Solo la música acerca e integra lo que parece irreconciliable. Un viaje de ida y vuelta entre el viejo y nuevo mundo.Cuatro virtuosos- dos de Italia y dos de Colombia- tejieron una cadencia de tiempos distintos en un instante irrepetible en el atardecer de enero siete, en el Claustro de la Merced, en el primero de cinco conciertos latinoamericanos.
El pianista italiano Andrea Lucchesini es un virtuoso de su instrumento. Nos embrujó interpretando las sonatas de Domenico Scarlatti, pero nos impactó ayer con la interpretación innovativa y juguetona de Scarlatando con Andrea (de la Sonata en Re menor L 423 de Scarlatti), del clarinetista de jazz italiano Gabriele Mirabassi.
El clarinetista Gabriele Mirabassi (Perugia, 1967) es un fenómeno musical que solo verlo en el escenario es ya un acto musical. Acaricia su instrumento, lo sopla sutilmente y nos hace sentir que ya la música está dentro de él y saldrá en cualquier instante inesperado con el ímpetu de un colibrí. Mirabassi ganó el premio Top Jazz de nuevos talentos en 1996, y su álbum "Canto di Ebano", es una de sus obras significativas. Su manejo de la escena es proverbial. Todo su cuerpo se integra a los ritmos musicales. El silencio puede convertirse en un segundo en una revelación en Mirabassi.
El arpista colombiano Elvis A. Díaz fue la sensación de ayer en este primer concierto latinoamericano. El público se puso de pie para aplaudirlo y él en su infinita humildad y pudor sonreído, abrió sus manos para señalar que su prodigio venía del instrumento. Pero no. El prodigioso es él. Toca el arpa llanera con tal magistralidad que es posible ver en sus manos que tejen y destejen los sonidos, el paisaje de su tierra desbordado de caballos y pájaros que cruzan como una ráfaga de luz la llanura. Música intensa y legítima, vital y emocional.
Y el cuatrista colombiano Juan Carlos Contreras (1972), cautivó al público con sus arreglos de la música de Aldemaro Romero y Heraclio Hernández, al igual que sus porros y pajarillos.
Una lástima que un concierto excelso se realice en un auditorio para solo ochenta o noventa personas seleccionadas para el Claustro de la Merced, y el público de la Universidad de Cartagena tenga que verlo en una enorme pantalla instalada en el Paraninfo de la Universidad de Cartagena.
Cartagena asiste al esplendor de la música culta europea del siglo XVII, conocida como El Estilo Italiano, pero también al esplendor de la música latinoamericana. El viejo y el nuevo mundo tejieron en más de cinco siglos de errancia y arraigos, una música en su compleja multiplicidad instrumental, como un surtido melódico, sonoro y rítmico, que nutrió de nuevas cadencias y sentidos a la manera de sentir y hacer la música.
Los niños y niñas que asistieron a los conciertos gratuitos en la Iglesia María Auxiliadora y Liceo de Bolívar, se preguntaban sobre los instrumentos antiguos del Ensamble Dramsam (Italia), cuya música nos devolvió a las noches de Dante Alighieri y a Colón. Y la voz de la mezzosoprano Alessandra Cossi nos sumergió en la sutileza de una música intemporal, de una belleza ancestral.
La posibilidad que ofrece este Festival Internacional de Música es incalculable, al trenzar la música del viejo y el nuevo mundo. La emoción quedará para siempre en esos rostros de niños y adultos mayores. Y nada podrá separarnos, ni el lenguaje, ni la historia, ni la música que hace invisible las fronteras del tiempo, del espacio y la cultura.
El viejo y el nuevo mundo, son una sola música construida en más de cinco siglos de errancia y arraigos.
Cultural
El viejo y nuevo mundo, una sola música
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