Editorial


Con pocas curvas, pero culebrero

A pesar de que al Canal del Dique le quedan apenas unas 50 curvas de las 350 que tenía cuando Pedro Zapata de Mendoza unió varias ciénagas, entre enero y agosto del año 1650 y lo “construyó” con 2.000 hombres para conectar a Cartagena con el Río Magdalena, su futuro inmediato -360 años después- aún es culebrero. El objetivo principal de intervenir el Canal del Dique tiene que ser salvar el puerto de Cartagena, amenazado de gravedad por la sedimentación que le quita profundidad a la Bahía, y muy particularmente al canal de entrada por Bocachica. La Universidad del Norte le hizo estudios bastante completos al Dique y su entorno, y además del objetivo mencionado, relacionó otros importantes: evitar la sedimentación de los cuerpos de agua próximos, pero garantizándoles la inundación “natural” en invierno; favorecer la interconexión entre el Dique y sus ciénagas; “mantener la oferta de subsistencia a la población”; y consolidar (…;) los bosques y pantanos adyacentes, entre otros. Como es obvio, el Canal del Dique es indispensable por muchas razones: después de la prioridad de mantener al puerto de Cartagena libre de sedimentos y garantizar la vida a las comunidades en sus riberas, el Dique, un brazo del Río Magdalena de 115 kilómetros entre éste y la Bahía de Cartagena, tiene que ser navegable para mantener la competitividad de esta ciudad mediante el transporte multimodal hacia y desde el interior del país, teniendo en cuenta que el componente fluvial es uno de los más importantes y económicos. Parte de la complicación de intervenir el Canal del Dique es que hay muchos intereses inmersos en su caudal, la mayoría legítimos, como es el caso de los navieros. Según ellos, fueron excluidos de la discusión acerca de las obras del Dique por Mintransporte y la Universidad Nacional, y la alternativa aprobada finalmente, cuyo diseño y sustentación tienen poca credibilidad entre los cartageneros y otros entendidos (que la aceptaron con cansancio y resignación después de casi ocho años perdidos en discusiones), los perjudica seriamente. Su oposición primordial es contra los tres estrechamientos en piedra previstos para quitarle caudal al Canal, que tornarán la navegación insegura, por una parte, y por la otra, impiden que se utilicen los remolcadores y equipos más modernos que algunas navieras proyectan para el río Magdalena y el Dique. Fue la presión de los navieros la que logró posponer la licitación hace pocos días, y ya que lo hicieron, debería lograrse echar para atrás los diseños de la Nacional en favor de los de alguno de los tres antiguos proponentes –la holandesa Haskoning; la francesa Compañía del Ródano; y Cuerpo de Ingenieros de los Estados Unidos-, que sí saben de eso y no improvisarán, porque han hecho muchas veces las mismas obras que proponen para el Canal del Dique. En este país puede pasar lo más absurdo por los peores motivos, por lo que los cartageneros deben estar vigilantes para que no se comprometa el objetivo principal de cualquier obra en el Dique: mantener la calidad excelsa de la Bahía de Cartagena como puerto y razón de ser principal de la ciudad.

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