Cultural


Jonathan Guardo Palacios pinta sobre las maderas del mar

GUSTAVO TATIS GUERRA

30 de enero de 2013 12:01 AM

El mar tiene la paciencia de las nubes para pulir las piedras y las maderas y devolvernos un color arrastrado por las olas. Hace poco en un viaje reciente a San Andrés fui sorprendido por una colección de maderas pintadas que se asoleaban en un pequeño y pintoresco restaurante árabe. Y fui a preguntar quién las hacía. Para mi sorpresa eran pintadas por un muchacho que atendía el restaurante. Era Jonathan Guardo Palacios, un joven sanandresano hijo de cartageneros. Me dijo que su afición solitaria en las pausas del trabajo era pintar sobre maderas que arrojaba el mar y algunas que salía a buscar mar adentro. Con acrílicos de todos los colores, Jonathan empezó por intuición y sin ninguna orientación académica, a dibujar una zoología sobre la madera. Insectos y pájaros. Manchas de color que simulan ese mismo mar de San Andrés matizado de dorados y azules profundos. Me preguntó si aquel ejercicio tenía un significado artístico y le dije que todo lo que el ser humano haga con pasión y honestidad, es válido, y es una manera legítima de acercarse a la belleza del mundo que precariamente podemos disfrutar en nuestro tránsito breve por la tierra. Haga lo que le dicten los sentidos y los sentimientos, y no le pare bolas a lo que digan de usted. Ser aprendiz de los colores como de las palabras es asunto de honestidad, y las teorías de color se aprenden viviendo y practicando esa enorme herencia indígena que tenemos en el Caribe y que ha permitido que el antecedente de nuestras artes plásticas en el Caribe  sea la bella  tradición ancestral de nuestros alfareros, orfebres y tejedores que han buscado el color como un alfabeto de iniciación de la tribu. De nuestros indígenas zenúes, koguis, wayúus, emberá y cunas, tenemos que aprender la teoría del color que ellos heredaron de la  vida, la más difícil de las universidades.
Un día mi madre me sorprendió haciendo garabatos y monicongos sobre las maderas encontradas en Marbella, y me preguntó qué pintaba y le dije que eran unos mamarrachos  muy sentidos que me hacían muy feliz. Lo mismo le dije a Jonathan: si esos colores te salen de las tripas y del corazón, eso es asunto muy serio y muy bello. Eso no es para explicarlo sino para sentirlo.
Hace poco  volví a llamar a Jonathan para preguntarle por las nuevas maderas que ha salvado de ese mar cercenado que es San Andrés, y de la tarea silenciosa de ir coleccionando maderas arrastradas por las olas para asolearlas luego y curarlas a la intemperie, como si fueran el lienzo de un sediento.
Jonathan que vive en el barrio San Luis, coloca por intuición un amarillo junto a un rojo y un verde junto a un naranja. Y deja que su imaginación invada el breve territorio de la madera. Va a tientas como un ciego ansioso buscando la claridad del cielo. Sin guías, a la espera de mejorar sus dibujos y colores. Ha empezado a abrir la puerta elegida. Este es el difícil comienzo.




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