Editorial


Algunos flagelos urbanos

Cartagena ha progresado mucho, pero a la par de su desarrollo en algunas áreas, crecen algunos flagelos mucho más rápidamente de lo que pueden ser controlados, como si fueran una epidemia. A pesar de los esfuerzos de las compañías de aseo, buena parte de la ciudadanía continúa botando las basuras a la calle, a los caños y en cualquier área pública. El resultado es terrible: además de que se afean los entornos de los barrios aguas arriba de la Ciénaga de la Virgen, los de su orilla dan grima. Aunque quisieran convertirse en ciudadanos modelos de la noche a la mañana, los moradores de los barrios de cotas más altas deciden por ellos, y los condenan a vivir entre los desechos. Les quedan pocos incentivos a los habitantes de la Zona Suroriental para dejar de arrojar basuras a los caños, cuando ya están llenos por la inconsciencia de los habitantes de otros lugares. Apenas comienzan los aguaceros, todo este detritus va a dar a la Ciénaga de la Virgen, y de allí al Mar Caribe a través de La Bocana, donde a veces ponen mallas en los portones de salida de la marea para capturar la basura. Los plásticos “adornan” las playas y envenenan a los animales que se los comen, deteriorando la calidad de vida de propios y extraños. Pero las basuras no son monopolio de los pobres, y con frecuencia se ven manos llenas de alhajas que salen por las ventanas de carros nuevos, fríos y con vidrios oscuros, que arrojan basuras a la calle en cualquier parte. El ruido es otro mal al que hemos seguido de cerca en El Universal, incluso desde este mismo espacio. Con el ruido y los equipos de sonido pasa algo similar a lo que ocurre con las motos: hay almacenes legales, formales y respetables, que venden sus mercancías para usos dañinos e ilegales. Las motos van a parar al mototaxismo, poniendo la mayoría de los muertos en accidentes, mientras que los equipos de sonido llegan a todos los estratos: desde el seis, hasta las casuchas más humildes, para ser tocados a todo volumen, no importa lo que digan los decretos que regulan los decibeles permitidos en la ciudad y el campo, de día y de noche. Lo que cuenta es hacerlos sonar lo más duro posible para que la mayor cantidad de gente tenga que sufrirlos. Otro de los flagelos de la ciudad es la falta de baños públicos, y la ninguna voluntad de la mayoría de las personas de pagar por usar los pocos que hay, de manera que puedan estar siempre limpios para la persona siguiente que entre a aliviarse en ellos. Un lector nos acaba de enviar unas fotos tomadas en “el muro de la urea”, en Castillogrande, más concretamente, en un extremo del Club Naval, convertido en el orinal de los taxistas, además de otros meones. Los justo es preguntarse: ¿cuál alternativa tienen estas personas, distintas a desenfundar y humedecer cualquier pared, del Club Naval o un lienzo de muralla en el Centro? La verdad es que no hay baños públicos suficientes ni en las playas, convertidas en emisarios submarinos individuales por cada bañista en apuros. ¿Cuál es la solución? Pues poner muchas canecas para la basura, controlar el ruido mediante campañas pedagógicas, dotar a la ciudad de suficientes baños públicos, y luego implantar medidas punitivas duras en contra de todos los infractores.

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