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Pablo Hermoso de Mendoza, un 'Pegaso' del Siglo XXI

VÍCTOR DIUSABÁ ROJAS

13 de enero de 2013 12:01 AM

Son las ocho de la noche y pareciera que fueran las de la mañana para este navarro. No importa que un par de horas atrás hayan quedado para la historia dos faenas en la Monumental de Manizales, con las que se ha ido a hombros, tras cortar los máximos trofeos. Parece tan fresco que si ahora mismo lo llama-ran de urgencia para echar una mano a un espectáculo de alta escuela ecuestre que se presenta en las ferias de esta ciudad en la misma noche, saldría a galope para decir ¡presente!
Pablo Hermoso de Mendoza es el número uno del mundo, pero trabaja como si fuese el número 154 y debiera entrar mañana mismo entre los 20 primeros. Cuando no está montado sobre un caballo, lo está sobre una yegua, aunque, valga la verdad, saca tiempo para hacerlo sobre uno que otro potro de esos a los que le olfatea que tienen algún rasgo del mítico 'Pegaso'.
Por ejemplo, por estos días anda, cómo decirlo, prendado, sí, prendado de un potro de sangre alemana que quién sabe si termine toreando en una, o en va-rias, corridas de esa larga agenda que le espera para este 2013 en México. Allí, Hermoso de Mendoza tiene 40 corridas firmadas, una vez, claro está, salga de los compromisos que tiene contraídos, tras dejar Manizales, en Popayán, Medellín, Bucaramanga y San Cristóbal, Venezuela.
"Son, mal contadas, casi cincuenta tardes", le dice a El Universal, mientras no deja mano extendida que no corresponda o no garabatee su firma en servi-lletas, cuadernos, fotografías, camisetas y todo lo que pueda servir como testimonio por parte de jóvenes y adultos que quieren guardar un recuerdo suyo. Muchos de ellos ni siquiera lo han visto torear pero prometen estar en los tendidos en la comparecencia siguiente.
"Gracias por la belleza de sus caballos y su espectáculo", le dice una señora que celebra la dedicatoria que acaba de escribirle, la que guarda con doble lla-ve en su bolso de mano.
Cincuenta tardes que se volverán "poco más de cien, si no hay problemas, con las de España y el sur de Francia". Aunque lo más significativo es que llega-rá a un número sin antecedentes de tardes de rejoneador alguno en la historia: "las dos mil, por allá entre mayo y junio. No habrá celebración, sólo la satisfac-ción de llegar a ellas", señala con orgullo mal disimulado.
Su hermano Juan Andrés monta guardia. No lo desampara ni de noche ni de día. A simple golpe de vista son muy parecidos. Cuando están en la plaza se hablan con la mirada. El uno desde el caballo, el otro desde el callejón, ese corredor donde se resguardan los toreros, tras las tablas. Un entendimiento sólo comparable con el que Pablo tiene con sus caballos. Aunque es una exageración. En realidad, Pablo Hermoso de Mendoza anda más compenetrado con esos preciosos animales en los que va de Europa a América, una y otra vez.
Por una sencilla razón: antes que criarlos, los levanta pieza a pieza. Pablo Hermoso de Mendoza sabe cuánto representan y que no tienen igual. De hecho, sin ellos sería un pobre diablo. Pero aquello de levantarlos es una ciencia.
"El primer paso es el de educar al animal como se hace para cualquier modalidad ecuestre. Es decir, que tenga fluidez, equilibrio, y fortalecer todas las ar-ticulaciones que tengan que ver con la exigencia a la que, quizá, se vea sometido", asegura.
Sí, porque no todos califican y muchos se quedan a mitad del curso. Sobre todo, cuando entran en el siguiente nivel, el del rejoneo. Para comenzar, se ne-cesita valor para vencer el miedo. Un obstáculo ven surgir en el horizonte. "Puede ser un simple carretón (una bicicleta a la que le acondicionan unos cuernos en su manillar y la que empuja un hombre), una vaca mansa que está en el centro de un corral (que se preguntará por la tontería de un caballo que le da vuel-tas y vueltas) y luego una becerra con sangre de toro de lidia, a la que ya deberá esquivar para evitar una que otra magulladura", señala.
De hacerle el quite de cualquier forma a esas embestidas del carretón o de la becerra, hay que pasar a enfrentar sin pausa otro desafío: "el de comenzar a hacerlo con gracia, con belleza, con estética". Pablo Hermoso de Mendoza lo resume así, pero es mucho más, es casi un ballet.
Si las cosas funcionan hasta ese punto, hay un buen comienzo. Pero aún falta lo más importante. "Yo diría más bien que lo más fascinante: meterse en el alma del caballo, hasta llegar a un punto que no admite ningún tipo de matiz: necesitamos ser uno solo".
