros bravos, pensó en la muerte y la reacción de Mónica Otero, una sincelejana que ama y que le guarda en su vientre lo más grande que le ha dado Dios: Valentina. Por poco no ingresa a la plaza porque en su mente se repetía la escena donde un toro negro, de cachos separados y puntiagudos, lo embestía, enganchándolo por la axila izquierda. Luego batía la cabeza con él encima para tirarlo al suelo, donde lo seguía corneando en la ingle y la barriga. Sintió salir la sangre por las heridas que tenía en su cuerpo y escuchó “ohhhhh”, “ese hombre se muere”, “pobrecito y tan joven”, y otros gritos de horror del público, que se levantó del palco para ver al joven herido. Varios toreros lo levantaron y cuando lo iban a sacar de la corraleja a la ambulancia, sintió hasta que le habían robado la cartera. Intentó decir algo, pero no pudo. Se desmayó. Al rato, vio mucha gente agolparse a su alrededor y de pronto se le apagaron las luces de su vida, escuchaba tenuemente que el médico decía: “Si se salva es un milagro de Dios, sus heridas son muy profundas hay que remitirlo al Hospital”. Entonces, se encomendó al que todo lo puede y de paso le pidió a la Virgen del Carmen que lo dejara vivir otro tiempo más. Luego todo se apagó. Dos días después, eso lo supo después de abrir los ojos y recobrar la conciencia, despertó desnudo en la cama de un hospital de mala muerte con una dextrosa en el brazo derecho y vendado como una momia. No podía moverse. Recordaba todo, desde cuando el toro lo embistió por primera vez hasta que la misma Virgen del Carmen se bajó del altar con el niño Jesús en sus manos y le tendió la mano para que no se fuera. “Es un milagro”, diría después del trance. La mañana del pasado domingo en San Estanislao de Kotska, Arenal, se había despertado sudoroso y con dolor de cabeza, quizá por los tragos del día anterior. Hasta sintió un leve dolor debajo de la axila izquierda, pero se tocó y no había heridas. Lo mismo hizo con la ingle y la barriga. “Fue una pesadilla”, diría con las manos puestas en la cabeza y los ojos cerrados, mientras agradecía mentalmente a la Virgen y a Dios lo que habían hecho por él. “Ya nada será igual. Esto es una advertencia”, dijo; al tiempo que besaba un escapulario con la imagen de Cristo crucificado y de la Virgen de sus amores. Siendo las 10 de la mañana, en la plaza de San Estanislao de Kotska, Arenal, cerca de la casa donde hay una recepción previa a las corridas de toros, la afinación perfecta de la banda de Manguelito, que soltó a petición de un ganadero el porro “Sapo Viejo”, hizo que el banderillero volviera aún más a la realidad, por lo que no solo reprendió el sueño sino que se encomendó nuevamente al Todopodero. Llamó por un teléfono celular a su esposa para dedicárselo y, de paso, escuchar su voz. Su mujer, después de escuchar el porro, le dio las gracias por el gesto y le informó que la pequeña Valentina le había dado varias pataditas. Alfredo de la Ossa Oviedo, un joven de 27 años nacido en San Pedro (Sucre), le pidió la bendición a su joven mujer y se preparó para adentrarse en el mundo de las corralejas. II Alfredo de la Ossa no es chiquito, ni delgado, como los toreros y banderilleros que triunfan en las grandes plazas. Por el contrario es más bien grueso y alto, pero aún así tiene la facultad de llamar la atención del toro y ponerle las banderillas impecablemente. La corrida comenzó a las 3:30 de la tarde, cuando un toro negro y robusto salió al redondel. Tres minutos más tarde emergió de la nada en el centro de la plaza, saltó encima del animal fiero y le puso un par de banderillas, tan perfectamente, que el pueblo lo aplaudió. Salustiano Perna, hijo del reconocido ganadero sucreño Juancho Perna y cabeza visible de la Ganadería Tolomé, que esa tarde jugó sus toros, le regaló un billete de mediana denominación por la osadía de quedársele parado al animal, como dominándolo con la vista, como lo hacen los grandes toreros. La tarde continuó y pude observar la clase del hombre para poner