Regional


Historias escritas con sangre y balas

ANÍBAL THERÁN TOM

12 de julio de 2009 12:01 AM

Las autoridades no conocen con exactitud cuántas muertes dejó la violencia paramilitar en Arjona. Lo único cierto es que mucha gente aduce que aún, cuatro años después de la desmovilización de ese grupo armado, el miedo habita en sus habitantes. Lo que sí recuerdan es que todos los días, después de 9 de la noche, muy pocos se atrevían a salir y los más osados abandonaban las cantinas antes de las 12 de la noche. Era tal el dominio de los paramilitares, según Uber Enrique Banquez, alías “Juancho Dique”, que en todos los pueblos de Bolívar entregaban apoyo económico a las estaciones de Policía para la compra de víveres. Por eso, relató el paramilitar en la audiencia del pasado viernes en Bogotá, los agentes del orden se hacían los de la vista gorda y los paramilitares tenían licencia para matar. Su ley imperó por varios años. He aquí algunas historias comunes de las barbaridades cometidas por los paramilitares, donde el dolor sigue siendo el protagonista. “TE MATAMOS POR SAPO” A las cuatro de la tarde del 31 de enero de 2001, Ignacio Simancas Fernández, un ganadero apreciado en el pueblo por su bondad natural y su buen humor, salió a arreglar una motocicleta a un taller de la Troncal de Occidente. Estando allí, unos paramilitares desenfundaron sus armas y le dispararon al dueño del taller hasta asesinarlo. Pero Ignacio cometió el pecado de hablar y pedir a los sicarios que arreglaran las cosas de otro modo. La respuesta de los gatilleros fue una ráfaga de disparos que hicieron blanco en su humanidad. Partieron riéndose y diciendo entre sí: “que tal este viejo sapo”. “Mi papá tenía 69 años, era una persona humilde, trabajadora, amable, buen tipo, no tenía tacha. Dejó 8 hijos. Yo tenía 13 años cuando ocurrió el crimen, y todas las noches lo veo en sueños. Todo se lo dejo a Dios. Nos dañaron la vida sin razón a mí, a mi madre y a mis hermanos”, dijo su hija Rosa Simancas. “SE EQUIVOCARON: SAMIR NO DEBÍA NADA” El día de su muerte, Samir Orozco se levantó más temprano que de costumbre, y hasta se afeitó para acompañar a su padre a la parcela, localizada en el camino a Tigre, donde debían sembrar maíz y yuca. Para Osterman José Orozco Rodríguez, un sexagenario que llora todos los días cuando recuerda a su hijo, lo que ocurrió no tiene explicación lógica. “De costumbre salíamos para una parcelita que teníamos. Él se iba adelante a pie y yo detrás en una bicicleta, siempre cuidándole la espalda a mi hijo, celoso. Estoy seguro que no sabía que lo iban a matar. Cuando íbamos llegando a la finca, alcancé a ver a un hombre alto, blanco, bien vestido, como a los doscientos metros en una recta, y me dije: ese tipo que está ahí algo va a hacer, pero no sabía que era contra mi hijo. Por eso cuando iba llegando a donde él estaba, me dio la espalda. Me di cuenta que estaba armado, pero no temía. Lo miré, intenté analizarlo bien, pero no me dio la cara y, entonces, seguí. Llegamos a la puerta de la finca y dejé a mi hijo solo para que apilara unas llantas que después quemaríamos. Seguí y comencé a sembrar el maíz. En eso sentí cuatro disparos y le comenté a un campesino que estaba abriendo un portón: — ¡Mierda!, unos tiros. El tipo dijo: —Mataron a alguien —No lo dudes. Esta vaina está maluca. Y el hijo mío que viene por ahí. Pero bueno, por el camino vienen como 8 personas más. “De pronto sentí que las piernas me fallaban y me caí. Demoré un rato en el suelo, hasta que pude caminar y llegué hasta el rancho: allí estaba mi Samir, muerto, con dos tiros en la frente, uno en la espalda y otro en el pecho. Con un gesto de angustia en su cara, quizá porque no quería morir tan joven”. Osterman