Editorial


Campañas, espectáculos y basura

Todas las campañas recientes a cargos públicos en Cartagena han sido sucias. No nos referimos a las triquiñuelas políticas ni a los abusos politiqueros de los que tanto se habla en Cartagena, sino a la pintada de paredes, puentes y otros espacios públicos con eslóganes de las candidaturas, al igual que la manera salvaje como se empapela con afiches el amoblamiento urbano.
Hace algún tiempo un candidato empapeló la ciudad de un día para otro. Se decía entonces que detrás de este “milagro” estaba la faltriquera de alguno (o alguna, como se dice ahora) de los financistas políticos y contrateros célebres. No se salvaron los postes de energía eléctrica ni los muros de lotes y paredes de algunos edificios. A pesar de que hubo decretos distritales que pretendían obligar a los candidatos a limpiar su mugre, la mayoría no lo hizo.
En aquel entonces se decía que había dos grupos de expertos en pegar afiches clandestinamente. Comenzaban a laborar en la noche en los lugares alejados del Centro y se iban acercando a estas zonas neurálgicas más tarde y en la madrugada, de manera que se redujeran las posibilidades de ser descubiertos a tiempo para ser detenidos o al menos, para que les impidieran su labor.
Últimamente se han repetido algunas empapeladas feroces de postes y paredes, pero esta vez para anunciar espectáculos musicales. La cara de famosos intérpretes y los datos básicos de sus funciones se mofan de la ciudadanía y de las autoridades desde los mástiles de la energía eléctrica de la ciudad, especialmente del sector histórico y del turístico. No se nota el menor pudor sino un desprecio por las normas básicas de convivencia, como cuidar los espacios públicos y el amoblamiento urbano.
En la época de las empapeladas políticas antes mencionadas, algunas de las personas cuyos rostros y aspiraciones aparecían en los afiches tenían el descaro de decir que ignoraban quién había hecho ese trabajito, ya que tenían tanto apoyo popular, que no podían controlar la generosidad y admiración de sus seguidores, quienes en un rapto de espontaneidad y desprendimiento forraban la ciudad de papel con la faz de sus idolatrados.
En el caso de los afiches de los espectáculos no se puede ni intentar argumentar lo mismo, ya que es un negocio y su publicidad un costo que difícilmente asumirá persona distinta al dueño del montaje, y mucho menos los fanáticos locales de los cantantes anunciados.
El Distrito debería prever varios sitios estratégicos para permitir la publicidad política y de espectáculos de forma gratuita, pero mientras tanto, debería condicionar la realización de los últimos a la remoción de los afiches de los lugares públicos, y a la vez, vigilar para que los candidatos de la elección popular atípica a la alcaldía no hagan lo mismo. El recién instalado Comité de Seguimiento Electoral podría ayudar en esto también.






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