Editorial


Angélica, ¡qué locura!

Ayer murió la joven Angélica Marín Gutiérrez, de 18 años, atacada antier en su casa por su ex novio. No se contentó con machetearla, sino que la roció con gasolina y le prendió fuego. Los vecinos la socorrieron al oír sus gritos y la llevaron al hospital con quemaduras generalizadas, pero no la pudieron salvar.
El caso de Cartagena ocurre cerca del de Bogotá, cuando Rosa Elvira Cely fue violada y asesinada por una persona con antecedentes, que increíblemente, seguía en la calle a pesar de haber sido detectadas conductas suyas similares en el pasado. Se sabe que los abusadores de niños y de mujeres suelen no tener remedio, y teniendo la oportunidad, repiten sus crímenes.
A pesar de que cada día se hacen mayores esfuerzos para evitarlo, aumentan los casos de maltratos severos y asesinatos de mujeres por atacantes masculinos, usualmente conocidos suyos, muchos de ellos novios, esposos y amantes celosos.
El caso de Angélica repugna por todo. Por sus 18 años de edad, apenas comenzando a vivir. Por la sevicia demente de su atacante. Por no tener ella la experiencia para detectar las características macabras de su ex novio. Por no existir ninguna forma de alertas tempranas desde el colegio para filtrar personas con desequilibrios psicológicos serios. Por no existir un protocolo generalizado e inculcado en los jóvenes desde niños para saberse comportar con personas desconocidas, aunque parezcan deslumbrantes.
El matoneo en los colegios ha estado en las noticias durante los últimos meses en Cartagena y en el país, y deja una gran preocupación por saber lo generalizada que está esa desviación y por lo poco que se ha hecho desde el Estado por establecer pautas y políticas integrales para evitarla. Y evitarla, por supuesto, comienza por tratar de prevenirla. Y volvemos al principio de lo que hasta ahora sigue siendo un círculo vicioso.
¿Cuál es entonces el perfil de quienes se podrían convertir en asesinos? ¿Cuándo el matoneo es “normal” y explicable por la psicología de los niños, y cuándo es el síntoma de perturbaciones terribles que se saldrán de cauce inevitablemente? ¿Influye la violencia que nos rodea y que se glorifica en películas “de acción” cada vez más explícitas?
Se sabe que muchos crímenes, al igual que algunos suicidios, ocurren por el fenómeno que los norteamericanos llaman “copycat”, que se podría traducir en la jerga local como “imita monos”, una compulsión que se dispara cuando el perturbado se entera de que una persona acaba de asesinar a otra o de que alguien se suicidó.
Cualquier explicación académica no le devolverá la vida a Rosa Elvira Cely ni a Angélica Marín Gutiérrez, pero sí ayudará a evitar que los asesinos predecibles puedan seguir matando a su antojo.
Ahora le corresponderá a la Policía capturar al asesino para asegurarse de que no pueda repetir el crimen contra otras personas, y para que lo pague si su estado mental lo permite. Le corresponderá a cualquiera de las “ías” a quienes se lo entregue la Policía no soltarlo por ningún motivo, como suelen hacer con demasiada frecuencia.

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