Editorial


Ambiente y universidades

Uno de los problemas serios de la función pública es su falta de continuidad. Muchos programas buenos de una administración municipal son dejados inconclusos y trocados por otros que hacen parte del programa del gobernante que entra. Las sociedades maduras se aseguran de que eso no pase, estableciendo políticas de Estado. Si las hubiéramos tenido en Cartagena para contrarrestar los efectos nocivos del incremento en el nivel medio del mar desde cuando este periódico alertó acerca de esa amenaza, de manera reiterada desde hace más de 10 años, la ciudad iría mucho más adelantada, y sobre todo, se hubiera gastado el presupuesto de manera más eficiente. Las obras de Transcaribe –por ejemplo- eran la oportunidad dorada para comenzar un programa integral de protección del Centro y de algunos otros lugares. Pero era tal el desinterés de las administraciones anteriores por las advertencias de este periódico y de muchas voces calificadas que ya se le habían sumado cuando empezaron el Tramo 1 y mucho antes, que lo diseñaron irresponsablemente, dejando de lado un problema que ya era conocido. Una de las muchas consecuencias es que las calzadas aledañas al Camellón de Los Mártires quedaron tan bajitas, que se llenan de agua salada a través de los tubos de desagüe con cualquier marea. No podrán decir los diseñadores que no lo sabían, porque lo advertimos varias veces desde aquí. Tampoco se han instalado aún tuberías con los “cheques” en el extremo, o diafragmas, que operan sin energía, cerrándose cuando las presiona la marea alta, impidiendo la entrada del agua salada, y abriéndose cuando esta baja, dejando salir el agua lluvia. El complemento de este sistema –por estar el pavimento demasiado bajo- son bombas de achique para cuando las lluvias coincidan con mareas altas. La administración de Judith Pinedo ya tiene un proyecto piloto para enfrentar el incremento en el nivel medio del mar, pero es hora de establecer una política de Estado al respecto, de la que las universidades de la ciudad serían parte indispensable. No podemos arriesgarnos a un retroceso con cualquier alcalde futuro. Hay muchos frentes para trabajar: falta un plan integral que defina una intervención en toda la ciudad, protegiendo unas áreas y evacuando otras; falta un inventario detallado de las edificaciones que serían afectadas inevitablemente al elevar las calles (Bocagrande, Castillogrande, Laguito, Manga, Cabrero, Marbella, Zonas Suroriental y Suroccidental, etc.); falta saber con qué altura del nivel medio del mar llegaría el agua salada a las bocatomas del acueducto en Gambote y ciénagas aledañas, y de dónde se surtiría la ciudad de agua potable; y falta definir la secuencia de inundación en detalle, para luego establecer prioridades de protección o traslado de barrios, entre muchas otras acciones. El Distrito debería liderar la conformación de un instituto de pensamiento ambiental conformado por las universidades locales y por profesionales externos destacados, dedicado a este reto, y que recibiera presupuesto del erario sin ser manipulable por la politiquería, con un perfil técnico inmune a la contratería y a la corrupción, y que definiera qué hay que hacer, cuándo y cómo. ¡Cuanto antes se inicie, mejor!

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