Luego de “Érase una vez el amor pero tuve que matarlo”, “Técnicas de masturbación entre Batman y Robin” y “La sexualidad de la Pantera Rosa”, el escritor Efraim Medina entró en un silencio literario que se prolongó por ocho años y que acaba de romper con “Lo que todavía no sabes del pez hielo”.
El autor cartagenero ha cambiado, tanto en su vida personal como en su literatura. Luego de una adolescencia con un récord perfecto, 14 combates sin conocer la victoria, junto a, como él mismo lo afirma, “una impresionante racha de novias gordas”; su vida se transformó, y todo esto, como suele suceder, por una mujer: Elisa.
Se trata de su pequeña hija, a la cual le ha dedicado los últimos años, en cuerpo y alma, y por eso no volvió a la escritura. Todo esto sin imaginar que ella le cambiaría la vida y su literatura.
De 490 páginas, es su novela más extensa, y sin duda alguna la más ambiciosa, que ya empieza a circular por los lectores, quienes darán la última palabra sobre esta nueva exploración literaria y narrativa llamada: “Lo que todavía no sabes del pez hielo”.
Esta obra es una especie de laberinto y a través de las enseñanzas de los maestros del absurdo, Efraim conduce al lector al ser de una persona que debe permanecer encerrada, tanto física como mentalmente, mostrando cada una de sus facetas, a través del género del thriller.
Su faceta paternal
- ¿Por qué pasó tanto tiempo sin publicar una nueva obra?
- ¿Fue una decisión completamente racional dejar la escritura para concentrarse en su nueva faceta como padre?
Todas esas expectativas que tenía yo, se multiplicaron cuando ella nació, porque se volvieron además de personales, sentimentales, y llegó un momento en que decidí tener un trato con mi mujer, en el cual, uno de los dos, tenía que estar siempre con la niña, a sabiendas que me tocaría a mí, por fortuna, pues por el trabajo de ella, debe estar en una oficina y cumplir un horario.
Así, le entregué unos ahorros y mi mujer se encargó de las finanzas, para dedicarme a Elisa (mi hija), convirtiéndome en ama de casa, descubriendo que tengo talento para eso. En todo esto me di cuenta que no basta con tener un hijo para ser padre, es una decisión que se toma.
Por mi modo de ser y la manera en que me criaron, yo quería sentirlo completamente, desde las trasnochadas, los teteros y los pañales, por lo que no hubo espacio para nada más, hasta que Elisa decidió tomar su tiempo y su espacio.
- ¿Un renacer a través de los hijos?
Por otro lado, siempre he pensado que mi vida es una cosa que no logro armar, como un rompecabezas, en un desorden total y como una idea equivocada que no logré resolver. El hijo te invita a vivir a otro ritmo, y aunque no puedes cambiar las cosas, los errores, si te permite poder ayudarle a que él viva su vida con autonomía y propiedad.
En el modo que yo crecí, en la sociedad y en la familia, por las necesidades básicas que genera la pobreza, asfixiantes acá, no hay espacios con tu padre, como luego lo lograría con Kafka y su literatura, que es perfecta. Esto nunca la logré ni con mis padres ni con mis hermanos, porque fue una relación siempre llena de vacíos y de cosas que nunca se dijeron y jamás se dirán.
Mi pretensión como padre, es que esa comunicación esté. Después nada garantiza nada, pero sentir que intenté que ella no se sintiera sola o abandonada como yo me sentí la mayor parte de mi vida, es un logro. Por todo esto estoy feliz y sé que la decisión fue correcta, porque fui el centro de su mundo en sus primeros años. Ahora, con cuatro años de edad, le interesan más los muñequitos y un niño llamado Bruno, que me cae muy mal, como debe ser (risas).
- ¿Cómo fue ese proceso de padre primerizo?
Reencuentro con la escritura
- ¿Cómo fue el proceso de retomar la escritura?
Por eso, volví al inicio, concentrarme en la lectura. Siempre leí en todos esos años para mi hija, pero estas nuevas lecturas eran encontrarme con ideas y formas para volver a mi escritura. Descubrí un escritor fundamental para el resto de mi vida, que es David Foster Wallace. Así como mi mente se había conectado en un tiempo con Charles Bukowski, ahora lo hacía con David, en una atracción instantánea.
Leyéndolo, conociendo su aventura osada y la dignidad de él con relación a su trabajo, que además le costó la vida, me hizo renacer la ilusión de escribir, con libertad, dejando de pensar en estilos, en lo que había hecho y poder encontrar nuevas cosas.
- ¿Y cómo nació esta novela?
Pero de la muerte de mi padre a esa edad, viví encerrado, como si estuviera enfermo, con un pánico a exponerme. Me gustaba salir más de noche como un refugio, y esa historia la quería contar pero no de una forma biográfica, porque trabajar con la realidad esquemática, donde se pueden narrar cosas funcionales, pero no dejan algo conceptual.
- ¿Muy diferente el proceso de trabajo de esta novela con las anteriores?
Ahora, ser un padre, es asumirte en todo, porque tienes que garantizar una seguridad a él, de que nada de lo que hagas le afectará a él, cuidarla de todo, porque yo, de mi infancia, recuerdo desde gritos hasta portazos.
Otra de las cosas que me ocurrió, que no me había pasado, es reescribir la novela varias veces, hasta que hace 18 meses encontré la forma, el tono y la idea de cómo hacerla.
- ¿Y esto por dónde lo llevó?
Yo no quería que su aislamiento fuera igual al mío, que fue una cosa psicológica, lo cual me obligaba a que fuera autobiográfico y fantasmal. Yo quería que fuera aislado por un hecho concreto, de ahí la idea que sufriera de lupus ligero, que obliga al encierro y genera insomnio crónico, que con el tiempo genera alucinaciones.
- ¿Cómo siendo un tema tan cercano a usted, logró que la novela no se convirtiera en autobiografía?
- Además de la escritura, ¿retomó todos los sus proyectos de “Fracaso Ltda”?
Así que el proyecto de la música nunca lo he dejado. También hay un proyecto en Roma para sacar una película con algunas historias mías, junto a un proyecto editorial con un libro de poemas y empezar a mover otros autores jóvenes.
Siempre tenía ganas de hacerlo, pero ahora siento que tengo la generosidad necesaria para hacerlo, y quizás vuelve aparecer el hecho de ser padre, donde te vuelves inevitablemente un personaje secundario.
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