Editorial


A construir ciudad

El que la mayoría de asistentes a la pasada tertulia del periodista Juan Gossaín (que se desarrolló en el Teatro Adolfo Mejía), no estuviera compuesta por cartageneros raizales, no deja de ser una nueva señal de otra de las anomalías que debemos curarnos los nacidos en esta ciudad: el bajo sentido de pertenencia. Mucho más cuando la convocatoria de Gossaín estaba centrada en discutir sobre la construcción de una nueva ciudad, como lo ha expresado él en diferentes oportunidades y a través de distintos medios. Pero creemos que para que se construya esa nueva Cartagena también deben construirse urgentemente dos columnas que serían su soporte indiscutible en eso de continuar procurando mejoramientos para nosotros mismos: el sentido de pertenencia y el altruismo. Desde alguno de los rincones de nuestra historia debe estar escondida la explicación de que por qué pensamos únicamente en nosotros, importándonos poco lo que suceda con lo demás y con los demás. Para el cartagenero individualista las cosas no son buenas si a él no le favorecen al ciento por ciento, aunque a una gran masa de sus coterráneos sí les reporten beneficios enormes. Para ese mismo cartagenero, las cosas son buenas si le favorecen grandemente, aunque perjudiquen a un gran sector de la población que, directa o indirectamente, también ha trabajado para que ese coterráneo consiga las cosas de las que disfruta. Por esa razón hemos visto, a lo largo de muchos años, cómo en Cartagena se ejecutan obras que evidentemente le restan calidad a la vida de muchas familias, pero se dejan continuar porque favorecen a unos pocos. Y al mismo tiempo hemos visto cómo se demora la materialización de muchos buenos proyectos, simplemente porque a unas cuantas personas no les convienen que se cristalicen. Entonces, no habría que percibir como extraña la poca presencia de cartageneros netos en los debates que tienen que ver con el futuro de la ciudad, pero sí agradecer la asistencia y los aportes de personas que, aunque nacidas en otras regiones, conservan mucho espíritu de pertenencia por una ciudad que se les ha mostrado generosa en la consecución de sus objetivos laborales y económicos. Sin embargo, vale destacar que no siempre los provenientes de otras ciudades se muestran agradecidos con Cartagena, pues a pesar de que han recibido casi todo de ella, no tienen reparos en maltratarla con comentarios desdeñosos, exaltando a sus propias ciudades, en una muestra de mal agradecimiento rayana con la ignorancia grosera. Pero sería injusto colgarle toda la culpa a esos foráneos ingratos, si hemos de apegarnos al dicho de que “a la tierra de que fueres haz lo que vieres”. Si un extranjero llega a una tierra sin autoridad, sin orden y sin sentido de pertenencia de parte de sus propios hijos, ¿por qué tendríamos que esperar que él se comporte mejor que nosotros? Lo urgente ahora es seguir apoyando, con nuestra presencia y participación, iniciativas como la de Juan Gossaín, aunque ya en años pretéritos se habían presentado propuestas similares que no prosperaron, por lo que venimos comentando en los párrafos anteriores. Ese apoyo sería el primer ingrediente de las dos columnas de la nueva ciudad que queremos.

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