Editorial


Autonomía con responsabilidad

Entre las quejas que escuchamos a diario de muchos cartageneros está que desde el interior del país, especialmente desde la ciudad de Bogotá, por su carácter de Capital de la República, nos fijan derroteros, nos organizan la vida y nos imponen criterios e iniciativas que no nos benefician.
Algunos más extremistas se quejan de que todos los espectáculos, eventos especiales y actos públicos de toda clase son organizados por foráneos que quieren aprovecharse de la ciudad y no le dejan ningún beneficio.
Por supuesto, hay avivatos que quieren lucrarse con el nombre y la naturaleza turística de la ciudad, con su atractivo y su encanto, como ciertos organizadores de conciertos que intentan pasarse por la faja las normas, y es a esos atracadores vestidos de señores, que sólo tienen en cuenta a la ciudad como escenario de sus fechorías, a quienes hay que cerrarles las puertas.
Quienes, por el contrario, traen a Cartagena actividades edificantes, creativas, espectáculos de calidad y organizan eventos importantes que difícilmente podríamos realizar solamente con el esfuerzo y la participación local, deben ser apoyados irrestrictamente, considerando que contribuyen a consolidar nuestra imagen ante los visitantes de Colombia y del mundo entero.
En muchos aspectos, los foráneos benefician o perjudican notablemente a Cartagena, uno de ellos ha tenido que ver tradicionalmente con la arquitectura, especialmente con la remodelación o restauración de viejas casonas coloniales, transformadas en cómodas residencias para veraneantes andinos, tras haber desnaturalizado totalmente su estructura y su funcionalidad originales.
Recordamos igualmente el exabrupto de quien diseñó desde Bogotá el primer tramo de Transcaribe, y que sólo cuando empezó la obra se descubrió que la vía se internaba varios metros en la Bahía de las Ánimas y cuya corrección trajo los primeros retrasos en el proyecto.
Hay quienes en nombre de la cultura y el amor al patrimonio de Cartagena quieren imponernos criterios como si fueran amos absolutos del futuro de la ciudad.
En el Gobierno, sólo en los últimos tres años se ha visto un criterio claro para no dejarnos aplastar por ese complejo de subordinación a los dictados centralistas, que no era congruente –ahora que estamos recordando la gesta emancipadora por cumplir 200 años– con el carácter y la gallarda actitud de los forjadores de la independencia absoluta de Cartagena, que debimos heredar sin términos medios ni reticencias.
Claro que para que el talante reclamador de autonomía para definir la senda de la ciudad y el destino de sus habitantes tenga legitimidad, se requieren dos condiciones importantes: que podamos demostrar nuestro inequívoco compromiso con el futuro de Cartagena y que trabajemos sin descanso para hacerlo realidad con criterios de inclusión, justicia y honestidad.
Este año tendremos la oportunidad de elegir un alcalde o una alcaldesa que mantengan el rumbo batallador de la actual, y un Concejo que se convierta en émulo de las juntas de gobierno provisionales que intentaron trazar un camino de independencia son arrojo y valentía.
Desde ahora hay que insistir en la importancia de no equivocarnos.

 

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