Editorial


Cartagena: eventos y calidad de vida

La recuperación turística de Cartagena –como la del resto del país- es innegable, e incluye el incremento de visitantes por aire, en cruceros y por carretera, nacionales, internacionales. Los congresos y reuniones se suceden unas a otras en los distintos centros de convenciones. Los pronósticos de afluencia de pasajeros al aeropuerto Rafael Núñez se quedaron cortos, y a la fecha hay muchos más de los esperados, de todos los orígenes. El turismo es llamado la “industria sin chimeneas” porque es una de las fábricas más importantes de servicios, y éstos suelen crear muchos empleos. Aunque no se sepa exactamente cuántos son, son bastantes más que si no hubiera turismo. La industria sin chimeneas jalona a sectores como el de los artesanos, taxistas, supermercados, restauranteros, hotelería, aviación, transporte acuático turístico, bares y discotecas, carperos, en fin, la lista es interminable. Cada uno de los sectores anteriores a su vez impulsa a otros subsectores: agricultura, hortalizas, ganadería, meseros, mecánicos, estaciones de gasolina, cocineros, camareras, ropa de cama, toallas, jabonería, lavanderías, mueblería, alfombras, licores, pilotos, azafatas, porteros, celadurías, y otros más. Es decir, el turismo es un multiplicador económico muy dinámico. Cartagena, por supuesto, es consciente de esa realidad que nutre la economía local, a veces difícil de medir cuando todo va bien, pero muy notorio en las épocas de crisis, cuando todo falta, especialmente el empleo y hasta el rebusque. La población local también sabe que compartir la ciudad con visitantes crea incomodidades y tensiones para los nativos, especialmente en los picos de las temporadas, pero hay la convicción de que se soportan las vicisitudes en aras del progreso. Sin embargo, a cambio de la buena cara que la ciudadanía le pone a los inconvenientes que nos ocasiona el turismo, especialmente en movilidad, dadas las condiciones geográficas de la ciudad, todos esperamos que los organizadores, y muy especialmente las autoridades, se esfuercen por respetar la calidad de vida local. Cuando se nota que eso no ocurre, sino que las autoridades actúan de manera prepotente, sin anunciarle a la ciudadanía con antelación las vías que considera necesario cerrar, y tampoco intenta siquiera despejar las vías alternas de las obstrucciones usuales, como carros aparcados en doble fila en las arterias importantes y otros obstáculos, la tolerancia ciudadana se ve perturbada por una sensación de impotencia, y afloran el mal humor y la agresividad. Tal ha sido el caso del evento de Tuxtla, la reunión de presidentes, en la que quedó la sensación de que la ciudad ha sido tratada como un cuartel más, en la que no se previó un solo detalle de planificación ni comunicación para aminorar la incomodidad generada por las trabas a la movilidad, falencias que son percibidas como la arrogancia del poder. Convendría que las autoridades aprendieran de sus errores, que ya deberían estar superados con toda la experiencia acumulada en años de brindar seguridad a los eventos en la ciudad, para que no solo sean eficientes estratégicamente, sino socialmente, y que abunde la consideración por la ciudadanía.

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