Editorial


Cine colombiano y realidad

Un extranjero que asiste al Festival de Cine de Cartagena, y que decide hacerse una imagen de Colombia a través de sus películas, llegará a la inevitable conclusión de que nuestro país es un escenario donde la vida entera transcurre entre el narcotráfico, la guerrilla, la violencia, el secuestro, la delincuencia, el crimen y el desplazamiento.
Se trata de realidades influyentes en la vida cotidiana, pero cuyo tratamiento cinematográfico y televisivo en los últimos años ha oscilado entre el estereotipo sensacionalista de matanzas, torturas y sufrimientos, y la glorificación facilista de los narcos todopoderosos y que se dan buena vida.
Veamos algunas películas que muestra Colombia en este Festival de Cine:
Porfirio” cuenta la historia de un hombre en silla de ruedas con dos granadas ocultas, y acompañado de su hijo, que secuestra un avión para llamar la atención del Presidente.
Chocó” relata las dificultades de una mujer minera que sostiene a sus dos hijos y a un marido que la utiliza para tener sexo en noches de alcohol.
180 segundos” es el relato de la planificación  de un robo que hace el jefe de una banda de ladrones, cuya materialización se enfrenta con obstáculos imprevistos.
Jardín de amapolas” retrata a un campesino que abandona su parcela, huyendo de la guerra que se libra en el campo.
Pescador” es la historia de un hombre que se encuentra en la playa un cargamento de cocaína, que intenta vender, con lo cual enfrenta los riesgos de tratar con narcotraficantes, esos que hemos visto hasta el cansancio.
No son malas películas, tienen un argumento bien construido, una fotografía excelente, buenas actuaciones y edición ágil, pero sus planteamientos, al momento de referirse a nuestros males, caen en la esquematización, contribuyendo más a reforzar esa imagen negativa de los colombianos, a quienes sólo les interesa el dinero fácil, la droga y el crimen.
Hay otras realidades de nuestro país, también influidas por el conflicto, la guerrilla y el narcotráfico, que parecen no existir para nuestros cineastas y que son una mina creativa de historias, por ejemplo, la vida diaria de las familias de clase media en las ciudades.
Sin mayores complicaciones, con la sencillez de las obras maestras, el director iraní Asghar Farhadi cuenta en “Una separación”,  una historia cotidiana donde se ven las huellas de la situación de su país, la dictadura del fundamentalismo islámico, las prohibiciones que restringen la libertad o la tragedia de las mujeres sin derechos, sin mencionar estos problemas ni referirse directamente a ellos.
Las absurdas prohibiciones islámicas impiden, por ejemplo, que una mujer contratada para cuidar a un anciano lo limpie cuando defeca, porque las mujeres no pueden tocar a ningún hombre que no sea su esposo, y menos si está desnudo.
En lugar de mostrarnos a sicarios asesinando en una orgía de sangre, el cine colombiano podría mostrarnos la tragedia de la gente común, que aterrorizada por el crimen desbordado, no puede reunirse a departir en las tiendas de esquina, como antes.
Ya el cine y la televisión colombianas llegaron a su madurez técnica. Va siendo hora de abandonar personajes facilistas y estereotipados como el narco poderoso y cruel, el guerrillero despiadado y sucio o la mujer hermosa que se vende por dinero. Va siendo hora de meterse en la verdadera realidad, la de la gente común, que no se la pasa pensando en estos problemas, pero que sufre sus consecuencias.

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