Editorial


Construir el futuro

El pasado 5 de julio, el Banco de Desarrollo de América Latina (CAF) organizó en Bogotá el seminario “Infraestructura para el cambio climático”, en cuya página web están las memorias de las ponencias. Una es “Ayuda de memoria a la adaptación al cambio climático en Colombia”, del ministro de Ambiente, Frank Pearl.
El país está traumatizado por dos años consecutivos (2010 y 2011) de La Niña y sus inundaciones respectivas. Costaron $11,2 billones y afectaron a más de 3,2 millones de personas. Pero buena parte de Colombia se olvidó de que una de las mayores amenazas del cambio climático es la desertificación mundial, aunque haya inundaciones catastróficas ocasionales.
Según Pearl, Colombia podría perder entre 10% y 30% de sus fuentes de agua, “trayendo presión sobre nuestra biodiversidad,  fuentes de energía y seguridad alimentaria”. Enfatiza que los planes de desarrollo y ordenamiento territorial deberían contemplar siempre “la gestión de riesgo y adaptación al cambio climático en la agenda de planeadores, planificadores y tomadores de decisión” porque de esto depende no solo la seguridad de los habitantes, sino “las acciones e iniciativas…;de que depende el crecimiento, competitividad y bienestar de…;su población”.
Coincidimos con las apreciaciones de Pearl porque el mundo en que vivimos dejó de ser el mismo, como nos lo demostraron los inviernos mencionados, pero podríamos estar próximos a la tragedia opuesta: una gran sequía.
Hemos insistido mucho en este espacio de que deberíamos aprovechar nuestros veranos para las obras de infraestructura de manera oportuna. No entendemos, por ejemplo, la demora del Fondo de Adaptación para darle el visto bueno a las obras de levante del terraplén entre Corralito y el puente de Gambote, incluidos los viaductos y el puente nuevo.
Sin embargo, el problema que se nos viene encima va mucho más allá de la coyuntura y deberíamos tener una planificación continua e integral en Cartagena y en Bolívar, y por supuesto, coordinada con las ciudades y departamentos vecinos.
Ya sabemos que la mayoría de los políticos no se ocuparán de esto, y que cuando suele haber alguno visionario, lo sucede otro que tira por la borda todo lo de su antecesor.
Bolívar y Cartagena necesitan un grupo interdisciplinario, ojalá de las universidades locales, que planifique lo que es indispensable no solo para sobrevivir, sino para prosperar en un mundo más hostil que el de hoy.
Tanto el Distrito como el Departamento deberían invertir en la creación y funcionamiento de este grupo académico, que le daría bases a los gobernantes para las mejores decisiones políticas, y no politiqueras.
La deficiencia de muchas decisiones públicas no se debe siempre a la mala fe o a intereses politiqueros, sino a la falta de conocimientos profundos que solo pueden provenir de especialistas pensando, investigando y produciendo insumos pertinentes, y no meramente intuitivos.
Cartagena y Bolívar tienen a la mano el talento para integrar un grupo como el que se requiere, acudiendo a sus universidades y a los investigadores del Banco de la República local. Solo falta la voluntad de hacerlo para comenzar a construir el futuro.

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