Es un hecho notorio que las autoridades de Cartagena vienen combatiendo el ruido, y que la ciudadanía tiene mucha más conciencia del daño que hace y está mucho más dispuesta a denunciarlo, en vez de padecerlo estoicamente. Parecen lejanos los “golazos” que le metían a la ciudadanía algunos empresarios del “entretenimiento” con la aparente connivencia de personas investidas de autoridad y con la discrecionalidad para dar permisos. Recordamos la pesadilla en que se convirtieron los eventos de música electrónica durante varios años consecutivos por el volumen al que la ponían. Lo hubo en el Parque de La Marina, en los patios del Centro de Convenciones y en Chambacú, entre otros sitios, y le impidieron el sueño a varios barrios a la redonda durante días seguidos. Ofendía oír la arrogancia de los inversionistas, que sentían hacerle un favor a Cartagena al traer semejantes amenazas a la salud pública y pretender hacerla pasar por diversión, y hasta “cultura”. Argumentaban –más o menos- que invertir aquí obligaba a la ciudad a cierta reciprocidad, como la de permitir perturbarle el descanso a miles de personas durante varios días seguidos. Alguno recurrió hasta a las mentiras acerca de parlantes mágicos que no se oirían a dos metros de distancia, mientras otros sacaban a relucir los padrinazgos que les permitían violar todas las normas, con lo que las autoridades competentes de esa época no aparecían para nada, como era su obligación. Los vecinos de la avenida de El Arsenal eran otro de los grupos martirizados, especialmente por las guachafitas en el baluarte al final de la avenida, que torturaba a los residentes de enfrente y de Manga. Traemos todo esto a colación porque en esta época y hasta el final del año se comienzan a revelar los nuevos negocios y los respectivos permisos otorgados, seguramente con papeles en regla, pero sin control. Los habitantes del edificio Boquilla Marina Club y del Helios, en La Boquilla, por ejemplo, llevan dos días en que a partir de las doce de la noche un negocio playero, según ellos el nuevo Luxury Beach (antes Playa del Sol), le sube el volumen a sus equipos a niveles escandalosos hasta las seis de la mañana. Si esto es cierto, como aseguran algunos quejosos que lo es, ¿qué se puede esperar para la Navidad y fin de año? ¿Para qué tienen permiso este y otros negocios, y para qué no? ¿Volverá la laxitud que atormentará a la gente, como en los años mencionados arriba? ¿Creen estos inversionistas que tienen licencia para acabar con la tranquilidad pública y el descanso, sólo porque gastan su dinero aquí? ¿Creerán ellos y uno que otro funcionario que los derechos de los ciudadanos se suspenden durante las Fiestas de Independencia, Navidad y fin de año, a favor de negocios de terceros, por muy legítimos que sean? Ojalá que el Distrito esté alerta, no sea que inconvenientes como el anterior se multipliquen. La Alcaldesa debe atezarse, no sea que se pierda el terreno ganado a pulso en tranquilidad ciudadana.
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