Buzón


Un cachaco en Cartagena

Hace unos días recibí de visita a unos amigos bogotanos que tenían mucho tiempo de no venir a Cartagena –“Ala, que delicia Cartagena, ustedes deben vivir bien bueno”–, esa fue la primera frase que salió de boca de mi amigo “el cachaco”. Lo primero que se me vino a la mente fue tratar de mantener esa ilusión con la que se expresaba de mi querida Cartagena, pero ¿cómo lograrlo?, ¿cómo evi-tar pasar por nuestras deterioradas calles sin que se dieran cuenta del pésimo estado en el que se encuentran?, ¿cómo evitar mostrar esa Cartagena abandonada a su suerte? Llegaron al hotel y mientras se instalaban, tuve tiempo para armar un plan turístico sin mostrar las debilidades de la ciudad. Llegó la noche y el plan obligado era caminar por el Centro Amurallado –“Ala, que belleza de ciudad, es que no puedo creer la belleza ole”-, a unos metros nos topamos con un escultural montón de excremento de caballo –“Huele como feíto”-–, dijo la esposa del cachaco. Con mucha vergüenza trato de arreglar la cosa diciendo: “¡Increíble! Ese cochero se ha librado de una multa, si lo ven lo suspenden, ¡no hay derecho!”. Mi esposa me mira como diciendo, ¿cuál multa?, pero inmediatamente entiende y me sigue la corriente. Ambos sabe-mos que no hay tal, ambos sabemos que las autoridades siguen permitiendo que esas hermosas calles del Centro se mantengan con el hedor de los desechos de estos animales. Es tan sólo falta de educación y un poco de dedicación en el mantenimiento de los “dispositivos” que les instalaron a los caballos. Al día siguiente, paseo por las playas. Para entender lo que sucede en una playa cuando ven entrar a un cachaco solo hay que pensar en miles de moscas atacando inclementes un puñado de azúcar. Llega el de las ostras: “Mire vale pa’ la parabólica”. Luego la de las trenzas, luego la del masaje con la sobadera y que sólo pregunta cuando ya uno está empatado de que sabe que vaina, luego el de las gafas, y sigue el desfile, los cocteles, los músicos, los dulces, los mangos y cuando cree uno que se va a terminar, vienen de regreso los mismos. Así podría seguir con una lista interminable de detalles, pero en este espacio no es posible. Simplemente no hay organización. Que gran ciudad tendríamos con sólo un poco más de educación, de compromiso, de respeto, y de autoridad, porque son quienes en definitiva imponen normas que luego se asumen como modo de vida. Que bonito sería. Rubén Darío Giraldo C.C. No 73126902 de Cartagena.

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