Editorial


Aprender de Japón

La crisis nuclear en Japón no es sólo un motivo de preocupación para el mundo por los efectos inmediatos e impredecibles de una fusión dentro de cualquiera de los reactores, sino que constituye una advertencia a todos los países que están utilizando ese tipo de energía, sobre la imposibilidad de garantizar seguridad absoluta en instalaciones atómicas.
En América Latina, el único país que tiene plantas de energía atómica es Brasil, y a pesar de la inquietud orbital, su gobierno ha manifestado que seguirá con el programa nuclear, que incluye la construcción de nuevas centrales, de las que el ministro de Ciencia y Tecnología, Aloizio Mercadante, dijo ayer con cierta prepotencia que “son más seguras que la usina de Fukushima”.
Chile, cuyo presidente Sebastián Piñera también se mostró ayer preocupado por la crisis japonesa, está discutiendo en estos momentos si se construye una central nuclear en los próximos diez años, debido a la estrechez energética derivada de las sequías, al tiempo que la demanda industrial está creciendo.
Mañana, precisamente, Chile y Estados Unidos firmarán un convenio de cooperación nuclear, que apunta a la investigación, capacitación y el manejo de residuos, que se sumará a otro firmado recientemente con Francia.
Venezuela, que estaba empeñado en emprender un programa de energía nuclear, decidió congelar estos planes, según anunció personalmente el presidente Chávez, considerando que lo ocurrido en Japón “es algo sumamente riesgoso y peligroso para el mundo entero”.
Los otros países de la región, incluyendo a Colombia, no tienen por ahora planes de construir instalaciones nucleares de generación energética, y el propio presidente Santos opinó que en el mundo debe evaluarse el uso de esta energía “en extremo sensible a fallas humanas o cataclismos”.
El problema no radica sólo en el peligro inmediato para quienes están cerca de la planta de Fukushima, sino en la posibilidad de que contamine al planeta entero, por ejemplo, a través de los alimentos que Japón exporta, como frutas, verduras y pescado, que compra la Unión Europea.
Toda esta amenaza no logrará disuadir a las potencias de aumentar sus instalaciones nucleares, mucho menos de irlas desmontando poco a poco como pidió ayer la organización ecologista Greenpeace.
Estados Unidos, donde el 20% de la energía que consume el país es producida en plantas nucleares, por ejemplo, seguirá ampliándolas, como lo confirmó ayer el secretario de Energía, Steven Chu.
El presidente Santos dijo ayer una frase muy lúcida, que ahora no sólo tenemos que seguir preparándonos para enfrentar el cambio climático, sino que también “debemos concentrarnos en prevenir otros desastres producto de la acción del hombre”.
En las discusiones en torno al calentamiento global olvidamos el peligro nuclear, esos cientos de instalaciones en diferentes países, y que después de lo que está ocurriendo en Japón –experiencia de la que deberíamos aprender -, son una amenaza real.
Es ingenuo pedirlo, pero es hora de embarcarnos en una carrera de energía limpia, procedente de fuentes ecológicas y naturales, especialmente la solar y la eólica. La tecnología de ambas ha avanzado mucho, particularmente la de la solar.

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