banderillas. “Tiene estilo”, decían en el palco cada vez que se enfrentaba a un toro. “Es guapo”, dijo una señora después de que Alfredo de la Ossa, vestido de jeans, camisa mangas largas, por fuera, zapatos tenis y un sombrero vueltiao en la cabeza, hiciera el quite a un toro que acababa de salir a la plaza, que segundos antes había corneado y pisoteado a un borracho. Alfredo no solo le puso las banderillas sino que citó al animal, quedándose parado de frente y levantando las manos para que no desviara su atención. Pero pudieron más los gritos de un torero “chino”, de baja estatura y un poco gordo, para que el toro saliera corriendo a embestir su muleta. Le sacó varios muletazos, pero toda la plaza aplaudió la osadía del banderillero. De los 30 toros que se jugaron esa tarde, por lo menos a unos 25 les puso las banderillas y cada vez lo hacía de manera diferente. Casi a las 5 de la tarde, en el preciso momento en que un toro grande, cara blanca, corría tras un caballo, mientras era garrochado por el jinete; Alfredo de la Ossa se le apareció por un costado y le clavó en la cerviguilla las banderillas, dos palos delgados, de unos 70 a 78 centímetros de largo, recubiertos y adornados con papel picado y con un pedazo de hierro en un extremo, a modo de arpón. Otra vez la plaza estalló en júbilo y sus propios compañeros lo levantaron por su arrojo. Le ofrecían ron, pero él pedía agua. A las seis y media de la tarde se acabó la corraleja y lo ví agacharse en el medio de la plaza como rezando una plegaria, seguramente dándole gracias a Dios porque esa tarde había salido sin un rasguño. III Alfredo de la Ossa Oviedo lucha todos los días por dejar su oficio de banderillar los toros de media casta que se lidian en las corralejas de la Costa Caribe, para darle un mejor futuro a su hija Valentina y a su esposa. “Hace nueve años comencé como aficionado en pueblos cercanos a San Pedro (Sucre). A escondidas de mi familia le cargaba las sombrillas a un sombrillero -quien distrae al toro con sombrillas llamativas y se viste como bufón-, de la región. “Un día cualquiera, en una tarde de toros, en El Retiro (Bolívar), cerca de Magangué, un toro por poco mata al sombrillero y sin darme cuenta le hice el quite con la sombrilla de repuesto. Él se salvó, pero a mí me quedó gustando el cuento y seguí en la brega”. “Un 9 de enero de 2003, cuando prestaba el servicio militar obligatorio y estaba de licencia en San Pedro (Sucre), mi pueblo, se me dio por coger un par de banderillas y como para lucirme cité al toro y se las puse. Dicen que lo hice de una manera muy particular, quizá por la emoción de estar frente a mis paisanos y mi familia. A todo el mundo le encantó y a mí también, pero no a mis padres, quienes me reprendieron”. “Siempre me gustó -entre los banderilleros- el estilo del difunto Carlos Acosta. Admiré su manera de citar y llevar al toro, seguí ese estilo y hoy me reconocen en las corralejas por eso”. Reconoce que su profesión es arriesgada, pero es lo que más le gusta hacer. A pesar de la sordidez del mundo de los manteros y banderilleros, aclara que nunca ha usado drogas para envalentonarse. “A mí me basta un trago de ron, pero eso sí, sin propasarme, porque si uno se emborracha aumenta el riesgo”. Alfredo de la Ossa repite que quiere retirarse. Tiene seis cornadas, una en la nalga izquierda, dos en las piernas, dos en las costillas y una en la axila izquierda. “Esperaré una buena corraleja para hacer mi retiro y dejar mi nombre en alto. Por lo pronto seguiré mis estudios de derecho para que mi hija tenga un papá abogado, aunque debe saber que fui banderillero”. La noche cae en Arenal y las más de 7 mil personas que vieron el espectáculo de las corralejas, para algunos, grotesco, se despiden de Alfredo de la Ossa. Él responde con una mano en el corazón y una sonrisa. “Bueno, periodista, gracias me voy a descansar, no quiero volver a soñar con la muerte”.
Regional
El mejor banderillero de la Costa
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