Y cuando el rejoneador dice eso, con evidente emoción, brotan en la memoria esas imágenes de la corrida en que sus cabalgaduras han derrotado la física para pasar en fragmentos de segundo por estrechas rendijas que han dejado los toros entre los tableros de madera y sus pitones; una capacidad de decisión que no puede surgir de dos cabezas a la vez.
"Ellos son parte de mí. Por supuesto, todos son diferentes, lo que trato es de acertar al elegir la suerte en que se especializan, para que saquemos el mayor provecho de sus condiciones. Así, por ejemplo, cuando el toro aparece en la arena, hay que pararlo, tal y como se hace con el capote en la lidia a pie. Ahí se necesita un caballo rápido para poner los rejones de castigo", dice.
Con las banderillas, el perfil cambia. Es entonces cuando aparecen los artistas en la arena, aquellos caballos o yeguas que tengan más gracia, que saquen a relucir su belleza. Igual, sea cual fuere la necesidad o el trabajo asignado, la doma debe hacer énfasis en el temple, que es mantener el galope del toro a la dis-tancia más cercana de la cabalgadura, a velocidades y riesgos que impresionan a expertos y neófitos.
Y cuando llega la hora de rematar la faena, se llama a los más valientes de la cuadra, esos que se juegan el pellejo más que ningún otro porque las distan-cias se reducen a mínimos tales que llegan a permitir que los tres protagonistas quepan en poco más de cuatro metros cuadrados.
Ahora bien, una cosa es que un caballo tenga un tercio a cargo, como se llaman las subdivisiones de la lidia, y otra muy distinta es que el destino lo ponga frente a un toro más encastado o con inconvenientes que se salen de lo normal.
Hermoso de Mendoza lo explica: "Por ejemplo hoy en Manizales (es jueves en la noche) montaba a 'Icaro' y el toro resultó más fiero de la cuenta. Él es un caballo de arte, delicado, casi que frágil. Más acostumbrado a recrearse que a luchar. Yo noté que se ponía tenso, pero de un momento a otro cambió y se rela-jó, lo sentí que disfrutaba pese al ostensible riesgo e hizo las delicias del público".
Con esa actuación, más los puntos que suma en campaña, 'Ícaro' ya es un nombre a tener en cuenta dentro de los favoritos del caballero. Aunque dista mu-cho de llegar al estrellato de sus dos baluartes. El uno, histórico, ya retirado: 'Cagancho', al que encontró relegado en un establo y trabajó día y noche hasta convertirlo en máxima figura. El otro, 'Chenel', que ya vieron varias plazas nacionales, pero ahora en recuperación en España tras un tratamiento de ligamen-tos.
Los demás hacen cola para ganarse el derecho a salir a torear y entre ellos hay uno que amenaza con volverse protagonista: 'Disparate'. Igual, como en cualquier equipo, todos andan diez puntos en procura de la oportunidad que les permite alcanzar eso que en el fútbol llaman titularidad. Esa preparación es la que permite que cuando torean en ciudades como México o Bogotá, no sientan el efecto de la altura, aunque, explica el rejoneador, hay que llegar con tiempo suficiente de adaptación.
¿Qué sigue para un hombre que como Pablo Hermoso de Mendoza ya ha tirado todas las puertas grandes de las principales plazas del mundo? "Trabajar para seguir perfeccionado el caballo de rejoneo. En Portugal, cuenta, se investiga mucho el tema genético". Palabras más, palabras menos, hay un caballo to-rero que ya no solo se hace sino que nace.
Eso sí, cada día llegan más razas a probar suerte. Con éxito, además. Hermoso de Mendoza recuerda que en su nómina tiene, entre otros, aparte de lusita-no, azteca, cuarto de milla, árabe puro, pura sangre inglés e incluso ese alemán que de pronto se viste de luces y sale a plantarle cara a un bravo de 500 kilos.
Mientras la gente que lo acompaña recoge el vestido de torear (único casi en el medio, por cuanto evoca el que usaban los bandoleros andaluces en la sie-rra, en los siglos Dieciocho y Diecinueve) para ponerlo en horma después del día de trabajo, Pablo Hermoso piensa si el caballo colombiano puede asomarse a esa categoría tan selecta y prefiere no comprometerse:
"No, el caballo de aquí es un auténtico placer para descansar, no hay uno que te lleve más cómodo". Es ese, a lo mejor, el que tenga en mente para sus hijas Paula y Alba, que cada día son mejores amazonas, mientras Guillermo, el hombre de la casa, su otro vástago, ya piensa en ser otro Hermoso de Mendoza en los ruedos. El tiempo lo dirá. Por ahora en casa y en el mundo hay un número uno que lo será por mucho tiempo, un auténtico Pegaso del Siglo XXI, junto a ellos, sus hermanos caballos.

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