dice que no conoce las causas que llevaron a los paramilitares a matar a su hijo. Sin embargo, recibió del Estado $13 millones, una supuesta reparación económica. El hecho ocurrió el 25 de agosto de 2003, a las 8:45 de la mañana. “Desde ese día, se me hace difícil conciliar el sueño. La alegría de mi Samir permanece viva en mi mente”. JUSTICIA Lo único que Lenis María Miranda Bello le pide a Dios y a la justicia, si es que la hay, es que le aclaren los motivos que llevaron a los paramilitares a asesinar a su hijo Cesar Augusto Almeida Miranda, el 23 de noviembre de 2002. A Cesar se lo llevaron de la puerta de su casa, delante de todo el mundo, y a los pocos minutos lo mataron a un lado del palo de caucho localizado en el barrio El Tanque, a las 5:00 de la tarde. Lenis asegura que fueron los paramilitares al mando de “Juancho Dique”, pero quiere saber los motivos. “Lo único que pido es justicia, porque no la ha habido. Mi hijo era un hombre de buenas costumbres, sano, nunca mereció una muerte así. Ya nada es igual”, dice con lágrimas en su rostro. EL DOLOR SIGUE VIVO La noche del 9 de agosto de 2002 por poco se gesta una protesta contra la empresa comercializadora de energía por las continuas fallas del sistema. Katherine Arjona recuerda que su esposo Pedro Luis Luna Cruz estaba sentado en la puerta de su casa, “cogiendo fresco” y hablando con sus hijos y vecinos. Dos hombres que llegaron caminando se pararon justo frente de Pedro Luis Luna Cruz y le dispararon a quemarropa y sin decir nada. Murió en el acto. Los paramilitares se fueron como vinieron. Nadie hizo algo. “Yo les grité varias cosas, pero ni se inmutaron y siguieron. Me dejaron con un dolor grande porque mis hijos todos tienen problemas psicológicos y prefieren estar encerrados. El miedo no nos deja vivir”, dice la mujer. Katherine exige a los paramilitares, al igual que las demás víctimas, una explicación. Pero nunca se la han dado. PROHIBIDO OLVIDAR El crimen de Sixto Castro Valencia, ocurrido el 12 de septiembre de 1996, fue uno de los primeros que se atribuyen a los paramilitares en Arjona. Su esposa, Iris Moreno Hernández, cuenta que estaba en el patio y su marido en la terraza de la casa. “Cuando cerró la puerta, los asesinos le metieron una patada y lo tiraron al suelo. A mi hija la cogieron y la golpearon. Mi otro hijo corrió. Yo me quedé sola en la casa. Él les dijo llorando si van a matar mátenme a mí, pero no se metan con mi mujer ni con mis hijos”. “Cuando lo levantaron del suelo, pregunté que para dónde se lo llevaban y me dijeron: para la inspección. Intenté detenerlos, pero mi hija me dijo, ‘mamá, no salga’. Los tipos le dispararon fuera de la casa. Le dieron 7 tiros. No sabemos por qué”. “PARAS DEJARON 150 VÍCTIMAS”: PERSONERO De acuerdo con Jorge Correa Llerena, personero de Arjona, la violencia paramilitar, que se intensificó en ese municipio desde 2001 y cesó en 2005, dejó por lo menos 150 muertos. “En esa época hubo actos tan atroces e inconcebibles que afectaron a muchas familias, que aún no se reponen del dolor porque les ha tocado enfrentar no solo el sufrimiento, sino la dureza de la vida porque les quitaron a la persona que sostenía la casa. Todo eso ha generado una descomposición social en nuestro municipio, que es casi imposible reparar con dinero solamente”, dijo el personero. “La gente que sufrió en carne propia los desmanes de los paramilitares pueden solicitar una audiencia con la Personería para dar a conocer su caso. Como personero tengo la responsabilidad de ayudar a las víctimas”, dijo. Hacemos un llamado al Gobierno nacional para que informe más a las víctimas de los alcances de la Ley de Justicia y Paz.

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